Me despierto de golpe, el sudor pegando mi pelo a mi rostro.
Mis manos convertidas en puños sobre la tela de mis sábanas.
Me deshago de las cobijas, notando todo mi cuerpo agitado, sudoroso y ardiente.
El camino al baño se me hace más pesado que nunca, las ventanas revelan que la luna aún está presente.
Cierro la puerta tras de mí y le pongo el seguro.Mis manos torpes intentan deshacerse de mi ropa de cama y finalmente cae al suelo.
Estiro el brazo para girar el grifo y que el agua comience a caer.
Sin esperar a que se regule, doy un paso y me adentro.
El agua helada desciende estrellándose con el suelo de la bañera.
La cabeza comienza a dolerme y el sudor se mezcla con el agua.No pasa mucho tiempo hasta que los riñones también comienzan a dolerme y noto una presión en el pecho según el agua cae.
La temperatura comienza a regularse y mi respiración se agita.
Tomo aire, echando mi pelo hacia atrás y estirando la mano para agarrar un bote de champú.Tardo pocos minutos en salir después, agarrando una toalla y envolviendo mi cuerpo en ella.
Abro el pomo de la puerta, quitando el seguro y asomando sólo la cabeza.
El pasillo está despejado.Camino por él, dejando pisadas húmedas y gotas de agua que descienden desde mi cabello hasta el suelo.
Me adentro en mi habitación y utilizo la toalla alrededor de mi cuerpo para sacarme el pelo.
Mis ojos buscan el reloj de pared, las seis en punto de la mañana.Los párpados me pesan y peleo para no cerrarlos.
Me pongo la ropa interior y me quedo en ella.
Estiro mis brazos y bostezo.
Abro la ventana sólo unos centímetros, dejando que el aire frío se cuele por ella,
la corriente se estrella con mi cuerpo y la piel se me eriza.Pero me hace sentir mejor un poco de frío.
Las horas pasan despacio, las agujas del reloj parecen no querer moverse.
En cierto punto, los ojos se me cierran del todo sin poder evitarlo y es entonces cuando la campana suena y me levanto de un salto.—Adelante. —Maritza abre la puerta y me da una sonrisa.
Pero mi ceño se frunce al notar que sólo está ella.
—¿Ocurre algo? —Ella comienza a morder su labio inferior y cierra la puerta.—Princesa, tengo que hablar con usted.
Por pura costumbre supongo, abre mi armario y toma un vestido verde agua.
Sin entender lo que ocurre, sigo sus movimientos y la imito.
Meto los pies por el vestido y ella lo sube, cerrándolo en mi espalda.—Usted sabe que mi hermana pequeña está enferma, ¿verdad? —Hago un sonido con mi boca, afirmando.
—Bueno, verá Princesa... mi hermana ha empeorado, hasta el punto de no estar segura de cuanto tiempo le queda. —Esas precisas palabras me hacen girar en seco para mirarla.—¿Qué? pero no estaba tan mal, ¿no es cierto? —Entrecierro los ojos para mirarla mejor y ella deja un largo suspiro escapar por su garganta. Asiente.
—Pero ha empeorado mucho la última semana. Aún no sabemos porqué. Los doctores nos exigen mucho dinero y...—Se detiene.—¿Pero cómo vas a costear los tratamientos si ya no trabajas?
—No sé que hacer o decir y sé cuán egoísta es pero no quiero que se vaya.
—Como ya le he dicho, no sabemos cuanto le quede. Todo lo que quiero es estar a su lado y no desperdiciar más tiempo... no podría perdonarme si por trabajar no pudiera despedirme de ella.Sus dos manos van hasta mis hombros y toman mi pelo para ponerlo en mi espalda.
Agarra algo entre sus manos y sus dedos hábiles peinan mi cabello y lo retienen en un moño alto en segundos.
Lo sostiene con una pinza y termina de peinarme pasando los dedos entre mi pelo.—Maritza... no quiero sonar egoísta pero voy a echarla tanto de menos... usted me ha cuidado más de lo que nadie lo ha hecho. —Confieso y mi voz se rompe en pedazos.
—Princesa. —Me hace girar y pone sus manos sobre mis hombros.—Usted es una mujer increíble, ni lo he dudado ni lo dudaré nunca.
Y créame que no voy a olvidarme de usted, no por el secreto que compartimos sino por todos los buenos momentos vividos a su lado.
Nunca dejaré de creer que no hay nadie mejor que usted para el trono. —Mi vista se vuelve nublosa.Ella me sonríe a través de un maratón de lágrimas que abandonan sus ojos.
—Sé que no lo digo a menudo pero la quiero, Maritza. Lo sabe, ¿verdad? —Ella asiente con una sonrisa honesta.
—Yo también la quiero, Jaqueline.Sus talones se giran y me da la espalda, dirigiéndose a la puerta.
—Maritza. —Casi exclamo, deteniéndola.
Ella se gira una vez más y corro hasta mi armario.
Rebusco en este y tomo entre mis manos uno de mis collares.—Es hecho a mano, valorado en millones. No sé cuantos a decir verdad. —Agarro su muñeca y deposito el collar en ella.
Ella trata de devolvermelo, negando efusiva.
—No, Princesa. No puedo aceptarlo.
—Sonrío.—No vale nada, Maritza.
Usted me ha dado mucho más.Mis brazos rodean su cuerpo y ella imita mi gesto.
Nos quedamos así durante un lapso pequeño de tiempo.Finalmente, mi doncella y amiga, se marcha.
Por última vez la veo atravesar mi puerta y el resonar casi inexistente de sus tacones sobre el suelo.
De fondo, oigo la puerta de entrada del Palacio abrirse.
Me dejo caer sobre mi cama, soltando el aire con brusquedad.
¿Es que alguna vez dejaré de perder?
La noche cae otra vez, vagamente salgo de mi habitación y no hago ninguna comida.
Siento un corazón vacío que palpita sin sentido dentro de mi.
Me arrastro perezosa y desganada hasta la biblioteca.
Chasqueando la lengua a cada segundo y suspirando.—Maritza se ha ido. —Es lo que expreso cuando mis retinas se encuentran con mi soldado.
Sus cejas se arrugan.Corre en mi dirección pero supongo que ve algo en mi expresión que le hace detenerse en seco y no abrazarme.
Desde lo que ocurrió con el Duque, la tensión y el frío entre nosotros se hace más evidente según pasan los días.
Todo ha cambiado, absolutamente todo.—¿Se ha ido? ¿por lo que ocurrió? —Niego.
Doy un paso atrás para apoyarme en la pared y cierro los párpados momentáneamente.
—Su hermana pequeña ha empeorado y quiere estar con ella. —Aclaro.«Le he dado uno de mis collares, espero que la sirva de ayuda y que su hermana no muera. O al menos que viva todo el tiempo posible»
Sé que ella misma me ha dicho lo difícil que es pero quiero creer, quiero tener una décima de esperanza.
Veo que su rostro se ilumina en una sonrisa de todos los dientes.
No se retiene y da un paso para poner sus manos en mi cintura.
—¿Qué ha hecho tu pueblo para merecerte? —Alzo las comisuras de mis labios.
—Lo mismo que he hecho yo para merecerte a ti.Por un instante nuestros ojos se clavan mutuamente y mi alma siente que nada ha cambiado del todo.
Aunque sea sólo por una milésima casi efímera, me siento bien.—Ella ha sido más mi familia que los Reyes, ¿sabes? sé que no fué sólo un trabajo para ella. Hemos crecido juntas. —Los recuerdos de cuando nos conocimos me embargan.
No éramos más que dos niñas.
—Lo sé, Jaqueline. Pero pase lo que pase y vaya a donde vaya, ella siempre sabrá que tiene una hermana pequeña en alguna parte del mundo, encerrada dentro de algún libro. —Trata de bromear y suelto una carcajada inocente.
—Gracias por ser un idiota, soldado.
—Gracias por no mandar a que me maten, Princesa.
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Las reglas de la princesa
FantasyJaqueline Marianne I se enfrenta a los 18 años a sus labores como Princesa. Siguiendo el estricto protocolo real, Jaqueline ha basado toda su vida en cumplir las reglas. En especial, la más importante de todas; Jaqueline tiene prohibido cualquier...