―No debimos irnos así, tu padre se va a preocupar ―dijo Maia mientras caminaba detrás de Alec. ―No debió esposarte. ―Alec. El chico la confronto. ― ¿Crees que estuvo bien? ―No fue divertido ―acepto la chica―. Pero lo hizo por tu bien, casi te mato. Alec libero un bufido, en su rostro no había enojo o una sombra de rencor, por el contrario, se miró divertido. ―No estuviste ni cerca. Ambos rieron. Aun cuando la sonrisa de Maia no se quedó. ―Debo encontrar la manera de encerrarme a mí misma, o algo así. ― ¿De qué hablas? ―Mira lo que te hice, puedo lastimar a alguien, y... no tengo idea de cómo detenerme, no recuerdo nada de lo que paso antes de despertar en ese tejado. Ahora sé porque tantas muertes y desapariciones. ―miro hacia Alec, era el mismo de siempre, pero de algún modo lo miraba diferente, era diferente a su compañero de clases―. Lo que no sé es, es... quien eres tú. ―Soy el mismo de siempre y tú también, encontraremos la solución, créeme y no, los lobos no son los culpables de las muertes y desapariciones, son los demonios. ― ¿Demonios? ―No estoy diciendo que los subterráneos no causen líos, tienen una parte humana después de todo, pero los principales asesinos de los humanos son los demonios. Maia le dejo muy claro que no podía entender de que hablaba. Alec le miro y comenzó a narrar con una voz tranquila y firme. ―Hace mil años mirando la devastación demoniaca en la tierra, en ángel Raziel entrego a un grupo de guerreros los Instrumentos mortales; La copa, La Espada y el Espejo. Él dio a los humanos su sangre, la que convino con sangre humana para que la bebieran y se convirtieran en los primeros Cazadores de Sombras, ellos fueron los protectores de los humanos desde entonces. Jonathan Shadowhunter fue el primero de todos, después el ángel les dio las runas, las que trazan en sus cuerpos y les otorgan poderes especiales, cada una fue escrita en el libro de la alianza por el mismo Ángel Raziel, después fueron copiadas cuidadosamente al libro Gris. Maia escuchaba atentamente la forma en la que Alec narraba la historia, él la repetía como si la supiera de memoria, no como una verdad tangible. ―Nunca he mirado un Libro Gris ―dijo Alec de manera distraída terminando su historia. ― ¿Cómo sabes todo eso? ―pregunto Maia mientras bajaban a la línea dos del subterráneo. ―Mi madre, ella me contaba historias antes de dormir. ―Nunca había escuchado algo parecido. ―No tendrías porque, los mundanos no tienen conocimientos del mundo de las sombras, de los Cazadores de Sombras, de los Subterráneos o de los demonios. La mente de Maia era ahora más veloz, recordó sin esfuerzo las marcas en el brazo de Alec. Después les dio las runas, las que trazan en sus cuerpos y les otorgan poderes especiales. ― ¿Cómo sabes todo eso? ―repitió la pregunta esperando escuchar la respuesta que su mente ya había encontrado. Alec y Maia habían subido a unos de los vagones, había poca gente a pesar de ser medio día, ellos encontraron lugar en dos diferentes asientos uno frente al otro y la persona más cercana estaba a varios lugares lejos de ambos. Levanto la mirada y respondió. ―Soy un Cazador de Sombras. Fue como si lo pensara mejor, se movió incómodo y sonrió de manera dolorosa. ―Por nacimiento ―corrigió―. En mis venas hay sangre de ángel, porque mis padres lo fueron y los padres de mis padres, pero supongo que no entro aun en la categoría de Cazador de Sombras. Maia noto el dolor profundo en su amigo, se cambió de lugar sentándose a su lado. ― ¿Qué ocurre? ―Lamento mucho lo que te paso, no es que crea que ser un hombre lobo no puede llegar a ser lo mejor que te haya pasado, sabes que soy un optimista sin remedio, pero... eso no significa que tu vida no cambiara, sé que debo ayudarte, pero la verdad es que no sé si pueda, no tengo idea de que hacer, solo tenemos esto. Alec levanto el brazalete que habían encontrado en el callejón. Maia puso su mano sobre la de Alec. ―Estas aquí conmigo cuando no tienes que hacerlo, me haz ayudado muchísimo y sé que lo seguirás haciendo, Alec. No sé qué habría pasado conmigo si tu no me hubieras ayudado. ―Es solo que... ―Quieres hacer feliz a todo el mundo, intentas proteger a todos, pero eso es imposible, debes entenderlo. ¿Sabes porque aparecí en tu cuarto cuando me atacaron? Porque de alguna manera sabía que tú me ayudarías ―Maia quito la capucha del sweater que Alec llevaba y jalo el cabello levemente―. Eres mi mejor amigo y aun en esta bizarra y complicada situación lo sigues demostrando. Los hombros de Alec parecieron relajarse. ―En realidad es porque necesito que me pases las respuestas del próximo examen. Se echaron ambos a reír. ―Así que un Cazador de Sombras, ¿Eh? Tengo muchas preguntas para ti. ―Lo sé, pero realmente yo no tengo las respuestas a todas ellas, nunca fue entrenado y veo el mundo de las sombras, pero, no lo conozco del todo. Lo lamento. ― ¿Por qué no fuiste entrenado? ―Mis padres fueron asesinados y no quedo nada de La Clave de pie para reunir a los Cazadores que sobrevivieron, si es que hay cazadores vivos. ― ¿Qué les paso? ―Hubo un levantamiento, un cazador de sombras malvado que no estaba de acuerdo con La Clave en la idea de considerar a los Submundos como iguales, así que solo decidió que si no estabas con él estabas en su contra, eso le dijo a mi padre antes de que lo asesinara. Destruyo a La Clave, los submundos y todo Cazador que intento detenerle. ―No suena alentador ―le dijo Maia―. No cuando los que debieran protegernos se van al lado oscuro. No cabe duda que habían estado haciendo un buen trabajo hasta hace unos años. ¿No quedan más? ―No lo sé ―respondió Alec―. No me gusta pensar que soy el único que queda, porque sinceramente soy un terrible Cazador de Sombras. Maia sonrió y negó con la cabeza. ―Eres todo un Jedi –ella se miraba orgullosa de decirlo―. Sé que todo esto es una locura, que justo ahora quizás ninguno de los dos sepamos qué ocurrirá, pero... estamos juntos y... estas aquí, solo mantente del lado bueno de la fuerza y estaremos bien. Alec rio y se alegró de tener a Maia ahora como compañera. ―No te preocupes, aquí seguiré. La chica le tomo de la mano en un gesto fraternal. ― ¿Puedes decirme ahora a dónde vamos? Alec sonrió y levanto el brazalete. ―Eso si lo sabemos. * * * Theresa Gray caminaba con prisa por el pasillo del instituto que guaba hacia el estudio de Magnus, ella tenía encima una bata gruesa, un mensaje de fuego había llegado a través de su chimenea y ahora debía comunicárselo a Magnus. Entro percibiendo de inmediato el aroma a azúcar quemada de la magia. ―Fui a buscarte a tu habitación, estamos a mitad de la noche, ¿Acaso nunca duermes? Magnus levanto su rostro del pergamino que claramente estudiaba con mucha concentración. ―Si, en ocasiones lo hago. ¿Qué pasa? Tessa se acercó a la chimenea, habían sido años desde que habían construido el instituto de la Isla Wrangel en medio del atlántico y lo habían convertido en una fortaleza mágica, aun así, nunca podría acostumbrarse por completo al frio eterno que ahí había. ―Llego esto ―dijo mientras hacía flotar la nota hacia el brujo―. Hay problemas en Nueva York. La sola mención del nombre de la ciudad hizo a Magnus revolver el estómago. ― ¿Raphael? ―menciono el brujo antes de leer, termino y dejo la nota en el escritorio desestimándola―. Tienen dos vampiros rebeldes. ¿Eso es nuevo? ―Mira el número de muertes que han provocado en una sola noche, Raphael se las ingenió para encubrir la mitad de ellas, pero teme por su clan. Magnus estaba recargado sobre el respaldo de su silla sin tener un solo gesto de angustia en su rostro, soltó un bufido. ― ¿A que le teme? No hay nadie que se enfrente a los vampiros, los demonios no irán por ellos, es ridículo. ―Magnus, debemos ayudar. ―No ves lo que en verdad pasa, Tess ―dijo Magnus captando la atención de la bruja―. Nos mira, te mira como lo que queda de La Clave, somos los únicos que mantenemos un instituto funcionando, Santiago está pidiendo tu autorización para arreglar el problema ellos mismos. Magnus odiaba a los Cazadores de Sombras, pero no siempre fue así, hacía más de cien años se había permitido ser amigo e incluso amar a dos de ellos, el esposo de Tessa; Will Herondale y su parabatai James Carstairs, además de que Tessa era en parte un Cazador de Sombras. Ella tenía ahora un hijo al que le fue arrebatado la historia de su origen, en honor a los Cazadores que alguna vez amo y por el único Cazador de Sombras de sangre pura que creía valía para proteger, había aceptado con Tessa crear el Instituto, el refugio para todo ser mágico (Digno) que necesitaba huir de Valentine y su ejército demoniaco. Tessa era demasiado amable, Magnus no tenía el tiempo para serlo. Chasqueo sus dedos mandando su respuesta a Raphael: Mátalos. Tessa aparto la mirada con pena. ―No podemos darnos el lujo de permitirnos ser flexibles. Se han sacrificado suficientes humanos desde mi punto de vista. ― ¿Los vampiros no valen? ―El valor esta en los actos. ―Tienes razón ―aceptó Tessa―. Aun así, quizás debamos... ―Si el asunto continua, iré a Nueva York a encargarme, pero estoy seguro de que Raphael encontrara la manera de arreglarlo. Tessa se sintió un poco más tranquila por la decisión. ―Sera como tú quieras, Magnus. ―le dijo con la sinceridad y el agradecimiento que solo Tessa podía transmitir en simples palabras―. Ahora volveré a la cama que me estoy congelando. ―Adelante, Querida, yo me quedare al pendiente. ―Magnus. ―Tranquila, un par de horas más solamente. La bruja le sonrió para despedirse y salió del estudio. Magnus se levantó y se movió a la ventana que estaba detrás de su escritorio, miro la nieve, las montañas blancas y el mar con grandes islas de hielo. El que Raphael haya pedido ayuda era extraño, quizás las cosas estaban cada vez peor y fuera de control, aún más de lo que se imaginaba. Los vampiros eran una molestia, para Magnus, la humanidad lo era. Con todo el pesar de su ser, se plantó la idea de tener que prepararse para ir a Nueva York. * * * ―La forma en la que tomas ese brazalete es... desconcertante. ―Maia caminaba solo un paso detrás de Alec. Alec rio un poco. ―Estoy rastreando al dueño. ―Así que tienes trucos bajo la manga, ¿eh? ―Unos cuantos. ―le respondió sin perder la concentración. Aun cuando sentía que su cuerpo podía detener un tren si se ponía frente a uno, su mente estaba agotada, estaba confundida y preocupada, no solo por ella, también por Alec y todos los problemas que estaba llevando para ayudarle. No entendía porque no podían pedir ayuda, porque la necesidad de llevar esta carga sobre sus hombros solos. ― ¿Podemos llamar a Micah? Alec se detuvo haciendo que Maia casi chocara con su espalda. ―No ―respondió con decisión. Maia podía entender que las cosas entre ellos no habían salido muy bien la última vez que se vieron, pero siempre había pensado que en los verdaderos problemas podían contar el uno con el otro, sabía que por parte de Micah, por lo menos, así era. ―Es tu mejor amigo. ―Lo sé, pero... no quiero decirle esto. ― ¿También tendré que ocultarme? ―le pregunto la chica con pena. ―No, no si no lo quieres, esto no es por ti, es por mí, no estoy listo para que sepa esto de mí. ― Vaya, te importa más de lo que pensé. Alec se dio la vuelta y le miro a los ojos. ―Claro que me importa, es mi amigo, mi mejor amigo, pero... nunca he podido abrirme con nadie, me he ocultado toda mi vida, no puedo cambiarlo ahora. Y... Micah, él es... especial, creo. Maia le sonrió con mucho cariño. ―Un paso a la vez, supongo. Sus hombros se sintieron inesperadamente un poco más ligeros. ―Por lo menos ahora ―dijo Alec con una sombra de ánimos―. Estamos cerca. Y lo estaban, pero para Alec no fue del todo una buena noticia, poco a poco se fueron adentrando en la zona oscura de Manhattan, ambos se miraban como alumnos normales, pero él podía ver los ojos brillosos de los lobos que se ocultaban entre los mundanos, también podía ver otra cosa; el lugar cada vez le era más familiar. Su técnica de rastreo le dijo que habían llegado al lugar, ese edificio oculto entre el pequeño jardín descuidado con el letrero de madera le hizo revolver el estómago. ―Maldita sea. ―murmuro. ― ¿Qué pasa? ¿Ya habías estado aquí? ―Si ―respondió Alec con pesar. ― ¿Cuando? Alec suspiro, guardo el brazalete y avanzo hacia la entrada del bar La Luna del Cazador. ―La noche que mi padre murió. * * * Siempre era difícil, por lo menos era extraño para Micah pasar de un personaje a otro con solo cambiar sus ropas, se encontraba en el vestidor de la estación de policía quitando el uniforme escolar para remplazarlo por el de entrenamiento militar, en su casillero guardaba sus libros, su mochila y tenía una copia de la fotografía de Alec y Maia con él, la última que se habían tomado juntos. ―Tenemos reunión en la sala de conferencias. ―le informo su compañero Oscar―. Date prisa. ― ¿De nuevo? ―pregunto Micah colocando en su cuello su insignia de agente especial. ― ¿Te parecen muchas? ―le respondió Oscar intrigado―. A mí me parece que nos ocultan demasiadas cosas, deberían de hacer más reuniones. Ambos vestían pantalones militares con camisetas grises, ambos tenían una cadena con su placa colgando de ella, se movieron hombro a hombro hacia las oficinas y entraron junto a otro grupo de reclutas a la sala de conferencias, en la sala se encontraba ya Kairi Himura, ella no se quitó sus gafas oscuras ni aun cuando las luces se apagaron y comenzó la exposición. Oscar estaba como siempre atento a lo que el general les comunicaba al frente, Micah no podía quitar la mirada de la intrigante chica, la observo en todo momento, cuando tomo apuntes e incluso cuando ella le miro de regreso a través de la mesa larga. Fue hasta que escucho un extraño termino dicho por el general que su atención se desvió de ella hacia el frente de la habitación, entonces Micah lo volvió a escuchar fuerte y claro: Demonios. No le tomo mucho tiempo darse cuenta de que el hombre frente a él había dicho exactamente eso, ya que repitió el termino en varias ocasiones después. ―Los demonios existen. ―dijo el general sin una señal de diversión en su rostro, eso alarmo a Micah―. Los demonios están exterminando a la humanidad y ahora es nuestra misión evitar que eso pase. Hubo un murmullo en toda la sala, Micah tenía toda su atención ahora en el general que comenzó a señalar con un láser hacia las imágenes que eran proyectadas en la pared. El escepticismo comenzó a manifestarse de inmediato, uno de los reclutas levanto su mano y el general le cedió la palabra. ―Hable, soldado. El joven lo hizo. ― ¿Esto es en serio? Es decir ¿Está hablando en serio? ―Esto es muy serio, soldado. Preste atención. ―A los cuentos de hadas que intenta contarnos, ¿En verdad? El general miro alrededor de la sala y noto como en su mayoría estaban en una actitud como la que estaba teniendo el joven. A excepción de unos cuantos como Oscar, que estaba increíblemente fascinado con la información o Kairi que se miraba como si la información que estaba recibiendo fuera ya conocida por ella, Micah no podía decir que estuviera sorprendido, habían sido años de ver cosas que nunca podría explicar, esto, por lo menos, lo acercaba un poco a una respuesta. ―No sabía que me había enlistado para cazar monstruos come gente. ―dijo el chico y junto a otros se echó a reír. ―Te reclutaste exactamente para eso, soldado ―respondió el general con una seriedad mortal dejando a todos en silencio por un momento. ― ¿Usted en verdad espera que creamos en demonios? ―No solo en demonios ―para sorpresas de todos, Kairi hablo, ella estaba cómodamente balanceándose en la silla de oficina, con un lápiz entre sus manos y mirando al joven―. ¿Qué dices de los vampiros, hadas y lobos? Tampoco hay que olvidar a los brujos. ―Digo que son cuentos de hadas, leyendas solamente. Kairi rio, miro al general que había permanecido inmóvil frente al salón. ― ¿Se lo dice usted o se lo digo yo? ―pregunto la chica con ironía y volvió a sus apuntes. Los generales y jefes de la policía estaban enterados ahora más que nunca del mundo de las sombras, al estar mermada la fuerza angelical, los mundanos habían tenido que tomar el problema en sus débiles manos, habían recolectado los escritos sagrados de los Cazadores de Sombras y ahora interpretando toda aquella información intentaban destruir a los enemigos demoniacos sin mucho éxito hasta ahora. ―Todas las leyendas son ciertas. ―dijo el general haciendo que el silencio se posara en toda la sala, el hombre dejo de lado su posición como superior y miro a cada uno de los presentes―. No espero que lo crean solo porque les mostramos estas ilustraciones, pero les pediré que lo consideren. abran sus mentes, jóvenes, porque la humanidad necesita que lo hagan. Los soldados se miraron unos a otros, la comedia se había ido y quedo la duda, para los superiores era un buen comienzo. ―Seguiremos con estas reuniones próximamente, ahora vayan y mediten la información que acaban de recibir. Retírense. La habitación se vacío rápidamente con una ola de comentarios bastante ordinarios para la situación. Oscar y Micah se quedaron en el pasillo, ambos estaban desconcertados. ― ¿Es lo que ves? ―pregunto Oscar sin rodeos―. ¿Demonios? Micah movió su cabeza. ―Nunca he visto algo así, solo... Se quedó en silencio cuando miro a la chica de cabello negro y rasgos asiáticos acercándose a ellos. Kairi no era una chica tímida, lo demostró al mirar fijamente a los ojos de Micah al pasar por en medio de ambos lentamente. El chico le siguió con la mirada hasta que ella se perdió al dar la vuelta en el pasillo que daba a la zona de entrenamiento físico. Noto sus ojos, por primera vez ella estaba sin anteojos y sus ojos eran de un negro profundo, casi imposibles. ―Eso fue intenso ―dijo Oscar sorprendido―. ¿Sera que le gustas? Micah no respondió a ello, pero si hablo a su amigo. ―Me han dado ganas de entrenar un poco ¿Qué dices? Oscar rio. ―Digo que creo que te arrepentirás, pero claro, te acompaño. Entonces ambos se dirigieron al área de entrenamiento en donde Kairi estaba. * * * El ambiente ya estaba por mucho encendido, ahora era más que un área de entrenamiento, en el tapete que estaba en medio del gran almacén había uno de los compañeros de Micah y Oscar intentando ponerse en pie. Kairi miro de nuevo a Micah y dejo de quitarse los guanteletes, ella se acercó a él, ambos notaron que respiraba un poco fuerte. ― ¿Qué dices? ―le pregunto la chica mirando a sus ojos verdes―. ¿Un mano a mano? Micah estaba a punto de rechazar su invitación cuando Oscar le entrego un par de manoplas para que se las pusiera. Le ofreció una mirada cansada a su traidor amigo que tenía un rostro de entusiasmo exagerado. ―Vamos ―le dijo Kairi colocándose la protección del rostro―. Seré amable, lo prometo. Oscar se inclinó hacia Micah cuando él había terminado de colocarse el quipo. ―Te lo digo ―le susurro con emoción―. Le gustas. Micah estaba mucho más intrigado en la forma en la que los ojos de la chica brillaban de manera poco natural, entro a la zona de combate y ambos se prepararon. Kairi no cumplió su palabra, ella avanzo hacia Micah con una fuerte patada directa a su rostro que el chico apenas pudo esquivar. Se movió rápido, pero la chica lo era diez veces más rápida, ágil y pequeña, y en un segundo el chico se miró acorralado entre una ola de golpes y patadas y al final del área de combate. Resistió cuanto pudo, pero eso no fue mucho tiempo. Kairi lo golpeo en el rostro dos veces para después arrojarlo fuera con una poderosa patada en su pecho. Micah cayo lejos y en el piso duro haciendo que se quejara fuertemente por el dolor. Hubo murmullos de asombro y las felicitaciones hacia la chica no esperaron, ciertamente era talentosa, la mejor en el equipo para pelea cuerpo a cuerpo, ella podía mirarse pequeña e incluso indefensa por la belleza que exponía, pero realmente era fuerte e imparable. Oscar corrió hacia su amigo. ―Eso fue increíble, será mejor que te des por vencido. Micah solo pudo mirarle con incredulidad. ¿No había sido Oscar quien lo había empujado a esto? ―No me mires así ―pidió Oscar―. No sabía que era tan buena, te hará pedazos, mejor renuncia. Micah hizo una seña indicando precisamente eso. Los que les rodeaban se sintieron decepcionados, pero aun cuando fueron unos segundos, ese fue una excelente demostración de poder por parte de Kairi. ― ¿Ahora crees lo que te digo? ―pregunto Oscar mientras ayudaba a su amigo a levantarse con cuidado del piso―. Le interesas. Micah rio incluso con el dolor que eso implicaba. ―Claro ―le dijo con ironía sobando su propio cuello―. Se nota que está loca por mí. * * * Nada había cambiado, estaba el mismo jardín descuidado, el letrero de madera con el lobo y la luna descolorida, Alec lo miro y suspiro fuertemente antes de entrar al bar. Fue como si un troll con pelaje rosa hubiera entrado a un baile del blanco y negro, Alec y Maia resaltaron e hicieron que cada submundo que se encontraba ahí giraran sus miradas y dejaran de hacer todo cuanto hacían para observarlos, parados en la puerta tan deslumbrados como un siervo en el camino. Alec aclaro su garganta y se acercó a la barra jalando a Maia con él e intentando verse de los más ordinario posible, Alec no era exactamente el mejor en crear planes, no del tipo de plan que normalmente funciona. ―Hola ―dijo el chico al barista que no dejo de mirarlo, un hombre musculoso de casi dos metros de altura. ―Quisiéramos algo de beber. Maia rodo los ojos al cielo. ―No servimos a niños, ve a la nevería de la esquina. ―respondió el hombre. ―Tengo dinero. Maia cerró los ojos con dolor. El hombre se acercó con un movimiento brusco a Alec. ― ¿Quieres que te diga en donde pondré tu dinero, niño bonito? Alec no se inmuto aun cuando Maia le sostuvo el brazo. ―Quiero que si quiera lo intentes ―le respondió Alec desafiante y una risa se escuchó desde el fondo del bar. ―Aun cuando su raza esta exterminada, ustedes siguen siendo arrogantes. ¿Ese también es un don sagrado? Alec busco el rostro del hombre que se acercaba a ambos, Tenía un color de cabello café oscuro con canas por encima de sus orejas, aun así, su rostro no era el de un hombre mayor. ― ¿Qué buscas aquí, niño del ángel? Maia y Alec compartieron una mirada. ― ¿Sabes quién soy? ―pregunto sorprendido. El hombre dejo libre una sonrisa que hizo que a Maia se le helara la piel. ―Sé lo que eres, lo que no sé es que haces aquí. ― ¿Quiere que nos encarguemos, señor? ―pregunto una chica con cabello blanco. ―No ―respondió el hombre―. Está bien, Gretel, dejémosle que expliquen su presencia aquí, estoy aburrido. ― ¿Eres su líder? El hombre tenía a su lado a la chica de cabello blanco que les miraba como si estuviera a punto de morderles y al otro a un hombre que se miraba incluso más temible que él. ―Soy Gabriel ―dijo―. Ellos son mis segundos al mando, Gretel y Alaric. ¿Quiénes son ustedes y que quieren con mi manada? ―Soy... Alec, ella es Maia ―ambos chicos compartieron una mirada sin poder decir nada más que pudiera identificarlos, simplemente eran dos chicos que no sabían lo que hacían, pero para una presentación era el tipo de cosas que debías omitir. ―Y... Estamos buscando a alguien, el dueño de este brazalete. Alec les mostro y Gretel hizo un ruido que se pudo describir como de enfado. ― ¿Y cuáles son tus intenciones con el dueño de ese brazalete? ―pregunto la chica sin amabilidad. Ahora Alec estaba seguro de que habían llegado al lugar apropiado. ―Creemos que ataco a Maia y... Maia ahora es... ― ¿Y eso que? ―pregunto Gretel―. ¿No te haz enterado? No hay más leyes a seguir, si Leo la mordió fue un accidente y se queda así. ―Gretel, ―le llamo el líder para pedirle prudencia. ― ¿Qué? ―exigió la chica―. Míralos, Gabriel, son solo un par de niños que no saben lo que hacen. ―Él no está solo ―le advirtió el líder con sus labios apretados. Alec estaba muy seguro de que siempre lo había estado y pensar en que se refería a Maia era algo inquietante. ―No queremos problemas ―le respondió Alec―. Necesitamos ayuda, que enseñen a mi amiga a no estar en peligro. ― ¿Sabes lo que paso la última vez que nos metimos con un Cazador de Sombras? ―le pregunto Gabriel. Alec dio un paso al frente. ― ¿Haz mirado a otro Cazador además de mí? Gabriel dio un paso más al frente, Alec nunca se había mirado tan pequeño para Maia. ―Tu padre ―le dijo y Alec se quedó sin poder hablar. Maia estaba a su lado y como siempre fue ella la que le ayudo. ―Su padre murió hace ocho años ―aclaro Maia―. Están equivocados. Gabriel movió su cabeza hacia el consternado chico. ―Es verdad, pero tu tutor, el de la enorme cicatriz en el rostro. Alec sabía muy bien de quien hablaba. ―Oh. ―exclamo con decepción. Gabriel se molestó. ―Hace un par de años nos vimos envueltos en una guerra contra unos demonios Libis, fuimos en busca de los únicos Cazadores de Sombras que sabíamos seguían con vida, tu padre se negó a ayudarnos diciéndonos que no tenía por qué hacerlo. Ese maldito. Como pudimos nos deshicimos de los demonios, diezmo a la mitad de nuestra manada, pero lo conseguimos. Cuando volvimos para cobrar cuentas con él, mato a por lo menos diez de nosotros. ―miro al chico y se acercó aún más de una manera amenazante―. Ahora estas aquí, tú, pidiéndonos ayuda cuando tu padre nos la negó. Alec trago con fuerza. ―No soy mi padre. ―Maldita sea. ―La voz que surgió desde detrás de Gabriel y los demás lobos sonaba divertida. ―hice una apuesta con un amigo, ahora le debo diez dólares. ― Raphael ―le llamo Gabriel cuando los lobos se abrieron ante su paso como si él fuera radiactivo, pero Alec no lo miraba como una amenaza, era pequeño, no mayor a él mismo. ― ¿Qué haces aquí? El chico llamado Raphael se acercó al círculo que se había creado alrededor de Alec y Maia. Raphael miro a Alec y Maia de pies a cabeza, después se dirigió a Gabriel. ―Tengo problemas con dos de mis niños, necesitaba la ayuda de tu clan, pero, veo que tienes problemas propios con tus cachorros. ― ¿Qué creen que somos, beneficencia? ―se quejó Gabriel―. Raphael, estamos al tanto en el lio que están armando tus niños, una neófita y un renegado, encárgate tú mismo ya que no es algo que nos incumba. ― ¿Que no te incumbe, dices? Esto no es un ataque demoniaco, son submundos y si no los detenemos los humanos no tardarán en encender sus antorchas y vendrán por nosotros. ― Que lo intenten. ― ¿Estás loco? ―respondió Alec y todos le miraron como si hubiera hablado en otro idioma―. Los humanos no son el enemigo, no le harás daño a ninguno de ellos, no lo voy a permitir. Gabriel se acercó a Alec, Maia se asustó, pero Alec no se movió ni un poco, lo enfrento. ―No estás en ninguna condición para amenazar, niño. ―Tu tampoco. ―respondió Raphael―. Si me lo preguntas, creo que un cazador de sombras es capaz de matar a por lo menos diez de los tuyos antes de que tú puedes hacer cualquier cosa. ―No él, no fue entrenado. ― ¿Y crees que si lo lastimas su padre se quedara tranquilo? ―le reprocho Raphael y claramente Gabriel reacciono tensando su cuerpo―. ¿Qué fue lo que te dijo aquella vez? ―se burló el joven vampiro. ― "Si te acercas a mi o a mi hijo, iré por ti y tu manada, y los matare" ―repitió oscuramente Alaric que al parecer no estaba de acuerdo con su líder. ―Tampoco creo que se quede tranquilo ―le dijo y Gabriel gruño por lo bajo. En cierta forma a Alec no le sorprendió escuchar algo así con respecto a su tutor, él mismo había mirado las habilidades de Hodge, sin embargo, no era capaz de entender porque a pesar de ser tan fuerte no tenía ninguna intención en ayudar a los submundos o si quiera a los humanos. Cada vez que se percataba de este tipo de cosas con respecto a su padre, se creaba un sentimiento oscuro dentro de él, en muchas ocasiones había deseado tener más entrenamiento, más conocimientos que le ayudaran a salvar a las personas, pensar en el hecho de que su padre tenía todo eso y que no hacía nada, era insoportable. ―Yo lo hare ―dijo el chico con sus puños apretados y captando la atención de todos en la habitación―. Yo matare a esos vampiros. Las miradas de incredulidad le bombardearon incluso hubo ligeras risas de burla. ―Ninguno de ustedes lo hará, ¿cierto? lo hare, me ofrezco. Gabriel resoplo. ― ¿Y lo harás solo por el bien de los mundanos? ―No ―respondió Alec―. Yo les quitare de encima a esos dos vampiros y al riesgo de que los mundanos intenten cazarlos, pero ustedes ayudaran a Maia, ―le señalo, ella tenía ojos muy abiertos y asustados―. Ese es el trato. Gabriel miro a Gretel y a Alaric para después acercarse a Maia, él levanto su mano para que ella inclinara su cabeza y revisar los rasguños de su cuello. ― ¿Cuándo paso esto? ―le pregunto. Maia trago con fuerza. ―Hace dos noches, creo. ―Luna llena. ―dijo Gretel. Gabriel soltó el cuello de Maia. ―Leo esta fuera de control, Gretel, debes detenerlo. Gretel levanto la mirada y acepto el reproche con dignidad. ―Lo hará mejor, pronto ―le aseguro a su líder. Gabriel suspiro. ―Quisiera ayudarte, ―le dijo mirando a Maia e ignorando por completo a Alec, para el joven eso era aceptable―. Pero como puedes ver, incluso nosotros estamos teniendo problemas con los nuevos convertidos, podemos enseñarte e incluso darte un lugar en donde quedarte, pero asegurar que no lastimes a alguien más, es una promesa que no puedo hacer. Maia y Alec se miraron, el darse cuenta de que Maia podría ser siempre un peligro para cualquiera cayó sobre ellos con demasiado peso. ―Yo si ―fue Raphael quien hablo, ese vampiro con rostro divertido tenia siempre una sorpresa para mostrar―. Puedo ayudarte. Puedo ponerte en contacto con el Praetor Lupus. ― ¿El qué? ―preguntaron al unísono ambos chicos. Raphael sonrió aún más mostrando sus blancos colmillos. ―En verdad no saben nada, ¿cierto? Como sea, estoy seguro que un solo miembro de ellos podrá ayudarte más que una manada que parece estar tropezando con sus propios pies. ―antes de que Gretel dijera algo, Raphael levanto su mano para detenerle―. Dos vampiros causando estragos, lo sé y lo acepto, ahórranos tus lamentos. Ahora era Gabriel quien sonreía. ―Tú y ese amigo brujo tuyo tienen una gran posibilidad de sacarnos de problemas ¿cierto? ―No somos beneficencia. ―dijo Raphael sonriendo y repitiendo las palabras de Gabriel. ―Bien, sácanos de este lio y estaremos a mano. ―No me lo parece, pero por lo menos tengo a alguien que... ―miro a Alec como si hubiera ganado el más pequeño de los premios de feria―. Pondrá en cintura a esos dos. Lo intentare. Pensó Alec. Y todas las miradas sobre él, incluso la de Raphael, tenían las mismas dudas que él tenía sobre sus capacidades. El amable Raphael sonrió. ―Todo arreglado entonces ―toco levemente el brazo de Alec―. Te espero afuera, ella debe quedarse aquí por lo menos esta noche, y pronto vendrá alguien de Praetor por ella. Alec asintió. Los lobos se habían repartido por el lugar, al parecer el interés en ellos había desaparecido como lo habían hecho Gretel y Gabriel quienes habían murmurado algo sobre ir a ver a Leo. Alaric se quedó después de que Raphael salió. ―Pueden estar aquí el tiempo que quieran ―les dijo con tranquilidad―. Por si necesitan, ya saben, despedirse. Eso fue de lo más poco alentador para ambos. ―Gracias, ―respondió Alec y el hombre les dejo solos. ―Quisiera que Micah estuviera aquí. ―dijo Maia sorprendiendo a Alec por completo―. ¿Tú no? ¿No lo echas de menos? ―Claro, pero... no hace mucho que lo vimos y lo miraremos de nuevo, pronto. ―Si estuviera aquí, él te sostendría y no te dejaría ir a ningún lado. Alec rio a eso ya que ya había pasado antes. ―Sí, sin duda lo haría. ―Dime que sabes cómo matar a dos vampiros. ―Sé cómo matar a dos vampiros. ―Ahora dilo de una manera en la que realmente te crea. Alec rio y abrazo a su amiga. ―Estaré bien y tú también, te ayudaran y estarás mejor. Maia, lo lamento, lamento que estés pasando por todo esto. ― ¿Es una broma? estas ayudándome tanto y ahora tú iras a... ―No te preocupes por eso, estaré bien, estaremos bien, ya lo veras. ―Te veo mañana a primera hora ¿cierto? Alec la presiono con más fuerza, ahora podía hacerlo, ahora Maia era tan fuerte como para soportar su abrazo, no quería mentirle, pero darle tranquilidad a su amiga era mucho más importante. ―Claro ―le dijo sin mirar su rostro―. A primera hora. * * * Alec salió del bar y se encontró con Raphael esperándole cerca de la calle. El vampiro le observo detenidamente haciendo que el Cazador se detuviera en medio paso. ― ¿Pasa algo? ―Te están observando ¿No lo sabes? Alec miro en todas direcciones. ― ¿Mi padre? ―pregunto con cierta alarma. Raphael sonrió. ―Supongo que lo sabrás cuando llegue el momento en que debas saberlo. ― ¿Siempre eres tan enigmático? ¿Viene con el paquete de ser un niño de la noche y eso? La sonrisa encantadora de Raphael se amplió. ―Supongo que sí. ¿Estás listo? ―Claro, amm... con respecto a estos vampiros, ¿Hay una posibilidad de que ellos desistan de su comportamiento? ― ¿Crees que no he intentado hablar con ellos? Fue mi primera acción, pero ellos no me escucharan. ― ¿Por qué no? ―No soy su líder. ―Y su líder... ―A Camille no le importa lo que pasa con los mundanos, tampoco lo que les pase a ellos dos, créeme, no hay vuelta atrás para ellos. Y no debes tenerles compasión, asesinaron ya a casi treinta personas en solo dos noches, entre ellas a un par de niños. Alec cerró los ojos con dolor. ―Debes detenerlos, Alec. ―Lo hare. Raphael entrego un pedazo de papel al chico con una dirección. ―Estarán ahí esta noche, es un bar clandestino que no respeta el toque de queda, un lugar perfecto para beber sin que nadie llame a la policía. ―Claro. ―Y una última cosa ―dijo Raphael acercándose a él―. Sin importar lo que veas, o a quien veas, debes tener muy presente que sea cual sea ese rostro, ahora no es más que una máscara que intentara usar en tu contra. No confíes, Alec Lightwood, no confíes en nadie. Alec quiso pedir una explicación mucho más clara a ese último comentario, pero en un parpadeo Raphael se había ido dejándolo en el borde de la noche fría, con un trozo de papel en su mano y una desgastada daga en su tobillo. * * * Viajar en el subterráneo en dirección a acabar a dos vampiros no era exactamente como quería acabar su noche, pero era un precio bajo a pagar por la ayuda que Maia ahora recibiría. Alec se quedó sentado en unos de los lugares al final del vagón que estaba por completo iluminado y que solo le permitía ver su propio reflejo a través del cristal, tenía el gorro de su sudadero puesto y ambos cables de sus audífonos salían desde el interior de donde le escondía el rostro. Pensaba y pensaba en una forma de asesinar a un vampiro, el tren se detuvo, las puertas se abrieron y él salió pisando el firme cemento de la estación, pero no lo había resuelto, Alec no tenía una idea de cómo matar o incluso enfrentar a dos vampiros, se encogió de hombros y se dijo a sí mismo: Por lo menos me he despedido de Maia. Ese fue su consuelo en el siguiente trayecto hacia el centro nocturno; Maia estará bien, el amable vampiro Raphael le ayudará, Maia estará bien. El lugar estaba, para su mala suerte, en un oscuro callejón, se notaba el alboroto dentro por la música que retumbaba en las paredes, miro el letrero de neón y sin dar paso a la duda entro al edificio. El ambiente estaba en su apogeo, había cuerpos brincando y meneándose en todas direcciones al ritmo de las percusiones de la música que hacían retumbar sus oídos y su pecho. Claramente no era un lugar de mundanos, los ojos rojos y los colmillos resaltaban en todas direcciones, además de la falta de portero en la entrada, seguramente había un poderoso glamour que evitaba que los mundanos se acercaran. Camino por entre los cuerpos para acercarse a la barra en donde un joven de cabello dorado le sonrió como si hubiera mirado a un viejo conocido. ― ¿Qué bebes, Nefilim? ―le pregunto el chico con ojos color plata. Alec inclino su cabeza y logro ver las orejas en punta que salían a través de su cabello interesantemente peinado. ―Lo que me recomiendes ―le dijo Alec intentando esconder su falta de interés en cualquier cosa que no fuera su misión. El chico le sonrió de nuevo, si Alec hubiese sido más perceptivo se hubiera dado cuenta del claro interés que el chico hada mantenía sobre él. Pero no lo hizo o quizás solo lo ignoro por no estar interesado. El hada le entrego un vaso con una bebida azul, Alec la aparto, no caería en eso de nuevo. Su admirador le miro sonriendo una vez más. ― Te están observando ―le aseguro―. ¿Me dirás por qué? Alec presto un poco más de atención al barista, su afirmación le causo curiosidad ya que era la segunda persona que le hacía un comentario similar. ― ¿A qué te refieres? El chico hada bajo la mirada y fingió estar ocupado con un par de vasos de vidrio. ―Olvídalo, si necesitas otra cosa ―le guiño el ojo―. Estaré por aquí. Alec se quedó en el bar por un tiempo a la espera de la aparición de los temibles vampiros, su teléfono había sonado unas cuatro veces con el nombre de su padre resaltando en la pantalla, quizás era que estaba ansioso y no pensó en la mala que sería la idea de no responder a sus llamadas. Le colgó en cada ocasión ignorando por completo el teléfono y regresándolo a su bolsillo, pasaron dos horas y con ese tiempo el ambiente parecía estar entrando en una fase de tranquilidad, el DJ había bajado la intensidad de las percusiones y ahora los cuerpos en la pista se movían lenta y sensualmente. El hada barista había traído dos bebidas más a Alec asegurándole que eran cortesía de la casa, en la cuarta bebida un número telefónico había sido garabateado en una servilleta, cuando Alec miro al hada para una explicación, este le sonrió y guiño el ojo. Alec no necesito más explicación. Tomo la servilleta y la guardo en su chaqueta para deshacerse de ella más tarde, cuando el chico no estuviera mirando. El club comenzó a vaciarse poco a poco, fue entonces que decidió que quizás no encontraría a los vampiros asesinos precisamente divirtiéndose ahí, cuando era más que claro que sus diversiones caían sobre otro tipo de actividades. Salió por la puerta trasera del bar caminado seguro y escuchando al barista despidiéndose amablemente con un "Llámame". Alec se hubiera sentido halagado de no estar en la situación en la que estaba. Al estar en el frio y húmedo callejón y evitando cualquier mirada ya que parecía que su sangre de ángel resaltaba luminosamente como el letrero de neón. Escucho un par de conversaciones de los vampiros que ahí estaban. ―Pueden hacer lo que quieran, Lady Camille no les reprenderá, ella es generosa y nos da placeres. Lady Camille, según entendió Alec era la líder del clan al que Raphael pertenecía, aun no sabía mucho de Camille, sin embargo, el que ella no hiciera nada para evitar los asesinatos le causo un sentimiento de desaprobación ante sus maneras de liderar. ―Eso crees, pero los mundanos se están alertando, ellos comienzan a sospechar. ―Tenemos nuestros Glamours para escondernos. ―Y ellos a gente que puede pasar sobre nosotros, basta con uno de ellos para que nos puedan encontrar, alguien debería detener a esos dos. ― ¿Por qué no lo haces tú? ―pregunto su compañero. El chico dejo salir una risa irónica. ― ¿Qué crees que les hagan a vampiros que matan a otros vampiros? ―Por lo menos yo te rociaría con agua sagrada y miraría como te consumes en tu propia piel. ―Exacto. ―respondió el vampiro―. Vaya, mientras no sea nuestro pellejo, que esos dos maten cuantos humanos quieran. A esta hora ya deberían de estar cazando. ― ¿Quieres unírteles? ―pregunto su compañero con cierto temor a su respuesta. ―Claro que no, pero sé que por lo menos en los últimos dos días han creado una clara rutina. Deben de estar ahora cerca del Dumort, ya sabes, esperando. Esperando a víctimas. Pensó Alec con el estómago revuelto. Deben estar cazando, recordó y no quería, bajo ninguna circunstancia, llegar tarde, esto no era ya solo por Maia, esto era algo que debía hacer, debía proteger a los humanos, costara lo que costara, no miraría a un humano morir esa noche. Corrió. El Hotel Dumort estaba a unas cuantas cuadras de ahí y sabía que no le tomaría mucho tiempo llegar y más aún si corría sobre los techos, podía sentir el frio aire chocando en su rostro y como su piel se entumía cada vez más por lo gélido del ambiente, pero no le importaba, necesitaba llegar antes de que fuera demasiado tarde, antes que pudiera arrepentirse de cualquier cosa. En esta área el toque de queda parecía estar siendo respetado, no había nadie en las calles y solo podía escuchar al viento que seguía torturándole. Llego al callejón lateral del gran edificio, intento con todas sus fuerzas hacer memoria, esta clase si la había tenido, su padre había tomado como primer enemigo en su limitada instrucción a los vampiros. Son rápidos, escucho la voz de su padre en su cabeza, no muy predecibles, pero siempre, siempre, observa sus ojos, porque no puedes confiar en ellos e intentaran engañarte... ―Busca el momento de ataque en sus ojos ―murmuro repitiendo las palabras dichas por su padre. Movió su cabeza, tomo su daga y se preparó para una batalla―. Eso hare. Todo paso demasiado rápido, la adrenalina le inundo el cuerpo cuando escucho los gritos de ayuda que venían de la calle trasera. Alec corrió hacia allá de inmediato y sin titubear. El escenario fue peor de lo que se imaginó, había dos chicos pegados a una de las paredes de ladrillo, ellos gritaban y lloraban por ayuda y, peor aún, todo su rostro, parte de su cuello y hombros estaban cubiertos de sangre. Alec dio un paso hacia ellos y poco después noto él porque del terror de los chicos, una sombra les acechaba desde la oscuridad del callejón, observo los ojos rojos y Alec se colocó frente a ambos para protegerlos. Levanto su daga y le murmuro a la hoja el nombre de un ángel, esta se encendió iluminando el lugar y dejando a los dos jóvenes en silencio por un momento. ― ¡Cuidado! ―le advirtió el joven―. ¡Ellos quieren matarnos, ellos... ellos no son humanos! Alec no giro a verle, otra regla era no distraerse. Pudo ver con claridad su objetivo y se dispuso a atacar. ―Yo tampoco ―dijo y corrió hacia el vampiro. Ambos cuerpos chocaron y sintió la presión de una de las manos sobre su garganta, este lo levanto del suelo y lo arrojo hacia la pared de ladrillo. El aire se fue de sus pulmones por unos segundos debido al fuerte impacto, pero lo había conseguido; ahora toda la atención del vampiro estaba sobre él. Tosió y se incorporó sobre sus rodillas esperando el siguiente golpe, este llego en forma de patada que le hizo caer al suelo con su rostro chocando duramente contra el pavimento. Y ambos estaban un par de pasos más lejos de los dos chicos. ― ¡Corran! ―les grito Alec y ambos despertaron del aturdimiento que estaban teniendo y ayudándose uno a otro comenzaron a alejarse. El vampiro giro su rostro hacia ellos, pero Alec movió su mano con velocidad para golpearle el rostro. ―Yo soy tu problema ahora. ―Lo haz sido desde hace tiempo, Alec ―dijo el vampiro y Alec se quedó inmóvil por unos segundos. ¿Cómo era que sabía su nombre? Hasta donde sabia los vampiros no leían mentes. El vampiro noto el desconcierto en Alec y sonrió. ― ¿No me recuerdas? ―le pregunto acercando su rostro y saliendo de las sombras―. Somos viejos amigos. Era Elliot. ―Como si no tuviera ya suficientes ganas de matarte ―la voz de Alec salió con esfuerzo debido a la ya debilidad de su cuerpo―. Eres quien esta asesinando. ―No puedo llevarme todo el crédito. ―confeso Elliot y golpeo de nuevo a Alec haciéndolo rodar por el piso. Podía sentir las heridas surgiendo una a una cuando las piedras le abrían la piel. ―No espere que fueras tú el que intentara detenernos, escuche que Raphael estaba mostrando interés en nosotros, nos preparábamos para matarlo. Alec se puso de pie, podía sentir la sangre corriendo por su frente y mejilla, él había mejorado con su daga, a pesar del maltrato del vampiro, no la había soltado. Solo necesitaba una oportunidad para lograr hundirla en el pecho del vampiro. Sabía que era inútil, aun así, lo intento. ―Debes detenerte ―le dijo de manera diplomática―. Si continúas matando, yo deberé... ― ¿Tu? ―se burló Elliot―. No eres capaz de matarme, no puedes, eres solo un intento de cazador. ―Y también soy muy obstinado. Alec tomo impulso y se dirigió de nuevo hacia el vampiro, este lo esquivo sin problemas. El cazador volvió y fue sujetado de nuevo por Elliot, este mostro sus colmillos y Alec le golpeo el rostro con todas sus fuerzas haciéndole retroceder dando tumbos hacia atrás, no dejo la oportunidad de continuar con su ataque, intento atravesar su corazón, pero Elliot sujeto su brazo. ―Te lo dije, no tienes la fuerza. ―le dijo Elliot burlándose. ―Te lo dije, soy obstinado. Tomo por sorpresa al vampiro ya que no se había dado cuenta en que momento Alec había conseguido otra arma. Fueron solo unos segundos antes de que la mano de Alec con la estaca de madera apareciera como una serpiente dispuesta a atacar. Elliot abrió mucho los ojos al ver la punta del arma a un centímetro de su pecho, apenas había logrado detenerle antes de que le matara. ― ¡Eres una verdadera molestia! ―le gruño y violentamente arrojo a Alec de nuevo hacia la pared―. Estoy muy ansioso por beber tu sangre. El mundo fue borroso para Alec por unos segundos, aun así, ya estaba en la acción de ponerse en pie. ―Voy a matarte antes. ―dijo Alec escupiendo sangre. ―Apenas puedes estar en pie, ríndete ya, te dejare vivir si me dejas... ― ¿Usarme como alimento frio? ¿Vas a ponerme en una nevera? ¡Púdrete! ―Tu sangre es demasiado valiosa, no seas tonto, vive. ―Tu oferta es generosa, gracias, pero... Alec no termino su oración, lanzo la estaca hacia Elliot con tanta fuerza que cuando el vampiro la esquivo y esta se estrelló en la pared solo surgieron pequeños fragmentos de madera y estillas. ― ¡Maldita sea! ―se sorprendió el vampiro―. ¡En verdad quieres matarme! ― ¡Voy a matarte! ―Eso no es muy amable. ―La voz que surgió desde las sombras fue dulce, infantil y en extremo conocida para Alec―. Harás que me ponga triste. Hubo un relámpago y la lluvia comenzó a caer como una cortina transparente. El corazón de Alec latió a mil por hora cuando giro su vista hacia la entrada del callejón, una silueta pequeña y esbelta se encontraba en pie a unos metros de ambos, tenía algo en sus manos, una figura oscura que arrastraba consigo. La figura dio dos pasos al frente, hacia la poca luz amarilla y opaca que brindaba el alumbrado público, Alec la miro, era su amiga, era Susan. Y lo que llevaba arrastras a su lado sujetando como si fuera un caramelo, era el cuerpo sin vida de unos de los chicos. Ella se había alimentado de él. Ella era un vampiro. ― ¿Qué hiciste? ―murmuro Alec sin poder moverse. Elliot no estaba seguro de a quien le preguntaba eso exactamente. Susan miro al cuerpo y después a Alec. ―Es una demostración ―explicó con inocente voz―. Te demuestro que sin importar lo que hagas o intentes, no podrás salvar a nadie. ―Quería salvarte a ti ―respondió Alec con un pesar profundo en su voz. ―Puedo oler tu sangre, Elliot tiene razón, es especial ―levanto su mirada, sus colmillos brillaron tras la sonrisa que le dedico a Alec―. Y la quiero. Susan se movió con la velocidad de un vampiro hacia Alec, aun cuando la vio venir hacia él, Alec no se movió, ¿Atacarla? Eso no lo podía hacer, había tanto pesar en su corazón por haber perdido a Susan, no por el hecho de que ahora fuero un vampiro, había conocido a un vampiro recientemente que se preocupaba más que por sí mismo. Los vampiros tenían alma, pero no ella, a ella la había perdido por el hecho de que era una despiadada asesina. Sus cuerpos chocaron y el de Alec salió disparado hacia la pared de concreto, se escucharon sus huesos chocar contra el muro y su caída llego con una ola de dolor que le dejo sin aire y sin energía para levantarse de nuevo. Ambos vampiros se rieron de él. Después de todas sus amenazas, ahora solo estaba dejando que hicieran de él cuanto quisieran. ―Intentaste salvarme ―dijo Susan caminando alrededor de él―. Aun cuando te dije que no tenías que hacerlo, eso fue lindo, eres un buen amigo y por eso no te voy a matar. La chica se arrodillo frente al rostro ensangrentado de Alec. ―Vas a vivir, vas alimentarnos y miraras como bebemos la vida de los estúpidos mundanos, ¿No es divertido? Es muy divertido. En ese momento todo pareció ir en cámara lenta, cerró los ojos con dolor, y tras sus parpados apareció el rostro de Raphael repitiendo su advertencia: Sin importar lo que veas, o a quien veas, debes tener muy presente que sea cual sea ese rostro, ahora no es más que una máscara que intentara usar en tu contra. No confíes, Alec Lightwood, no confíes en nadie. Pero Susan no era Nadie, Susan era su compañera de clases desde tercer grado, habían crecido juntos y... ―No te muevas, Alec. No quiero lastimarte. Ella se acercó a su garganta, Alec cerró los ojos y una voz llego a sus oídos, una que había dejado de oír hacia ocho años: No te rindas, no dejes de luchar. La voz de su padre surgió desde algún rincón de su mente y como una ráfaga de aire frio, la voluntad llego a él. ―Lo siento ―dijo tomando la mano de Susan―. Hoy no estoy en el menú. Alec aprovecho el desconcierto de la chica para levantarse y usar la fuerza que le quedaba para empujarla y que se alejara de él. Susan lo miro como si le hubiera traicionado de alguna manera. ―Alec ―le llamo intentando reprenderlo―. No seas tonto, no puedes contra nosotros. Ella dio un paso hacia él como un gato indefenso que busca aceptación. ―Tu no vas a lastimarme, no me lastimarías ¿cierto, Alec? ―No quiero ―confeso el cazador mirándola con desesperación―. Pero después de lo que haz hecho... ¡No me queda más opción! Elliot dio un paso al frente preocupado por la advertencia de Alec. ―No la vas a tocar. ―Le amenazo. Entonces una solución se abrió paso dentro de sus minúsculas posibilidades. ―Pero a ti si ―le respondió con rabia y de la misma forma se abalanzo hacia él, no tenía más que su espada desgastada y aun así se aventuró a una batalla que podía considerarse perdida, para Alec la suerte siempre tenía un punto de peso en su vida. Sostuvo una pelea con el vampiro por varios segundos antes de que este le golpeara de nuevo en el rostro y Alec callera al suelo escupiendo sangre y tosiendo por el esfuerzo. Elliot miro a la vampiro. ―Es todo tuyo, preciosa. ―le ánimo y Susan se acercó a Alec. Entonces Alec reacciono y bajo toda posibilidad; lanzo un ataque a la chica con la estaca, uno que con mucho esfuerzo y gracias su nuevo poder como niña de la noche ahora poseía. Elle le miro extrañada y Elliot enfurecido. ―Creí que... ―dijo Susan mirando a Alec levantándose del suelo―. Creí que no querías lastimarme. ―Te lo advertí, te dije, te lo dije y no me escuchaste. ― ¡Alec! ―le llamo ella como se le llama a un niño que está haciendo alguna travesura―. No vas a lastimarme, no puedes, no debes. Los ojos de Alec estaban cristalizados cuando levanto su mano y señalo al bulto oscuro en el piso, la poca sangre que surgía de él se mezclaba con el lodo, sus ojos sin vida fijos para siempre hacia un mismo lugar y el rostro de terror tatuado aun en esa que fue su última reacción. ―Tu no debiste herirlos así, ellos estaban vivos, ¡vivos! Susan inclino su cabeza, una estela de reflexión apareció en su rostro, fue fugaz, pero por un segundo Alec miro una sombra de duda y peso por lo que acababa de hacer. Fue quizás solo un deseo infundado ya que Susan le grito que se callara y se movió hacia él con un gruñido de ataque. Alec la esquivo y le golpeo el rostro, su cabeza se movió violentamente hacia atrás dejándola paralizada por un momento. ―No vas a... no... no me lastimarías... no puedes. ¿Quieres matarme? La espada de Alec estaba tan viva como la furia del cazador y se encendió un poco más cuando este la levanto poniéndose en guardia, listo para matar a ambos. ―Ya estás muerta. ―respondió y despertó la furia de la vampiro, ella se le echo encima como un perro de ataque. Elliot grito su nombre para detenerla, había mirado las claras intenciones del Cazador de Sombras y no quería arriesgarse a que la matara. Pero Susan no le escucho y no detuvo su avance. Alec recordó el movimiento de Hodge, el mismo que uso contra Maia para sostenerla y lograr someterla, lo intento y por suerte funciono, la vampira estaba sin posibilidades de poder moverse bajo la rodilla de Alec, entonces él levanto la daga y apunto a su corazón. Elliot llego a ambos, pero solo logro que la estaca que iba dirigida al corazón de Susan terminara en su pecho. Ambos vampiros gritaron, es un pequeño umbral de tiempo entre el golpe y la desaparición, Elliot le dedico esos segundos, los últimos de su existencia a Susan. ―También fuiste mi debilidad ―le susurro antes de que se convirtiera en polvo y cenizas. Susan grito y lloro por él, estiro su mano para alcanzarle, pero donde antes estaba Elliot, ahora solo había aire sucio. Alec respiro profundamente y se dejó caer en el piso mojado liberando a Susan, la lluvia caía sobre sus hombros, pero se sintió aliviado de que hubiera terminado, seguía vivo, ambos lo hacían. Susan ahora libre estaba llorando. Alec se acercó lentamente y coloco su mano en su hombro. ―Está bien ―le dijo intentando consolarla―. Tenía que matarlo, pero tu estas bien y... Susan le miro, ella tenía sangre en lugar de lágrimas y dejo a Alec impresionado al verla. ―No ibas... tu no ibas a lastimarme. ―Claro que no, nunca te haría daño. ―respondió y uso su chaqueta para limpiar el rostro de la chica. ―Me usaste para... Alec se encogió de hombros. Tenía que hacerlo. Susan se levantó, ella no lloraba más. ― ¿Vas a perdonarme? ¿Aun después de...? ―miro al cuerpo del chico. ―Todos merecemos otra oportunidad, no es tu culpa que no te hayan ayudado a entenderlo cuando te transformaste. ―Eres muy bueno, lamento haberte herido. Lamento lo que hice, no debí, creí que podía hacer lo que quisiera, me sentía capaz de hacer lo que quisiera, creí que sería feliz para siempre. ―Ahora estas triste, pero pasara, tienes mucho tiempo para recuperarte y aprenderás, los vampiros pueden vivir con los humanos, puedes tener una vida normal, puedes Susan, déjame ayudarte. Susan le sonrió y por un momento fue su compañera de escuela, la que había tomado las fotos del ultimo baile y que se habían ganado el privilegio de estar en el periódico escolar, esa Susan aún estaba en esos ojos. ―Perdón, Alec ―le dijo sin borrar la sonrisa de su rostro―. Pero no puedes salvarlos a todos. Fue demasiado rápido e inesperado, Alec no había mirado que ella hubiera tomado la estaca que mato a Elliot, en un firme y decidido movimiento, Susan llevo el arma hacia su propio pecho y en un segundo del que quizás nunca podrá recuperarse, ella desapareció, un rastro de cenizas cayó al suelo con la lluvia haciendo que todo lo que alguna vez ella había sido se perdiera en el piso y viajara con el agua. ― ¡Nooo! ―grito Alec, pero era tarde, ella ya no existía. Se arrodillo en el espacio en donde antes estaba su amiga, el dolor comenzó en su pecho e intento salir por su garganta, se abrazó a sí mismo para evitar que eso pasara, agacho la cabeza y las lágrimas se confundieron con el agua de lluvia. No percibió el tiempo que paso antes de que sintiera una mano sobre su hombro, se exalto y giro su cabeza para ver a Raphael. Él llevaba un paraguas y un traje negro, curioso en alguien que se miraba de catorce años. ―Ella tiene razón ―le dijo con su voz amable―. No puedes salvarlos a todos y no debes culparte por ello. Alec se levantó con movimientos lentos, estaba herido, Raphael noto que era más que eso, estaba sufriendo de muchas maneras existentes. ―Cumplí mi parte. ―dijo Alec finalmente siendo practico e intentando ocultar sus verdaderos sentimientos. ―Lo hiciste ―le aseguro el vampiro―. Y aun cuando no pudiste salvarlos a ellos, salvaste a Maia y ella vale cualquier esfuerzo que hayas hecho hoy. ―miro al cuerpo, y los dos rastros negros que pintaron ambos vampiros perdidos en el concreto―. Salvaste más vidas hoy de las que te puedes imaginar, no olvides eso. Pero Alec no sentía que hubiera salvado a nadie. Movió la cabeza dándole la razón a Raphael, una mentira que pudo ser su mejor contestación. Raphael era más viejo y sabia y había conocido a muchos adolescentes, incluso recordaba cómo era ser uno. ―Quizás pronto lo creas, solo dale tiempo ―El vampiro saco un pequeño frasco de color azul, un gotero de vidrio con un líquido dentro y se lo ofreció. ―Me lo mando un amigo brujo, tú lo necesitas más que yo, te ayudara a curar tus heridas. Alec no se miró con ninguna intención de tomarlo, Raphael insistió. ―No tienes una estela ¿cierto? La hubieras usado ya, tómalo, considéralo como un pago por tu ayuda, ambos sabemos que en realidad de Maia se encargara la manada de Gabriel y el enviado del Praetor. Tómalo. Alec lo acepto finalmente y se tomó el tiempo de mirarlo unos segundos, tenía una pequeña etiqueta en ella con las iniciales MB separadas por el grabado de una vara mágica. ―Lo hiciste muy bien, Alec. Fuiste inteligente ―Raphael se miro indeciso al decir lo que a continuación dijo―. Debo admitir que esperaba que tu padre te ayudara, es una lástima que hayas pasado por esto tu solo. Alec guardo el frasco en el bolsillo de su pantalón. ―Saca esa idea de tu cabeza, mi padre no se involucrará nunca en este tipo de cosas, por lo menos no para ayudar. ―Eso veo, que suerte que te tenemos a ti. Alec le dedico una mirada molesta, ¿Eso había sido sincero? Difícilmente podía considerarse sincero. El vampiro rio y dio un paso hacia el chico. ―Lo digo en serio. Ahora ve a casa ―le dijo mientras se alejaba con la lluvia haciendo ruido en su paraguas―. Recuerda que hay escuela mañana. Alec se enojó aún más con el encantador y amable vampiro. * * * Los cazadores de sombras tenían los sentidos mucho más agudizados que cualquier humano, por esa razón su padre abrió la puerta del apartamento incluso antes de que Alec pusiera la llave en la cerradura. Hodge tenía el rostro preocupado y con la claridad de haberlo estado esperando por largo tiempo. ― ¿Dónde estabas? ―le exigió, pero su rostro cambio de enojo a asombro en cuanto noto la condición del chico―. ¡Por el ángel, Alec ¿Qué te paso?! Alec no respondió, solo quería llegar a su cama. Sus piernas le traicionaron y sucumbieron antes de que lo lograra, Hodge le atrapo y le ayudo a entrar. ―Estás helado, te preparare un baño caliente ¿Eso es sangre? Alec tampoco respondió a eso. En verdad estaba casi congelado, lo pudo sentir en el momento en el que su cuerpo entro a la bañera y toco el agua caliente, sintió un escalofrió sacudiendo sus huesos al entrar en el agua. Se turbio rápidamente por la suciedad que había en su cuerpo, el cambiarla no fue su prioridad ya que podía esperar, por lo menos a que dejara de temblar. Su padre entro con toallas limpias y tomo su ropa sucia, al mirarla pensó en que sería más útil el solo echarlas al cesto de la basura. ― ¿Dónde estabas? Estaba muy preocupado. No hubo respuesta. Hodge encontró el frasco que le dio Raphael en el bolsillo del pantalón. ― ¿Quién te dio esto? ―le pregunto sosteniendo la pequeña botella. Alec siguió sin responder. Solo se quedó recostado en la bañera con la mirada fija en las baldosas de la pared. ―Tendrás que hablar conmigo eventualmente ¿Sabes? Cambia el agua y usa jabón ―le ordeno y salió del baño llevando consigo el frasco. Cada movimiento era insoportable, pero lo hizo, dejo que el agua sucia se fuera por el resumidero y lleno la bañera de nuevo dejando que el jabón hiciera abundante espuma que comenzó a mover descuidadamente, pensar en la espuma era mejor que pensar en cualquier otra cosa. Hodge regreso en tiempo justo para cerrar la corriente del agua, se sentó en la orilla de la bañera y abrió el frasco azul, con cuidado vertió cinco gotas sobre el agua que se disolvieron rápidamente dejando un rastro azul, el vapor del baño comenzó a tener aroma, era como azúcar o algo dulce que se quemaba, le gusto el olor aun cuando no podía relacionarlo con ninguno otro que hubiera conocido antes. ―Date prisa ―le dijo su padre―. La cena esta lista. Fue como si su cuerpo comenzara a entumirse, el dolor fue desapareciendo y el moverse no parecía más una tortura. Salió de la bañera y se puso la ropa que su padre le había traído, un juego deportivo que también podía servir de pijama. Al entrar en la cocina seguía moviendo su cuello, midiendo el poder de sanación de la poción que había sido un pago, para él, no merecido. Hodge se había esmerado con la comida, había piezas de pollo sobre un gran tazón, vegetales y patatas, estas últimas siendo las favoritas de Alec. Se sentó a la mesa sin apetito. Había un vaso de leche al lado de su plato y su padre tomo de nuevo el frasco y vertió en ella una gota de la poción, el azul y el blanco giraron dentro del vaso hasta que el azul desapareció por completo. ― ¿Vas a decirme ya que paso? Alec tomo el vaso de leche y lo tomo todo de una sola vez, necesitaba curarse más rápido y era una excelente excusa para no responder a su padre. ― ¿Puedes por favor decir cualquier cosa? Solo para saber que aun puedes hablar. ¿Quieres que hable? Hablare. ― Maia está bien. Gracias por preguntar. Hodge se miró como si le hubiera golpeado. ―Me alegra, pero no me arrepiento de nada de lo que hice. ―La encadenaste a la cama. ―le reprocho firmemente Alec. ―Fue por tu bien. ―Mi bien hubiera sido que la hubieras ayudado. Hodge tallo entre sus ojos. ―Lamento que pienses así y que estés enojado conmigo, pero los asuntos de subterráneos no son nuestros asuntos, debes entenderlo. ―Maia no es solo un submundo, ella es mi mejor amiga. ―Si lo es, se mantendrá alejada de ti. Alec se levantó haciendo que su silla callera al suelo. ―Eso no va a pasar, voy a seguir ayudándola y seguiré ayudando a cuantas personas pueda porque eso es lo que hacemos, protegemos a las personas. ―Ya no más, eso se terminó. ―Mucho gusto para ti ¿cierto? Fue ahora Hodge quien se levantó alterado. ― ¡No tienes una idea, ni una maldita idea de lo que siento o pienso, no te atrevas a si quiera intentarlo! Alec se sorprendió, no recordaba haber mirado alguna vez a Hodge perdiendo su eterna compostura, le había gritado antes, siempre porque lo merecía de una u otra manera, pero nunca así, nunca con tanto dolor escondido en su mirada. Hodge respiro profundo y se acercó al joven, coloco sus manos en los brazos de su hijo. ―Solo intento hacer lo mejor para ti, quiero que vivas, que... ―respiro de nuevo fuertemente―. Algún día quizás lo entiendas, cuando crezcas y tengas a tus propios hijos, quizás entonces puedas comprender que cualquier sacrificio es poco solo porque ellos estén bien. Alec tenía dieciséis años, pensar en hijos era absurdo y ridículo para él. Hodge lo noto y le soltó. ―Ve a tu cuarto ―le sugirió―, descansa, hablaremos mañana después de la escuela. Alec no espero si quiera a pensarlo, se movió rápidamente alejándose de su padre y entrando a la tranquilidad de su habitación. Estar finalmente solo parecía ser, por ahora, lo único que necesitaba. * * * No puedes salvarlos a todos. Alec despertó de un sobresalto, se había quedado dormido después de largas horas de intentarlo y no conseguirlo, las últimas palabras de Susan le habían torturado despierto y en sueños, estaba sudando y con la ropa puesta, se llevó ambas manos al rostro para intentar despejar un poco la mente. Al mirar el reloj al lado de su cama pudo ver con agrado que no era necesario volver a dormir; era hora de comenzar el día. Entro a la ducha y salió con rapidez poniéndose un juego de pantalones que había encontrado en el piso y la chaqueta que había roto hacia una semana un demonio Kuri. Al pasar frente al espejo de su guardarropa pudo ver los moretones que aún estaban en sus pómulos y frente. Pensar en una mentira creíble para ellos sería difícil, pero podía hacerlo en el camino a la escuela. Respiro profundo antes de salir de su habitación, encontrar a Hodge no sería agradable, pero si algo inevitable y pensó en hacerlo de una vez por todas. Pero Hodge no estaba. En la mesa se encontraba un plato servido con panqueques, un tazón de fruta y un vaso de leche. Había una nota recargada en el vaso. Tengo una guardia, por favor come. Alec miro con sorpresa que el frasco MB también estaba en el menú de su desayuno y en la nota estaba una pequeña instrucción sobre su uso. PD. Solo una gota. Alec fue cuidadoso al verter el líquido azul en su bebida. Al fascinarse de nuevo con la reacción, bebió la leche nuevamente de una sola vez, dio un par de mordidas a uno de los panqueques y tomo con la mano un trozo de manzana. Al regresar a su habitación para tomar su mochila pudo ver de nuevo su reflejo, se acercó un poco más y lentamente ya que no creía lo que miraba, toco su propio rostro; los moretones y heridas se habían ido. El chico sonrió con asombro y maravilla. ―No sé quién seas, MB. Pero te debo un gran, gran agradecimiento. * * * La escuela no le ayudo a mejorar su ánimo, mucho menos la clase de literatura en donde no podía dejar de ver a los únicos dos lugares vacíos. Maia y Susan. Una paz aparente llegaba a él al pensar en Maia. Ella estará bien. Le había dicho Raphael y aun cuando no estaba seguro de ello, haría cualquier cosa para que eso pasara. Era una historia por completo diferente al pensar en Susa, aún tenía en su cabeza, su voz, sus manos, la estaca en su pecho, el polvo y hasta el olor a azufre que dejo al irse. Se llevó ambas manos al rostro, quizás ir a la escuela fue la peor idea que se le pudo haber ocurrido. Entonces una mano se colocó sobre su hombro, al girar pudo ver a Micah sonriéndole. Quizás ir a la escuela si fue una excelente idea. ― ¿Dónde te metes? ―pregunto Micah―. Te llame... muchas veces. ―Lo sé. ¿Cuál es tu problema? De nuevo esa sonrisa encantadora. Micah miro a todos lados, se acercó lo suficiente para poder susurrar y que nadie le escuchara. ― ¿Y Maia? ―había un claro y sincero sentimiento de angustia en su rostro―. ¿Ella está bien? ―Lo estará, solo necesita tiempo para... adaptarse. ― ¿Adaptarse? ¿Se unió a una secta o algo así? Alec rio, hablar con Micah era lo mejor que le había pasado en los últimos días. ―No ―lo pensó un poco―. No exactamente. ― ¿Me llevaras a verla? ―Esa es decisión de Maia, pero te extraña, me lo dijo. Se conmovió, pero la preocupación no se fue en lo absoluto. ―Esto de que me excluyan, no es agradable, nada, nada agradable. ―Nadie te excluye, es solo que... Micah levanto una mano frente al rostro de Alec para detener lo que iba a decir. ―Deja de mentirme, Lightwood. Tengo sentimientos. Alec rio de nuevo y sinceramente. Entonces la tarde mejoro, gracias a Micah, todo fue mucho mejor, por lo menos lo fue hasta el próximo ataque de demonios, la próxima vez que intentara salvar a alguien y la próxima vez que lo lograra o que fracasara. No puedes salvarlos a todos. Salvaste a Maia y ella vale cualquier esfuerzo que hayas hecho hoy. Perder y ganar, era la ruleta rusa que era su vida. Pasará lo que pasará; nunca dejaría de seguir intentándolo.
Nunca dejes de luchar. Le había dicho su padre. Continuara...
Ilustración de Mikaria J. Karter
Gracias por esperar cada actualización y ¡Gracias por Leer! ♥
@MayGraciel♥
ESTÁS LEYENDO
El Ultimo Cazador de Sombras
FanficAlec Lightwood, es un joven adolescente de la ciudad de Nueva York. El único Cazador de Sombras, una raza guerrera que desapareció después de la batalla del Círculo en la que Valentine Morgenstern cumpliese su cometido de sublevarse e intentar extin...