EL ESCAPE Y LA LLEGADA

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Aiko, ya es hora. Ve a Fairy Tail, busca a Natsu, dile quien eres y entrégale esta carta— dijo Lucy, pasándole un sobre a la muchacha de cabello rubio que estaba frente a ella

—Tengo miedo…— susurró la muchacha, sus ojos verdes se posaron sobre los marrones de Lucy. Recibió el sobre mientras sus manos temblaban —No sé dónde es… No sé usar magia… No sé nada— agregó, con las lágrimas a punto de salir de sus ojos —Soy una inútil—

Lucy la abofeteó.

—Escúchame bien, Aiko— ordenó Lucy, tomando el rostro de la chica entre sus manos —Puede que no sepas magia, pero puedes aprender. Puede que no sepas donde rayos está Fairy Tail, pero no te preocupes. Solo ve a Magnolia— dictaminó la rubia mujer —Yo no puedo salir de aquí, pero tú sí. Has tenido toda tu vida para examinar este lugar, conoces muy bien los pasadizos por los que salen los guardias— dijo la mujer, Aiko se secó las lágrimas de los ojos y asintió con fuerza —Ten, esta es la llave de Loke, solo susurra su nombre cuando estés afuera. Ahora… ¿Qué harás? — dijo la mujer, tomando las manos de la muchacha

—Saldré de aquí, iré a Magnolia para ir a Fairy Tail. Buscaré a papá y le entregaré tu carta— respondió Aiko con determinación. Lucy sonrió

—Ahora, ve y has que tu madre se sienta orgullosa— sentenció Lucy a la par que Aiko se escabullía entre los barrotes de la celda en la que se encontraban.

Había nacido en ese lugar, y había tenido tiempo de sobra para saber donde era que estaban los puntos ciegos de las bestias que eran sus carceleros. Sus jugarretas de cuando era pequeña le servían de mucho ahora, sabía perfectamente donde esconderse para poder escapar.

Aiko encontró un par de baldosas sueltas en el suelo, las cuales removió y descubrió un túnel que la llevaría hacia la salida. Los reos de las celdas aledañas la observaban incrédulos. La conocían desde que era una bebé que andaba gateando por los corredores, y la arrastraban dentro de las celdas para esconderla de los guardianes.

—No se preocupen, voy por ayuda— dijo la chica, para luego sonreírles. Esos tipos tenían cara de mala gente, pero eran realmente buenos; a veces hasta sacrificaban sus míseras raciones de comida y se las daban a ella y a su madre.

La rubia se metió dentro del túnel y tuvo el cuidado de dejar las baldosas en su lugar. Listo, estaba a un paso de salir de la prisión; ese túnel en específico no lo usaban a menos que fuese en caso de incendio, así que no tenía de que preocuparse.

Aiko caminó durante cerca de una hora y encontró una larga –casi interminable- escalera, la cual sin ningún miramiento comenzó a subir. En su increíblemente sensible nariz se hizo presente un aroma salado, y comenzó a oír el inconfundible sonido de las olas; ese mismo sonido que se oía en las catacumbas, solo que ahora era más nítido.

Aiko distinguió la puertecilla al final del túnel, asi que a pesar del cansancio, comenzó a correr hasta alcanzarla.

Al abrirla, unas pocas gotas de agua le salpicaron en el rostro. Tuvo que trepar sobre la puertezuela y palpó un gran trozo de césped, al cual subió, teniendo la precaución de cerrar la escotilla.

El aroma salado invadió sus fosas nasales, casi mareándola por la brusquedad. Observó al causante de dicho olor, y solo descubrió un interminable manto azul oscuro que, según su madre, se llamaba mar. Al mirar hacia arriba, observó el cielo y sonrió. Comenzó a reír como desquiciada.

Era la primera vez que veía el mundo exterior, ya que siempre había estado en la cárcel. Era un poco chocante que habían capturado a su madre luego de no cometer ningún crimen, sino ser inculpada de algo. Y más chocante aún era saber que ella había nacido en ese lugar, y que Lucy le había educado a pesar del ambiente.

Sálvenla por favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora