IV. La Ciudad Fantasma

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Davis y sus tres acompañantes llegaron a Kiev, capital ucraniana, pero su destino era la ciudad fantasma de Pripyat. Los científicos se instalaron en un hotel mientras que Davis se dirigió al palacio gubernamental para tener una cita con el gobernador Víktor Yanukovich, pues primeramente tenían que aprobar el experimento por el gobierno para poder utilizarlo en la ciudad.

Esperando desde casi medio día, Davis no se había cansado de no ser atendido por el gobernador. Tenía que mantener una buena imagen ante la gobernación.

—Señorita, ¿Será que pueda ver al gobernador? —preguntó, por décima ocasión, a la secretaria.

—Ya le dije que sus juntas suelen tardar horas, no tienen horario fijo, tendrá que esperar.

—Ya me cansé de esperar —masculló Davis a punto de perder el control, pero calló al escuchar unos murmuros al final del pasillo, donde se ubicaba la sala de juntas.

Reconoció enseguida al gobernador Yanukovich y en segundos Davis se dirigió a él para interceptarle el paso.

—Gobernador, lo he estado esperando casi todo el día, necesito hablar con usted —dijo siguiendo sus pasos apresurados hacia el elevador.

—Me tendrá que disculpar, pero tengo unos asuntos que resolver, pero mañana sin duda lo atiendo, pida su cita con la secretaria —dijo y subió al elevador dejando a Davis con las palabras en la boca.

Las puertas del elevador se cerraron en su cara que emanaba cólera. El rechazo por parte de Yanukovich no pudo soportarlo. Davis, ansioso por comprobar su descubrimiento, ideó un plan, camino al hotel, para poder llegar a Pripyat sin problemas.

Decidió probar aquella sustancia con sus jóvenes colegas. Si había inyectado a su esposa y a su hijo con vacunas que ni él sabía que funcionaba por qué no lo haría con ellos.

Entonces cuando llegó al hotel avisó a los chicos sobre los cambios de planes. Desconsiderado de su parte.

—Señor Davis, ¿qué ocurrió? —preguntó Clarck al verlo irritado.

—Nada, simplemente el gobernador estaba ocupado y no pudo atenderme. Pero ya no nos preocupemos por él, que no será problema.

—¿Pudo ver la vacuna? —preguntó Steven.

—No, pero no importa mucho, porque ahora lo más importante es probar la proteína. Sé que funcionará —aseguró.

—Pero no sabemos qué reacción tendrá en humanos —soltó George.

—No se espanten chicos, verán que todo saldrá bien.

—Bien, pues hagámoslo —dijo entusiasmado Steven dibujando una sonrisa en su rostro.

—No chicos, aquí no, en Pripyat.

— ¡¿Usted está loco?! No podemos ir a Pripyat —farfulló en voz alta George.

— ¿Por qué no? —preguntó sarcásticamente.

—Porque está prohibido entrar a la ciudad —respondió de inmediato Clarck, parecían algo asustados con la noticia.

—No pediré su aprobación para ir, ustedes harán lo que yo ordene. Les guste o no la idea, tendrán que inyectarse e ir a Pripyat. Así que, Clarck trae las jeringas con la proteína y un botiquín, Steven prepara el auto y George... sólo haz algo —ordenó encolerizado.

—¡¿Probar la proteína con nosotros?! —soltaron en coro. Sus voces emitían una entonada llena de nerviosismo.

—¡¿Usted cree que somos idiotas?! —reclamó Clarck—. Me rehúso a inyectarme esa sustancia, es desconocida en todos los sentidos.

Radioactivos I: Génesis.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora