Días de ajetreo, noches con falta de sueño. La vida a como la conocían había cambiado. Era como el preludio de una nueva era, la tensión del destino cuya ruptura los llevaría a un nuevo comienzo. Un comienzo que no sólo radicaba en una única persona.
Todos pueden ser protagonistas de una misma historia, de un mismo momento. Contemos entonces, que hay un heredero legítimo, alabado y reconocido por todos en un reino de oro, cuyo día triunfal fue antecedido por la más grande pérdida. Perdió un ojo y a su padre. Perdió la certeza de que todas las vidas que ha amado estarían a salvo bajo sus manos. Se sentía débil y, sin embargo, poseía el coraje de ser el rey que siempre había deseado ser, uno con la capacidad de tomar buenas decisiones y mantener el bienestar de todas aquellas personas que le importaban.
Y mientras él planificaba, alguien más sufría de pérdida. Otro príncipe, que lloraba y clamaba por los dolores del parto, pero además, por la tortura del corazón. Sintiéndose inevitablemente el problema y cuestionándose –los mismos días y las mismas noches– si en verdad había hecho lo correcto, puesto que las mentiras no eran permanentes y se desvanecían de un momento a momento. Todo hecho con amor, para tener la despreciable posibilidad de perder hasta la causa de todas sus decisiones. Bajo su fiereza, era ahí donde existía el miedo de no saber actuar, de no saber amar. Tenía miedo de lo que sería capaz de hacer.
Había también una reina sin rey; una madre que sentía los brazos cortos como para amparar a sus dos hijos en los días difíciles. Había un fiel guerrero, cuyo camino no divergía de su fuego interior: el amor. Un rey sombrío de otro mundo, lleno de escollos del pasado y no satisfecho de venganza, ya que su ambición ni en mil años menguaría. Había un reino de criaturas gélidas que se sentían imponentes y otro en donde el sol brillaba, pero no dentro de los corazones de sus habitantes. Todo era turbio y confuso de repente, porque la inestabilidad de una verdad la había iniciado uno y, ahora, la seguían muchos.
Tal como hace tantos de años: Asgard y Jotunheim, dos reyes en pugna, para proseguir, con un Odison y un Laufeyson, que si jugaban bien sus cartas, podrían no repetir la historia del pasado. Porque si aquella vez había sido una guerra de odio, en esta ocasión, sería una guerra de amor.
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«Si tú asciendes al trono, estoy seguro de que podrás hacer el bien y, además, mantener a Loki a salvo»
Las palabras, que alguna vez salieron de los labios de Odín, no dejaban de repetirse como un bálsamo en la mente de Thor, tal como si hubieran sido las últimas.
Frente a un espejo, el dios del trueno escrutaba su imagen en el reflejo, más atento en las manos de Frigga, las cuales planchaban con delicadeza la capa sobre sus hombros, que en admirar la totalidad de su aspecto. Había tantas cosas en su cabeza, que su expresión se mantenía petrificada, consciente de la responsabilidad que llevaba sobre él.
— Thor —Frigga lo invitó a girarse con tu suave tacto, y al tenerlo en frente, una triste sonrisa se tiñó en su rostro, ya que le era inevitable traer a su mente a Odín al ver a Thor, ahora que éste había perdido un ojo. Aún así, había sido la mejor sonrisa que pudo haber dedicado a su hijo en ese momento.
Thor hizo un amago por corresponder la sonrisa, haciéndolo brevemente y llevando su mano a acunar la mejilla de su madre, compartiendo ambos por breves momentos el pesar que aún cargaban en el interior.
Sin duda, Laufey había cumplido la palabra al mantener discreción de lo sucedido en sus tierras. Para todo aquel presente en la batalla, Padre de Todo había sido cruelmente asesinado por la espalda; para Asgard, su rey había caído en otro de sus sueños, del cual, lamentablemente, nunca despertó. Para el reino, Odín había caído en la angustia de la relación como amantes que Thor y Loki llevaban, en la presión de un temprano heredero y la unión de dos reinos totalmente antagónicos por historia. Para algunos otros, la culpa era de ambos príncipes, mismos que antes eran bañados en la gloria de
Asgard y hoy manchados por la desgracia que su caso había traído. Thor lo sabía, y aún a sabiendas de que la confianza de su imagen no era por el momento su máximo exponente, tenía bajo la manga el modo de resarcir todo aquel embrollo. No estaba solo.— Parece más un funeral que el día de tu boda —dijo finalmente Frigga, con esa mirada que podía brillar de tristeza y esperanza al mismo tiempo.
— No planeo que sean lo mismo —contestó Thor con un suspiro, soltando a su madre—. Al final, creo que el temor es algo de lo que no me puedo deshacer.
— Hasta el rey más sabio del universo ha sentido temor. No hay acciones acertadas o inadecuadas, sólo acciones. Mientras confíes en lo que haces, te aseguro, Thor, que nuestros antepasados te compensarán poniendo todo en su debido rumbo.
Las palabras de Frigga cumplieron su objetivo, infundiendo a Thor de ánimo y consuelo. Así que agradeciendo a su madre, el rubio salió de su alcoba en su ropaje de gala, con esa aura de rey que ahora le pertenecía.
— ¿Está todo listo? —inquirió Thor a Sif, quien no hacía mucho le acompañaba por los pasillos, algunos repletos de sirvientes que se encontraban llevando arreglos florales y entre otras cosas al salón principal. No obstante, pronto se desviaron a una zona con menos movimiento.
— Están todos listos —corrigió Sif, desviando su vista cuando anduvieron por el pasillo que se encontraba al margen del campo de entrenamiento, el cual tenía una única figura que lo ocupaba—. Y bueno, alguien más que listo —agregó.
Thor bajó escaleras hacia el campo, interrumpiendo la arraigada práctica de su más fiel guerrero y amigo.
— ¿Cómo planeas que todo salga bien si no te has puesto el traje de gala? —inquirió Thor, con cierta broma para poder sacarse a mismo una breve sonrisa antes de la ceremonia.
— Me preparo para una guerra, no para una boda —su seguridad era más que tácita en su expresión, junto con esa sonrisa que imitaba la emoción de Thor. El momento había llegado y las ansias de que pudieran terminar victoriosos se reflejaban en la mirada que compartían.
A su debido tiempo, las majestuosas puertas de Asgard se abrieron para un gran grupo de gigantes de hielo, en donde se incluía Laufey y Loki, aunque este último a diferencia del primero, iba en la cabeza del numeroso conjunto de invitados.
Un Loki de tez azul y con ropaje elegante de procedencia tradicional de Jotunheim, caminaba a paso firme y solemne, con la mirada al frente, evitando la expectación desaprobatoria de algunos de los tantos asgardianos reunidos en el salón real, ya que, la imagen de Loki, muy bien se le podía atribuir en aquel momento a alguien que había traicionado al reino.
Con un bebé en brazos, Loki fue aproximándose al pie de la escalera del trono. A un costado, Thor hizo su aparición, serio pero rebosante gracias a lo que transmitía su único ojo. El azabache al verlo, dibujó una sonrisa cómplice en sus labios: la señal de que él también se hallaba listo.
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Inestable [FrandralxLoki]
Fanfic❃FandralxLoki❃ ¿Dónde quedó la tranquilidad que tanto he anhelado?