Tercer día.

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Parece que la herida se va curando.

Ya no escuece.

Sigo sin dormir.

Y sin dar señales de estar "viva".

No consigo recordar nada de aquella noche. Todo fue raro, extraño; todo pasó tan rápido...

En cuestión de segundos me encontraba tirada en el suelo, con la muñeca ensangrentada, temblaba, todo mi cuerpo temblaba, sentía escalofríos al rededor de toda mi espina dorsal, y la sangre me ardía.

Un ardor parecido al de mi garganta, el cual sigo sin complacer.

Vuelvo al bosque.

Me adentro en mis pensamientos, todo me da vueltas, y si pudiera, me agobiaría, pero sigo sin sentir nada, joder, nada.

Huele bien.

Huele sabroso.

Huele a comida.

Huele a sangre.

Ahora me arde más la garganta. Me arde, me quema, es como si me la desgarrasen poco a poco, con dolor.

Es insoportable.

Mis impulsos me incitan a acercarme al olor. Necesito hacerlo.

Es una persona.

Una persona que huele asombrosamente genial.

Inspiro.

Arde.

Parece que no hay nadie, y entonces...

Corro.

Vaya, nunca había corrido tanto, tan veloz... tan ligera...

Y no había tropezado ni una sola vez, algo raro en mí.

El olor cada vez es más intenso, al igual que el quemazón en la garganta.

Y entonces lo hago.

Me abalanzo sobre esa persona, sobre esa inocente persona.

Mis manos estrangulan su cuello, mientras que mis colmillos, mis afilados colmillos, perforan su yugular.

Sabe bien.

La garganta ya no quema.

Mi sed ha sido saciada.

He matado a una persona. Y sin embargo, no me siento culpable. De hecho, me siento bien, por una vez en tres días, me siento un poco más viva, un poco más llena.

Soy una asesina.

Diario ensangrentado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora