Capítulo 2

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Las doncellas se forman en un pasillo, sus manos atrás y sus miradas al frente. Sus vestidos grises perfectamente alisados y sus moños sin un sólo pelo desprolijo.
—Princesa, debe retirarse. —Mi doncella de confianza, Maritza, me pide y posa su mano suavemente sobre mi espalda desnuda, instándome a moverme.

Le doy una rápida mirada y hago un puchero ligero. Ella se resiste.
—Princesa... —Suelto un suspiro.
Estoy en la puerta que da al salón principal, la formación de las chicas me hace pensar que algo va a ocurrir.

Me pongo de espalda a la pared.
Me giro despacio, hay un hueco entre la gran puerta de madera y la pared, por ahí logro visualizar el interior de la sala. Todo sigue igual.
—Princesa. —Me repite Maritza. Siso y le doy un pequeño empujón para que ella se ponga en la otra puerta.
—Cotilleemos. —Le hago yo una reverencia a ella, cambiando nuestros papeles. Ella rueda los ojos pero se tapa la boca para soltar una risa.

Le devuelvo el gesto y comienzo a mirar de nuevo.
Las trompetas reales suenan y seguidamente, la puerta del otro lado se abre.
Varios hombres la atraviesan, de todo tipo de etnias y razas.
El señor Greten comienza a darles las instrucciones de donde apostarse y que hacer.

Casi todos son jóvenes, no más de ocho. Un par de ellos son de mediana edad. Pero uno de ellos llama especialmente mi atención.
Lleva un traje igual al que todos, una armadura que no parece tan incómoda como la del resto de soldados.
Su pelo es de una tonalidad entre rubia y castaña. Como un tono medio.
Sus ojos son de un azul profundo y mantiene su expresión seria.
En seguida le pierdo de vista entre el resto de hombres.

—Y usted... usted se quedará aquí. Vigilará las estancias principales de la casa. Donde la familia pasa más tiempo, ¿lo ha entendido? —El señor Greten dice. Mis ojos buscan al soldado que ha recibido esa orden. Quiero saber quien es el hombre al que veré cada día.

Una sonrisa tan inoportuna como inesperada se dibuja en mis labios al ver de quien se trata. El mismo chico que captó mi atención. El mismo que aún no ha sonreído ni una sola vez, al contrario que sus compañeros. Bufo despacio.

Mi mirada queda estancada justo en el señor Greten y el soldado. Tanto así que cuando las doncellas se acercan para indicarles la salida -por muy obvia que sea- no logro reaccionar.
Pero no me ven puesto que una mano tira de mí y corremos a través del pasillo hasta entrar en la primera puerta que vemos.

Respiramos hondo y compartimos miradas.
—Gracias. —Le susurro a Maritza. Ella me sonríe y hace una reverencia antes de retirarse.
A través de la puerta, logro distinguir los pasos de los soldados atravesando el pasillo y dirigiéndose a los diferentes lugares a donde han sido enviados.

Salgo cuando el peligro ha pasado y me aliso el vestido antes de respirar hondo y continuar.
Mi hermana está al otro lado del pasillo, "escondida" tras la pared.
—¿Qué haces? —Del susto, casi se cae y se lleva una mano al pecho.
—¿Ya se han ido? —Frunzo el ceño.
—Los hombres. ¿Ya se han ido? —Ruedo los ojos y chasqueo la lengua.

—¡No van a hacerte nada!
—Exclamo. Ella se lleva un dedo a los labios, indicándome silencio y de nuevo, pongo los ojos en blanco.
—Por favor, respira hondo y no exageres. No van a hacerte nada, tranquila. —Le pido.

Y cuando me deshago de ella, me dispongo a buscar a Maritza.
Logro encontrarla un par de minutos después y tiro de ella hasta retirarla del resto de chicas.
—¿Has oído donde ha ido el chico que estaba hablando con Greten? —Le cuestiono. Ella pone sus manos sobre su cadera y frunce el ceño.

—No. —Sé que miente y me muerdo el labio, pensando en mi siguiente paso.
—¿Por favor? —Ella humedece sus labios.
—No puede acercarse a él, Princesa. —Me recuerda.
—Lo sé, ¿has oído donde? —Le reitero.

—En el salón principal, donde estaban reunidos. —Acaba por acceder. Doy varias palmadas y sostengo la lengua entre los dientes mientras sonrío.
—¿Tan aburrida es su vida que quiere arruinarla? —Bufo.
—Mi vida es horrible, Maritza. Y voy a aprovechar cualquier oportunidad de hacer algo nuevo. —Le confieso. Ella apreta los labios.

Casi corriendo, me dirijo al salón principal y lo atravieso.
Allí está él.
De espaldas a la pared. Sin moverse, casi ni pestañear. Sonrío levemente, casi para mí.
—Hola. —Saludo. Mis ojos buscan los suyos pero me evita.
Al no recibir respuesta, frunzo el ceño algo ofendida.
¿Por qué ni siquiera me saluda?

—¿Hola? —Repito. Por un instante, sus ojos se cruzan con los míos y sonrío, tratando de parecer amable y cercana.
Pero ni mi mejor intento da fruto.
Sigue sin responderme.

—¿No le han dicho que es de mala educación no responder a alguien que le saluda? —Pongo mis manos en la cadera y cambio mi tono a uno más serio. Nada.
—¿Hola? ¡hola! ¡hola! ¡hola! ¡hola! —Varias veces exclamo pero la respuesta jamás llega.

Entonces, unos pasos apresurados atraviesan la puerta.
—¡Princesa! no puede estar aquí. —Rezo a todos los cielos que el señor Greten no me haya oído.
Le muestro mi mejor sonrisa inocente.
—¿Qué hace sola? —No digo nada, sólo me encojo de hombros.

El hombre va a agarrarme del brazo pero justo entonces recuerda la prohibición y vuelve a poner su mano tras sus espalda.
—Por favor. —Me indica el camino.
Enfurruñada infantilmente, me pongo en camino.

Pero antes de dejar la sala, el soldado y yo cruzamos miradas. Sólo es un instante.
Pero me da el tiempo suficiente para hacerle burla sacándole la lengua y salir de ahí con mi dignidad un poco más intacta.

Las reglas de la princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora