V. Irreconocible

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En la mañana siguiente, temprano, minutos antes de la alborada, Brad escuchó movimientos bruscos en el interior de la casa. Con prisas se puso la playera y salió en pijamas y sin zapatos de su habitación. Bajó las escaleras de inmediato descubriendo que la puerta principal estaba abierta.

En la calle, estacionado, un taxi esperaba que Betty Davis y su esposo colocaran su equipaje en el maletero. Brad salió enseguida.

— ¿Qué ocurre tía, se van tan pronto? —preguntó extrañado.

—Cancelaron cuatro días de las vacaciones de tu tío, tenemos que regresar a California —improvisó Betty con una sonrisa demasiado forzada para creerla.

—Fue un gusto conocerte Brad—mencionó Jeremy—. Llámanos para lo que necesites —dijo entregando a su sobrino una tarjeta.

—Gracias.

Brad observó la partida de sus tíos y sólo hasta que se fueron regresó a la casa, momento en el que su madre subía a su habitación, una vez dentro se dejó caer sobre la cama matrimonial, que en las próximas noches sería únicamente para ella.

— ¿Te sientes bien mamá? —preguntó en voz baja, desde la puerta.

—Estoy bien —mintió.

— ¿Por qué se fue la tía Betty? —preguntó al aire.

Courtney se estremeció y se encogió de hombros ante la pregunta de su hijo, era obvio que no se tragó el cuento de las vacaciones, pero su madre no quería contarle la verdad, no era el momento.

—Tu tío Jeremy tenía trabajo.

—Eso no es verdad —contradijo Brad.

A sabiendas que Brad sospechaba la pequeña mentira de su tía, su madre no supo decirle algo mejor que lo mismo.

—La tía mintió y tú también lo haces, de nuevo—afirmó—. Exijo saber qué sucede.

—No pasa nada Brad —bufó—. Fue mejor que se fueran, ahora ve a tu habitación y cierra la puerta.

—No puedo creer que después de esa charla sigas mintiendo —soltó y obedeció.

Courtney decidió dormir un rato para digerir lo que sucedía, para relajar su mente y así, poder pensar mejor lo que debía hacer. Durante su reposo sintió que la respiración le hacía falta y en intentos de recuperarla se levantó de inmediato, notándose frustración en sus marrones ojos. Segundos después su estómago emitió fuertes rugidos provocando en la señora Davis un dolor estremecedor encorvándola de inmediato sobre su cama, para que, después de un respingo brusco saliera de la cama y corriera hacia el baño, aferrándose en el inodoro para poder vomitar una sustancia que consistía en la combinación de grumos de comida, líquidos, saliva espumosa y sangre espesa.

Al acabar observó su rostro reflejado en el espejo, para luego sentir por casi cinco segundos un mareo, entonces, por inercia se sentó sobre el inodoro para evitar caer.

Al abrir los ojos notó una gota roja sobre la alfombra, por intuición reconoció que era sangre. Con movimiento raudo se levantó frente al espejo para mirar que, de sus fosas nasales escurría líquido rojo-negruzco y espeso. Y al explorar sus brazos notó que aquellas yagas que llevaba desde hace días y que le habían salido sin razón, expulsaban sangre y pus en pequeñas cantidades.

Un par de lágrimas se escaparon de sus oculares, sabía que todos esos efectos se debían a las sustancias químicas que su esposo le había inyectado en sus fracasos intentos por buscar una cura para la radioactividad. O por su gravísimo error de ingresar al sótano, lleno de radiación, que su esposo le hubo prohibido.

Radioactivos I: Génesis.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora