1. Esto no es Phoenix

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El sonido de la redondeada piedra chocando contra las paredes del callejón retumbaba en la mente de Catherine. A sus diez años se veía ya obligada a ir hasta su casa desde el colegio, cuando su madre estaba ocupada con su hermana menor. Aún estando a pocas calles, Ciudad de México no era todo lo seguro que podría ser para una preciosa niña estadounidense de ojos color miel y ondulado pelo castaño.
En su colegio nunca había sido muy bienvenida. Sus jóvenes compañeros la apodaban "la gringa" e incluso sus profesores la trataban de un tono despectivo. Ser hija de norteamericanos no era fácil para ella. Pero su padre, Jackson Blake, líder de un grupo especial de intervención para el control de drogas de la DEA, apodado "Inteligencia", había sido destinado junto con sus compañeros a la capital de estado federal, con el fin de combatir desde dentro a uno de los cárteles más temibles del momento, el cártel del Charro Negro.
Catherine le dio la última patada a la piedra antes de abandonar el callejón y adentrarse en una avenida llena de gente. Ya podía vislumbrar su piso a escasos metros, pero antes de llegar, la dulce señora González, dueña de la frutería de la acera de enfrente, la paró.

- ¡Hola Cathe! ¿Cómo estás hoy mi amor? - saludó la mujer con su dulce voz de tierno acento.

Catherine se sentía recelosa. Su madre, Gemma Blake, siempre le había dicho que los días que volviese sola del colegio no se parase a hablar con nadie. Pero la regordeta señora era conocida en la zona, no había de que preocuparse.

- Buenos días señora González - dijo la niña suavemente, antes de volver a fijar su mirada en el pavimento de la acera.
- Por favor, cielito, llámame Montse.

Catherine no le daba pie a conversación y la señora González tuvo que improvisar.

- Sé que tu mamá te está esperando, pero mañana es un día muy especial. ¿Sabes que día es? - le preguntó con su tierna voz.
- ...1... 1 de noviembre - respondió la niña con un hilito de voz que se escapó entre sus labios.
- ¡Eso es mi amor! Y es un día festivo. Tenemos que rendir homenaje a todos esos que ya no están.
- ¿Y porqué ya no están? - si una cosa caracterizaba a Cathe, eran sus ansias de descubrir cosas nuevas.

La pregunta pilló desprevenida a la mujer.

- Pues verás mi niña... porque todos tenemos que irnos alguna vez. ¡Espera! Creo que tengo porqué algunos dulces, sé que vendo fruta, pero seguro que te gustan. Dame un segundito y ahora vuelvo.

<<No aceptes nada de desconocidos, no aceptes nada de desconocidos>> las palabras de su madre retumbaban en la cabeza de la niña, mientras esta esperaba a la puerta de la tienda, viendo como el cielo se iba tiñendo de un color anaranjado con la llegada del ocaso.
Estaba ensimismada disfrutando de la cálida luz del sol, pero de repente un desconocido la empujó bruscamente.

- ¡Apártate niña! ¿Qué haces aquí sola, pequeña? No deberías quedarte aquí sola, es peligroso.

Un joven, esmirriado y tatuado se agachó junto a ella. Cathe dio un paso atrás desconfiando. El chico, el cual, tenía el pelo casi rapado y llevaba una camiseta oscura de tirantes, causó una sensación de incomodidad a la niña.

- ¿Qué? ¿Eres mudita niña? ¿Dónde está tu mamá? - la pregunta vino acompañada por una mano que se acercaba lentamente al suave pelo de la pequeña.
- ¡Eeh! ¡¡Pero que carajo haces pendejo!! Fuera de aquí, ¡Fue-ra! - la señora González regresó furiosa, justo antes de que el desconocido tocara a Cathe.
- ¡Bueno, bueno!... tenga cuidado señora, no vaya a arrepentirse...
- Fuera de aquí hijo de la gran chingada - dijo empujándole
- ¡Vale!¡Vale! Puta vieja. ¿Y tú que miras? ¡Gringa de los huevos!
- ¡Es solo una niña, desgraciado! - repitió la señora González sofocada, mientras el pandillero le daba la espalda y se alejaba de la tienda por la concurrida avenida.

Catherine vio como una oscura pistola sobresalía del cinturón del hombre a sus espaldas. Se había quedado sobrecogida con la situación.

- ¡Ay, ay! Lo siento mucho mi amor, te ha hecho algo ese hombre, ¿estás bien?
- Sí sí, no se preocupe señora González, perdón... Montse.

La señora González pudo ver por primera vez sonreir a Catherine.

- ¡Menos mal! Pues toma, mi amor, aquí tienes tus dulces.

La mujer soltó una bolsita de dulces de colores sobre las manos de la niña. Ella miró con ansia los caramelos y se lo agradeció muy tímidamente junto con una dulce sonrisa.

- ¡Ay! No hay que agradecer mi niña. ¡Venga corre! Y cruza la calle que mamá te estará esperando. - le contestó sonriente la mujer.

- ¡Voy! ¡Muchas gracias Montse!
- ¡Adiós Catherine! - se despidió la chaparrita mujer, viendo como la niña cruzaba la calzada sin mirar atrás.

Antes de entrar en su portal, Catherine pudo ver como en la esquina de la calle, dos desconocidos se pasaban disimuladamente un paquetito blanco a cambio de unos cuantos pesos.
Entró lo más rápido que pudo en el edificio, pensando en esos dos hombres que acaba de ver. ¿Por qué estaban tensos?¿Qué era ese paquetito blanco? Y ¿por qué un hombre con pistola había intentado tocarla? Rápidamente comenzó a darse cuenta de que Ciudad de México, no era Phoenix.

CONTRABAND - Una guerra sin fronteras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora