Capítulo 32

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—No, las flores rojas son demasiado presuntuosas, es mejor un rosa suave, más elegante.
—Yo creo que las blancas son mala idea, son más de funerales que de bodas.
¿Qué piensa usted, Princesa?

Mi rostro descansa sobre mi mano y lucho para mantener los párpados abiertos, cuando oigo el "Princesa" los abro de golpe, tratando de localizar a la persona que ha hablado.
Sin entender lo que ha dicho, frunzo el ceño.
—¿Perdón? —Veo la intención de la Reina de reclamarme por mi falta de atención.

Abre la boca pero la campana suena tras nosotras.
Es la definían gráfica de salvada por la campana.
Sonrío al ver a Maritza abrir la puerta pero su expresión dura y seria me pone sobre aviso y me levanto de un movimiento brusco.
—Tiene visita, Princesa. —Su tono sobrio hace que trague saliva.

Salgo a pasos lentos de la sala, sintiendo las miradas curiosas sobre mi nuca.
Mis ojos se encuentran con el Duque Morrison y dejo escapar un bufido notorio.

—Princesa. —Hace una reverencia, asiento.
—Duque. —Comienza a caminar y me veo en la obligación de seguir sus pasos.
Llegamos hasta la sala del té y al cruzarla, Ethan está allí.
Conectamos nuestras miradas y siento el alivio atravesar mi cuerpo al verle allí.

Pero mi felicidad espontánea se va tan rápido como llega.
—Hoy no, soldado. Tengo el permiso del Rey. —Del bolsillo de su traje saca un permiso firmado por mi padre.
El estómago se me revuelve cuando el castaño me da una última mirada triste antes de marcharse.
Mis iris le siguen hasta que desaparece y siento unas repentinas ganas de llorar.

—Princesa, su actuación el día del baile de compromiso fué exquisita, la felicito. —Prefiero guardar mis pensamientos dentro de mi cabeza y me limito a mirarle y asentir nuevamente.
—Sólo para que conste, yo tampoco estoy agradado con el cambio de fecha, me da muy poco margen para prepararme para el trono. —Quiero reír. Lleva toda la vida desde que nací sabiendo sobre esto.

—...así que me gustaría proponerle un trato. —Pues claro, ahora lo entiendo.

Me cruzo de brazos y alzo la cabeza en un gesto autoritario.
—Puedo utilizar una triquiñuela para retrasar la boda, alegando algún tipo de enfermedad o viaje imprevisto. —Ruedo los ojos.

Lo que sea que vaya a pedir, pídalo ya Duque. Estoy harta de juegos baratos.

—¿Qué quiere? —Deja salir una sonrisa egocéntrica.
—Quiero una esposa real. —Alzo una ceja, no sabiendo si está haciendo un chiste o a que se refiere.

—¿Sabe que parte del protocolo es no haber tenido relaciones con una mujer desde el momento en que se establece el matrimonio? El nuestro se estableció años atrás.
He esperado años por usted y ahora no quiero una esposa sólo ante el ojo público. —Su mirada baja descendiendo por mi cuerpo.

Siento como el estómago se me revuelve y las arcadas no tardan en aparecer ante su insinuación.

—No, por supuesto que no.
—Digo sin más y sin esperar, me doy media vuelta.
Aterrorizada ante el recuerdo de nuestro último encuentro a solas, voy tan rápido como puedo hasta la puerta.

Pero los tacones me fallan y me doblo el tobillo. Me arrastro por el suelo y alzo la mano, la aferro al pomo de la puerta.
Pero una de sus manos se estira y adhiere a mi muñeca y tira de mí con fuerza, arrastrándome por el suelo.
Una de mis piernas se eleva, dándole una patada en la cara y eso me libera momentáneamente.
Pero los nervios me consumen y no pienso en golpearle de nuevo, tan sólo deseo escapar.

Sin embargo, reacciona rápido y cuando estoy poniéndome en pie, su mano tira de mi tobillo y vuelvo a caer, creando un ruido fuerte.
—¡Socorro, Elalba! —El nombre de mi hermana es el primero que cruza mi mente.
Me arrastra hacia él, tirando de mi tobillo.
—¡Ethan! ¡Ethan! —Me gira sobre mi misma.

—¿Sabe todo a lo que he renunciado por usted, pequeña zorra? —Sus uñas se clavan en mi piel y noto una herida abrirse.
—¡Suélteme, asqueroso cerdo!
—Y eso es todo lo que digo hasta de que su mano impacte de lleno en mi rostro y notar como un líquido caliente llena mis labios. El cuerpo comienza a temblarme, la vista se me nubla y noto un pinchazo en el estómago.

Con una mano sujeta mis muñecas y grito, grito tanto como puedo.
Pero esta maldita casa tiene las paredes demasiado gruesas y mis gritos son en vano.

Trato de zafarme, levantando mis piernas y su otra mano rompe un pedazo de mi vestido. El pedazo de vestido es apartado por él mismo y mis piernas quedan descubiertas.
Noto su mano subir por ellas.
—Voy a enseñarla a ser una buena esposa. —Quiero moverme, hacer algo más.
Pero el miedo crece y se apodera de mí de una vez por todas, me paraliza.
Y por primera vez en toda mi vida, deseo morir.

Entonces, cuando creo que ya no tengo escapatoria, oigo un golpe seco que lo altera todo.
Unas gotas de sangre me salpican la cara y su agarre se deshace, veo el líquido rojo salir de cabeza y luego cae a mi lado. El rostro se le queda pálido y los ojos abiertos. Un charco de sangre se crea a su alrededor y mis manos y vestido se llenan de ellas.

Grito otra vez, tan fuerte que la garganta me arde.
Y detrás de él, veo a mi doncella.
Con una figurita en la mano, su mirada viaja del Duque a mí. La figurita ensangrentada cae al suelo y sus manos también, quedando muertas a cada lado de su cuerpo.
Entonces se preocupa por mirarme a mi.

—Princesa...—Susurra, estirando su mano para ayudarme. Nuestras manos temblorosas y manchadas se unen y me apoyo de ella para ponerme de pie.

Con el vestido ensangrentado y roto, su sangre mezclada con la mía en mi rostro y el corazón definitivamente herido, balbuceo.
No sé de donde saco las fuerzas pero lo hago, le doy una orden.
—Limpie la sangre, voy a buscar ayuda. —Salgo corriendo, pasillo a través.

Las piernas me pesan y me doy de bruces contra el suelo. Me esfuerzo para ponerme de pie, sintiendo de repente que mi cuerpo es de acero y no tengo fuerza suficiente para alzarme.
El vestido se me entrecruza en el camino y pongo la mano en la pared, arrastrándola por esta para conseguir algo de estabilidad.

Necesito ambas manos para abrir la puerta de la sala de desayuno y para mi suerte, está casi vacía.
Al verle, el corazón me da un vuelco y siento un mareo.
Sus brazos me agarran antes de llegar al suelo.
—Jackie. —Susurra.

Como puedo, me incorporo y le miro.
—¿Qué ha pasado? ¿qué te ha hecho? —Sus dedos rozan la piel de mi mejilla, que arde.
—Está muerto, Ethan. Está... está muerto. ¡Intentó... lo intentó! y Maritza le mató. Ethan... está muerto. —Balbuceo entre sollozos pero parece entenderme.

—Jackie, mírame. Ve al baño, limpiate, ponte otro vestido, quema ese. Del resto me encargo yo.
¿Me oyes? —Asiento.
—La sala del té. —Suelto sin necesidad de que me pregunte.

Sale corriendo de la sala y mis manos sueltan su cintura.
Desolada y con el alma rota, saco coraje y corro para aceptar su orden.

El agua hace que el ardor de mi rostro se calme pero no funciona con mi corazón, no calma lo que siento muy adentro de mí.

Mantengo la boca entreabierta y los labios me tiemblan.
Mientras limpio la sangre de mi rostro supongo que lo entiendo.
No importa cuanta agua caiga, cuanto jabón utilice.

Hay una parte de mi que se ha roto hoy y nunca más volverá a unirse.

¿Cuando podrá la pobre Jackie ser feliz? 😥💔

Las reglas de la princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora