Capítulo 2

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Me sentí muy mal por lo qué había hecho, no me sentía orgullosa de haber convencido a Henry de todo eso, era una simple broma que sus padres no habían tomado muy bien. Henry había corrido a su cuarto cómo una ráfaga con lágrimas cayéndole por la mejilla. Aún recuerdo su cara de decepción al verme, esa sentimiento muy profundo de “Fue tu culpa”. Me había sentado al lado de mi mejor amigo en su alcoba, tratando de relajarlo sobre lo que habíamos oído decir sus padres. El silencio entre ambos me incomodaba, pero todo había sido mi culpa.
Tal vez el señor Harris no era exactamente alegre en cuanto a bromas. Siempre se la pasaba viendo por su trabajo y tratando de darle seguimiento a las cosas que ocurrían en casa. Yo, en ese instante qué me miró furioso por haber convencido a su hijo de hacer esa broma, ví que no era muy bien bienvenida. A mis padres no les molestaba que pasara algunas horas en casa de los Harris, pero a estos sí.

En vacaciones de verano, cuando fuimos todos de visita a un pueblo llamado Spring Heights, los señores Harris me trataban de cierta forma cortante. Entre dichas vacaciones, fuimos al museo de Spring Heights, y vendían helado en forma de flor, los Harris le ofrecieron a todos menos a mí, ya que según la señora Harris, el azúcar me volvía un poco más hiperactiva de lo normal; esa era la causa de las bromas, según ella. Me sentí mal y comencé a sollozar en silencio detrás de todos; entonces Henry se me acercó y me dio el suyo. Sucedió de nuevo cuando entramos al laberinto justo al lado de museo, me había perdido y no dejaba de llorar hasta que una chica, creo su nombre era Kristen, me ayudó a salir de ahí tomándome de la mano. El señor Harris me había visto y dicho: “Al fin te encontramos. No deberías de escabullirte así”. En ese entonces era muy pequeña y no notaba, a gran escala, su forma grosera de tratarme, solamente estaba ahí con ellos por Henry, él es mi pilar, y yo soy el suyo.

–¿Qué haremos?–. Henry apoyó las manos sobre sus rodillas.
–Tranquilo. No son malos, no dejaremos que nos separen–.
–Están muy molestos, Jordan–. Me había dicho él muy triste y desesperado por una respuesta que lo tranquilizara de algún manera.
–Se les pasará, creo–. Por él traté de conservar la calma, pero en realidad estaba asustada, la idea de pensar estar sin Henry me volvía loca.
Henry frotaba sus manos nervioso, eso me desesperaba más. Su espalda estaba manchada de sangre falsa, había que limpiarse para disminuir el enojo.
–Vamos al baño. Estás muy manchado de atrás–. Dije abriendo la puerta.
Ambos corrimos a la habitación enfrente de la de Henry, el baño, cerré la puerta con ambas manos y coloqué el seguro.
Henry se había quitado sus playera polo para niños, que de rayas blancas y rosas, había pasado a una enorme mancha traerá color carmesí.
Tomé la playera y la metí en la bañera, encendí el agua caliente y tome un jabón del cajón debajo del lavamanos.
Henry vigilaba que no vinieran sus padres.
–La mancha se está yendo–. Dije al ver cómo se desprendía tan fácilmente con tallarla y el agua caliente. Todo funcionó, pero aún quedaba un rastro de nuestra broma, la mancha seguía ahí, muy tenuemente. –Es lo mejor que pude hacer–. Dije con las mangas de mi playera rosa mojadas por el agua de la bañera. Tomé sus playera con los dedos índice y pulgares de ambas manos.
Henry hizo una mueca de no estar muy satisfecho. Sin fijarme, la tapa de la tina estaba puesta y el agua seguía corriendo.
–¡El agua!–. Henry corrió a tratar de cerrar la llave, pero ya era tarde, el agua de había comenzado a desbordar como una cascada. Solté la playera. Entre Henry y yo forcejeábamos para cerrar la llave hasta que caí sobre la bañera y mojé más de lo que nuestro descuido había hecho. Los señores Harris corrieron hacia la habitación de baño. El sonido que hice al caer, y desde luego el agua que salía desde el filo de la puerta los habían atraído.
Henry logró cerrar el agua, y yo me logré incorporar dándo bocanadas de aire al salir a la superficie. Los señores Harris nos miraban con una expresión de incredulidad, después se interrumpió por una mirada de enojo, pero finalmente ambos soltaron a carcajadas. La escena en realidad era graciosa desde otro punto de vista; dos niños haciendo lo que mejor saben hacer, tonterías y metidas de pata, pero tiernas. Yo me había quedado inmóvil -completamente mojada- dentro de la tina sosteniéndome de pie mirándolos, tanto a Henry cómo a sus padres. Henry se había detenido en seco y asustado me miraba también.
–Perdí la esperanza de un cambio–. La señora Harris rió por última vez. –Vamos, a secarse y después limpiaré este desastre–. El señor Harris nos sacó a ambos del lugar cargándonos envueltos en toallas.
Henry me miró desde el hombro de su padre. Estaba confundido. Esa reacción no la esperaba de parte de ellos, y Henry mucho menos.

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