La Sangre de un Dragón

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Dryce y Scarlet habían ido a ayudar a sus respectivos padres para defender el gremio luego de presenciar la linda muestra de amor de Lageel hacia Aiko. Dryce fue a ayudar a Gray a crear escudos de hielo mientras que Scarlet salió disparada hacia Jellal, que estaba protegiendo a los pequeños retoños Fernández, los mellizos Simón y Adela, de tres años, que siempre quedaban al cuidado de Asuka Connell.

—Lele-nee— murmuró Adela, abrazándose a su hermana mayor.

Adela y Simón eran las vivas copias de Jellal. La niña llevaba su largo cabello azul atado en una trenza hecha por su madre, y vestía una falda roja con el peto de una armadura y botas café. Simón en cambio, llevaba su pelo azul corto, tal como lo llevaba Jellal cuando era pequeño, y vestía unos shorts negros y una camiseta negra.

— ¿Están bien? — preguntó la pelirroja, mirando más a Simón, que seguía abrazado a Jellal. El niño asintió — ¿Dónde está mamá? — inquirió, dirigiendo su mirada a su progenitor.

—Erza salió corriendo a buscar a Minerva. No quiero saber qué pasara, pero podemos estar seguros de que está bien, después de todo nada puede contra Titania— contestó el hombre, con una sonrisa que tranquilizó a sus hijos menores, aunque no así a su hija mayor. No quería que su madre se metiera en líos con la ley y le causara problemas al tío Doranbolt por encubrirla.

Scarlet suspiró. Divisó en la distancia como Dryce se quitaba la camisa y se sonrojó levemente.

Tetsuko no tenía mayores problemas con su contrincante, ya que él recibía los golpes sin rechistar. A la Redfox no le parecía muy normal eso, pero le resto importancia, mientras menos se demorara con aquél individuo, mejor para ella.

Lageel aún no podía comenzar a pelear porque a Alistar le gustaba mucho conversar.

—Lo siento, Alistar, pero tengo un gremio que proteger—

Dicho esto, Lageel lanzó un rugido del dragón de hierro que Alistar evitó fácilmente, pero ese era justamente el objetivo. Como el ataque impactó en el piso, se levantó demasiado polvo, lo que el Redfox aprovechó para correr detrás de la bestia. El mago de hierro tomó el mazo gigante que había formado y con él golpeó la cabeza de Alistar, dejándolo noqueado.

—Demasiado fácil— murmuró el chico, tomando su distancia. No quería estar cerca cuando Alistar despertara.

El alma de Lucy se resquebrajó en millones de trozos diferentes al ver como su esposo caía lentamente al piso, perdiendo todo ápice de vida e hiperactividad que alguna vez había tenido.

La rubia mayor corrió hacia su moribundo esposo en cuanto sus piernas respondieron de nueva cuenta.

— ¡NATSU! — gritó una vez que llegó junto a él, abrazándolo, atrapando su cuerpo entre sus manos mientras la sangre de su amado humedecía su ropa.

—Lucy…— susurró él, con dificultad. Sus ojos se cerraban reiteradamente, le pesaban. La herida no era tan grave, pero si era profunda, y si no hacían nada pronto, probablemente moriría.

Pero, para Aiko, las cosas eran distintas. Ella sólo veía como su padre estaba muriendo en los brazos de su madre. Decidió en ese momento que acabar definitivamente con Rowena era lo mejor.

La rabia la carcomía por dentro de una manera casi irracional, esa chica había osado quitarle la familia que tanto le costó recuperar.

Aiko miró a Rowena con odio.

Sus manos comenzaron a transformarse en garras, al igual que sus pies. Todas las partes de su cuerpo se estaban llenando de escamas, y sus colmillos se hacían cada vez más pronunciados aunque no alcanzaban a salir de su boca.

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⏰ Última actualización: Jun 23, 2014 ⏰

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