Sin música. Sin corazón.

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Danzo con la lluvia creciente del otoño,
Acompañado por el humo seco dé un cigarrillo,
Pero aquí ya nada siento ni nada encuentro,
Y es que, ¿Qué placer me puede provocar el dolor?

Me halló solo, vacío, en una pista de baile añeja,
Rememorando imágenes lúcidas de lujuria y gloria,
Pero en el escenario ya no hay nadie...
Nadie más que mis pasos difusos y yo.

Los ojos medio borrosos del público ausente/
Se aferran a mi piel como los clavos a la madera,
Que luego, teñido en fuego, se iría a extinguir,
Para dejar de ser visto u oído por fantasmas ebrios.

Oh, pobre de mí,
Y pobre del Poeta que alguna vez quiso bailar;
Pues sobre las tablas no había más que vidrio roto y espinas;
Que nunca dejarián gozar de su roze.

No existe paraíso alguno más allá de la ropa blanca,
Ni siquiera pétalos acaramelados que alivien el ser,
No hay carne ni caricias, ni vestidos ni medias sombras.
No hay proyectos ni compases que marchen a mi par.

El rojo telón jamás ha caído/
Y tampoco es que este esperando que lo haga.
Sólo espero la avaricia efímera del contacto y el lívido/
Qué, dormido en lo instintivo, me coronan con laurel.

No hay copas ni listones,
No, nunca tendré premios por mi Wienés*;
Sólo recibiré el aliento fresco de algunos labios invisibles,
Qué, llegado el astro rey, no volverán a mí.

¿Cuánto he perdido mientras bailo? (No lo sé.)
¿Cuánto no pude ver desde que el reflector no esta en mí?,
¿Cuánto he apostado en poemas mal escritos/
Que ni vos ni yo vamos a recordar?

Pero me mantengo firme ante la turbulencia,
La cuál intenta con irá terminar de la coreografía,
Esa misma que ya no controlo,
Y que algún vez surgió del frenesí en mis latidos.

No soy nada más que el salvajismo de mis pies,
Y no seré nada más que la llovizna en mi teatro,
No puedo parar el hambre ni lo clásico,
Y mucho menos el ritmo morboso del deseo.

Abismo Challenger.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora