XI. La Aprobación

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Los días de espera habían acabado para Davis, la semana de prueba llegó a su fin y sólo esperaba el soberbio «Sí», o el desgarrador «No» de Eris DeWitt Bukater. Davis creía tener controlada la situación, pensaba que Eris estaba sumamente amenazado por lo sucedido días atrás y que entonces daría el magnífico «Sí» que tanto anhelaba.

Aunque en realidad otros controlaban la situación.

George por su parte, pensaba que después de la aprobación regresaría a su ciudad natal con su familia para olvidarse de Davis y de los años desperdiciados con él. Eso sí, lo haría solo después de liberar a Clarck, quien se mantenía en las oficinas policiacas.

Davis conducía a toda velocidad a la maravillosa Pripyat. La interestatal estaba en buenas condiciones aquel día y el clima no eran tan caluroso como otros días en primavera. Podía respirar un aire fresco y alegre. Al menos para él. Su compañero y colega, George Black se encontraba pensativo en el asiento del copiloto con la mirada perdida entre los frondosos árboles que ostentaban el gran bosque rojo.

— ¿Qué piensas? —preguntó Davis discretamente.

—En por qué no he renunciado a esto.

El viaje continuó en silencio, solo hasta que el teléfono de Davis recibió una llamada. Enseguida respondió.

— ¿Brad?

— ¿Dónde estás papá? Te necesito —comentó su hijo desde la otra línea. Su voz se notaba quebrada y angustiada.

—No me esperen más, no regresaré —dijo Davis dando fin a la llamada.

George se limitó a mirarlo, sorprendido por lo que había oído. Eso le hizo desear más salir de ese sitio y desaparecer de la vida de Davis.

Cerca del límite de la ciudad muchos autos estacionados a los costados de la carretera obligaron al conductor a bajar la velocidad e ir con precaución. Pudo observar algunas camionetas de la prensa nacional de Ucrania e incluso la prensa rusa. George miraba para sus alrededores sorprendido por la cantidad de autos estacionados.

Los guardias nacionales permitieron la entrada a los científicos. En el mismo parque principal, donde inició la prueba, se encontraban alrededor de quinientas personas, entre destacados médicos, gobernantes y curiosos, que decidieron ir a presenciar la aprobación del experimento y la inauguración de la ciudad. Un número que aumentó bastante respecto del día inicial.

El gentío comenzó a ovacionar a los científicos en cuanto los vieron llegar en automóvil. Las cámaras captaban cada movimiento de ellos y los reporteros luchaban entre ellos por conseguir una entrevista a los científicos. Sin embargo, todavía algunas personas no se creían la proteína salvadora y se limitaban a observar cada detalle del espectáculo montado por la nación ucraniana.

La familia DeWitt Bukater vestía elegantemente y el evento estaba acompañado de música de gala como fondo. Un ambiente de alegría se vivía aquel día.

—¿Por qué la gente es estúpida? —bufó George.

—No es estúpida George —respondió a secas Davis—, tienen fe en que la ciudad que los vio crecer vuelva a vivir. Entiende. Fueron despojados de sus hogares en un par de horas, y hoy, saben que nosotros les devolveremos lo que les fue arrebatado injustamente. Sus vidas.

George le miró con recelo y se retiro de su lado no deseaba ser ya parte de eso y decidió no acompañar a Davis.

Por otro lado, Brad conversaba con uno de los reporteros cuando la puerta principal se abrió dando paso a Eris. Los enormes sacos negros debajo de sus ojos delataban que tuvo noches pesadas sin dormir. Era obvio, desde aquel día DeWitt Bukater no logró conciliar el sueño. El pánico se apoderó de sus noches y se mantenía alerta cada segundo, no sabía en qué momento esa criatura atacaría de nuevo.

Davis caminó hacia él con disimulo lanzando una sonrisa casi sarcástica.

—¿Todo en orden, señor DeWitt Bukater? —preguntó con cortesía.

— De maravilla —lanzó Eris con una sonrisa pícara.

Davis lo fulminó con la mirada y Eris respondió de la misma manera.

—No tiene miedo señor Davis, ¿O sí?

— ¿Miedo? —sonrió descarado—. Usted debería temer, no solo de aquella criatura. También de mí —lanzó un guiño maquiavélico al final.

El gobernador los esperaba junto a la puerta del balcón.

—Caballeros, es hora —dijo.

A su lado derecho estaba Davis y DeWitt Bukater del izquierdo, dos guardias abrieron la puerta y los tres caminaron hasta el balcón recibiendo aplausos, elogios y gritos de alegría, acompañado de una música fiestera de galantería.

—Hoy es el día en que podría cambiar la vida de la ciudad, si el experimento de la proteína del bioquímico Brad Davis ha funcionado con éxito y sin daño en el cuerpo humano, la ciudad será reconstruida en menos de tres meses. Estos edificios serán remodelados, se construirán nuevos apartamentos, nuevas instalaciones y nuevos lugares seguros para las familias, la radiación ya no será problema, ahora se volverá nuestra amiga —comentó el gobernador.

George, nervioso, sabía que Eris estaba amenazado por Davis. No tenía claro la respuesta que Eris daría en pocos minutos, pero tenía claro que el gobernador quería que la sustancia se aprobara a toda costa.

Durante esa semana de prueba se dedicó a investigar los lineamientos que debería seguir el protocolo de sustancias nuevas, no logró averiguar mucho por internet, pero leyó en algún blog que son muchos, especiales, minuciosos y costosos los procesos de investigación, revisión y control por parte de los científicos para que una sustancia sea aprobada.

Además de la aprobación de organismo internacionales de salud, química, bacteriología, virología, entre otros; en todo caso, era un proceso bastante minucioso que no se aprobaría de un día para otro. Nadie se tragaba el cuento de "la prueba de la semana", todo era un teatro montado por alguien: el gobierno.

Le sorprendía cómo Davis se dejaba envolver por ese circo descarado. Si alguien estaba bien informado sobre los lineamientos de aprobación para una proteína era Davis. Era claro que la ambición cegaba al hombre.

—Señor Eris DeWitt Bukater, esta proteína nueva, ¿Le ha causado daño alguno a su organismo o al de algún integrante de su familia? —preguntó un científico o al menos un señor con bata blanca.

—No.

Davis rebozaba de alegría por dentro, pero por fuera mostraba una actitud seria y formal.

— ¿Está de acuerdo que este experimento se aplique a otras personas?

—De acuerdo.

— ¿Aprueba o no totalmente este experimento? —preguntaron, después se produjo un silencio absoluto e incómodo.

Davis estaba inseguro de la respuesta que DeWitt Bukater estaría por dar. Un profundo «No» arruinaría sus planes. Un nudo se le formó en la garganta. Las piernas le temblaban tanto que ya le costaba mantenerse firme, nunca se había sentido tan nervioso, ni cuando aprobaron su tesis, mucho menos en su boda. Probablemente cuando fue padre, pero eso para él, no se comparaba con la inmensa alegría que tenía en esos momentos.

Eris sabía todas las posibles consecuencias que traería ese experimento, pero estaba dispuesto a llegar al fondo de la situación de aquel extraño y esa fue la pauta para que DeWitt Bukater aprobara la proteína de Davis.

—Aprobado. 

Radioactivos I: Génesis.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora