IX. Mujer Repugnante

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A unos pocos kilómetros al sur de la ciudad se ubicaba San Antonio, un pequeño poblado de apenas diez mil habitantes. La familia Tommison -familia de Aimee- llegó con un camión de mudanza a dicho poblado una tarde cualquiera, desde que el camión ingresó el pueblo, los habitantes salían a sus balcones para presenciar la llegada de la nueva familia, y en pocas horas la noticia llegó a todo el pueblo.

Los mercaderes hablaban de la nueva familia por días, puesto que nunca se había presenciado la llegada de una gran familia sin motivo alguno, hasta que la noticia llegó a oídos de Thomas Johnson, hombre causante de la desgracia de los Tommison y, padre de Charles Johnson.

Aimee, a pesar de contar con su familia, se sentía sola. El cambio había sido drástico y le había golpeado tan fuerte que todavía le costaba creer que su casa se había reducido en un noventa por ciento y que adaptarse a su nueva vida sería lo más horrible que podría vivir. Hasta entonces. El destino le tenía preparado algo peor.

Para su suerte todavía contaba con su teléfono móvil y Anna, su amiga desde la infancia, le había llamado un par de veces, aunque ella Aimee no respondías las llamadas. No quería que nadie se enterase de su nuevo hogar.

Después de varios días en su nueva residencia recibió, de nuevo, una llamada de Anna, esta vez decidió responder y se limitó a oír lo que su amiga le decía.

—¿Aimee? —habló Anna—. ¿Aimee? ¡Hola! —habló una vez más la chica—. Sé que estás escuchando —le dijo y la chica seguía sin hablar mientras se le formaba un nudo en la garganta al escuchar a su amiga—. No sé por qué no quieres hablarme, pero respetaré tu decisión. Recuerda que eres mi mejor amiga y que siempre contarás conmigo —dijo dejando pasar unos segundos con la esperanza de que le respondieran por la otra línea. Silencio. Entonces colgó.

Aimee se sentó en una de las sillas afuera de su casa y echó a llorar. Extrañaba tanto estar en Barcelona, pero tenía que soltar todos sus recuerdos para que su adaptación sea más fácil y rápida en cierto modo. Soltar a Anna. Soltar a Brad, lo que más le dolía perder.

—Hija, no llores —dijo su madre consolándola con un abrazo.

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Su sueño se acabó, aunque todavía no abría los ojos. Sin embargo, podía escuchar lo que sucedía a su alrededor, estaba semiinconsciente. Unos susurros detrás de la puerta, apenas audible, lograba apreciar. Logró mover un dedo y así, poco a poco, sentir que estaba sobre una cama.

Las primaveras no solían ser calurosas en la ciudad, sin embargo, él sentía el sudor recorrer su cuerpo a pesar de que un bochornoso aire hacía su mejor esfuerzo por ofrecerle frescura.

Abrió los ojos ya, todavía semiinconsciente, y observó aquel ventilador del techo girar a toda su velocidad. Cuando su vista logró enfocar notó los rayos del sol que entraban de forma sesgada por la ventana. Ubicó sus fotografías en sus sitios. Reconoció sus pertenencias. Estaba en su habitación, no cabía duda.

Se sentó.

Se aferró a recordar lo sucedido. Se preguntaba cómo había llegado hasta ahí. Las imágenes le fueron llegando poco a poco: la piel escamosa de Courtney Davis, la casa Davis, su sobrino. Courtney de nuevo, quien intentó asesinarlo. Touché!

— ¡Ha despertado! —expresó con alegría Lulú, su servidora—. ¡Señora, ha despertado! —gritaba de aquí para allá.

Bernardo Davis no entendía la alegría que rebosaba de la empleada hasta que vio entrar a su esposa a la habitación.

Radioactivos I: Génesis.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora