Capítulo 16

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El corsé se me aprieta un poco más, dándome un tirón suave.
Mientras tanto, una brocha dibuja mis mejillas, dándoles un toque de color rojizo.
Y por otro lado, mis cabellos rubios son atados en un bonito moño alto, un mechón rizado escapando a propósito de ellos.

Maritza pone el vestido ante mí. El resultado me hipnotiza.
Como pedí, es de un azul muy oscuro.
Está hecho de pedrería de un azul más claro, cubriendo la zona del busto con un corte estilo corazón, llega hasta la cintura y a partir de ahí, el vestido deja de ser ajustado y se convierte en una larga falda con pliegues bien disimulados.

Meto una pierna dentro de este y sigo con la otra. Maritza lo sube del todo y otra chica lo ajusta a mi espalda.
Terminan de retocar mi maquillaje y le dan el último toque con un pintalabios rojo intenso.

Mi doncella me entrega una caja azul.
Al abrirla, descubro un colgante con la forma de un corazón pero sin interior, sólo la forma hecha de puros diamantes azules.
Es precioso y probablemente demasiado caro.

Sin necesidad de que diga nada, me lo ponen en el cuello, apartando el mechón de mi cabello.
Por último, unos tacones de pocos centímetros, transparentes y con un diamante en el medio,  un poco antes de la zona de los dedos.
Con cuidado, me subo a ellos y largo un suspiro al notar el pequeño dolor que me crean al comprimir mis pies.

—Lista. —Susurra la morena. Asiento y les doy una sonrisa a todas las mujeres que me han ayudado.
—Gracias. —Me hacen una reverencia y Maritza abre la puerta ante mi.
—Se ve hermosa, Princesa. —Ella en cambio, lleva el vestido estándar de las doncellas hoy. Una tonalidad verde agua bastante bonita con un corte de sirena, más corto por delante y más largo por detrás.
Precioso, sin duda.

—Tú también lo estás, Maritza. —Digo con honestidad.

Cruzo el pasillo siguiendo el sonido de la música clásica.

Me encuentro en la sala de actos. Un enorme salón totalmente despejado para la ocasión. Las criadas van de un lugar a otro, ofreciendo canapés.
Mis padres se encuentran en una esquina, saludando a cada invitado.

Me resulta fácil reconocer a los vecinos de la ciudad que han venido a la fiesta.
Son un matrimonio y su hija mayor. Sus ropajes son elegantes, hechos a medida para ellos por las diseñadoras.
Pero importa poco pues no encajan allí.

Tal vez sea porque son los únicos que se atreven a bailar o hablar.
Porque no te miran por encima del hombro.
Porque no tienen reparo en agacharse a ayudar a las criadas cuando una bandeja se les desliza por las manos.
Y me siento bien de tenerles aquí. Me siento bien de poder acercarme a ellos.

No me molesto en saludar a mis padres ni en buscar a mi hermana.

Me acerco a ellos, su hija es una chica de alrededor de trece años.
—Buenas noches. —Saludo. Los tres hacen una reverencia. Niego.
—Por favor, no. —Les pido.
—¿están teniendo una buena noche?
—Si le soy totalmente honesto... creo que estamos llamando mucho la atención. —Me dice el padre. Hay un toque divertido en su voz pero sé que lo dice en serio. Dejo salir una sonrisa honesta.

—De hecho, sí. Pero que estén llamando la atención es algo bueno, ¿saben? significa que son diferentes a ellos. —No me muerdo la lengua y señalo directamente a un grupo de invitados que les mira descaradamente y comenta sobre ellos.
El hombre queda totalmente sorprendido y su esposa y él comparten una mirada.

—¿Bailaría conmigo, Princesa? —Es la voz de la niña la que me habla. La miro algo impactada.
—¡Claire! —Le regaña su madre. Pero alzo una mano y niego mientras sonrío.
Intercambio papeles y pongo una de mis manos detrás de mi espalda mientras que con la otra, la estiro para que la niña la tome.

Ella suelta una pequeña risa y me toma de la mano.

Cuando llegamos al medio de la pista de baile, todo el mundo nos observa extrañamente.
Sobre todo mis padres. Y de fondo, mis ojos se encuentran con Ethan.
Lleva un traje negro, es la primera vez que le veo sin su traje de soldado.
Su pelo está peinado hacia un lado y no puedo negar que se ve arrebatadoramente guapo.

Veo como su sonrisa crece al notar lo que estoy haciendo y le devuelvo el gesto.
La niña y yo comenzamos a bailar sin sincronización alguna. Río cuando casi nos caemos varias veces y ella se une a mis carcajadas.
Atraemos más y más miradas hasta que no hay ni un sólo ojo que no esté sobre nosotras.

La tomo de la mano y la hago girar sobre sí misma.
Me alejo un poco de ella y con las manos extendidas, comenzamos a dar vueltas mientras seguimos riendo.
Y en ese entonces me doy cuenta de porqué nunca podre ser la Princesa que mi familia espera que sea.
Nunca seré como ellos, incluso si lo intento.

Cuando terminamos, nos hacemos una reverencia mutua y a lo lejos, Ethan me hace un gesto con la cabeza.
—Si me disculpan. —Me excuso antes de casi salir corriendo y encontrarlo en el pasillo.

—Ven, Jackie, vamos a escondernos del mundo. —Me susurra. Toma mi mano y caminamos hasta la sala más cercana, la del té.
La música está tan alta que la oímos perfectamente.
—¿Te he dicho ya lo hermosa que estás? —El calor me sube por las mejillas y me muerdo el labio.
—No, no lo has hecho.
“Estás hermosa hoy, Jackie” —Me burlo.

—Pero es que no quiero mentir. —Suelta de repente y abro la boca, ofendida.
—¿No estoy hermosa? —Señalo mi cara y él echa la cabeza hacia atrás para reír.
—Sí pero no puedo decir que hoy estás hermosa. —Puntualiza.
—¿Y por qué no? —Indago más aunque una parte de mi, ya sabe la respuesta.

—Porque tú estás hermosa todos los días, Jackie. —Noto como la boca se me seca y nuestros ojos se conectan. Entonces, doy un paso hacia adelante. Demasiado decidida, tal vez. Pero no hacemos nada más salvo quedarnos ahí, perdidos en el otro.

—¿Te gustaría bailar? —Rompe nuestra tensión con su pregunta y asiento sin dudarlo.
Entonces, una de sus manos se posa en mi cintura y noto un intenso calor en la zona donde toca.
Trago saliva casi sonoramente.
Le pongo la mano en el hombro y nuestras manos libres se entrelazan.

La distancia entre nosotros es considerable. Hasta que en ese instante, Ethan tira de mi cintura y quedamos tan cerca que puedo sentir su aliento y el calor que emana su cuerpo. El aire se me escapa bruscamente del pecho y me paralizo.

Sin saber muy bien como lo consigo, comienza a danzar y le imito.
Centímetro tras centímetro, paso tras paso.
Sin decir una sola palabra, sin apartar la mirada mutua.
Y siento que cada paso que damos nos acerca más, en todos los sentidos de esa palabra.

Sentimentalmente, físicamente.

Mi corazón desbocado amenaza con salirse por mi garganta y no quiero que acabe. No quiero que nunca acabe.

Sólo quiero paralizar el tiempo y quedarme allí bailando, bailando para siempre.
Pero sólo si es así. Sólo si es con Ethan.

Incluso si nos estamos escondiendo del mundo. Asustados y llenos de adrenalina. Temiendo a que alguien atraviese la puerta y lo destroce todo. Y nos destroce a nosotros.

Supongo que ese pensamiento me lleva a otro. Ya he cruzado cada nivel, cada línea. He olvidado como se sentía mi mundo antes de Ethan y sé que eso va a cambiarlo todo.
A destrozarlo todo.

Porque el amor es como una gran bola de demolición.
Y cuando llega, arrasa todo a su paso.

Las reglas de la princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora