40. Cuestión de negocios

12 2 0
                                    

El amigo sin nombre de Fhiona estaba ultimando los detalles para completar la tarea que la pelirroja le había encomendado días atrás. Estaba recibiendo ayuda de un joven programador que, según él, le había ayudado a instalar el gran sistema de seguridad y vigilancia que había bajo tierra. Mientrastanto, Rivera, Catherine y Nathan se estaban preparando para el interrogatorio.
En la sala vacía del sótano del anciano, se encontraba maniatada Layla Roberts.
Gabriel, por su parte, estaba retenido en un armario de la segunda planta del taller, por ahora solo les interesaba ella.
La sala insonorizada mantenía a la economista totalmente aislada. En la estancia contigua, se estaban preparando los agentes y el inspector.
Catherine estaba ayudando a Rivera con su vestimenta. A unos pantalones holgados  negros y rasgados se le sumaba una camiseta verde caqui sin mangas.
La joven había traído una botella de agua y se había dispuesto a mojar el cuello de la camiseta, y las zonas laterales de la prenda. Debía parecer que realmente tenía ese aspecto desdeñado y greñoso que asqueara y a la vez aterrorizada a su rehén y más siendo una mujer.

- Saca tu barriga cervecera ¿quieres? - le pidió la joven.
- ¿Qué barriga? - preguntó el hombre conteniendo la respiración.

Ella le clavó un dedo en el vientre haciendo que desinflara. Continuó con su labor de verter finos hilos de agua sobre él para que pareciera lo más sudado posible. Al ir dando la vuelta alrededor de su cuerpo no pudo evitar fijarse en Nathan. Estaba quitándose su equipo negro para pasar a ponerse un falso traje de las fuerzas especiales estadounidenses en tonos tierra. Se había colocado el mono hasta la cintura y mantuvo su torso desnudo mientras toqueteaba el vendaje que Catherine le había ayudado a ponerse hacía unos días.
Mientras lo miraba de reojo, la joven pensó en que debería haberse hecho otra cura para evitar infecciones. Aunque si había sobrevivido a Siria e Iraq, no veía posible que un pequeño trozo de madera fuera a acabar con él.
Desvió su mirada volviendo a centrarse en el inspector. Se aseguró que los dos elementos que llevaba pegados al cuerpo, bajo la camiseta, estuvieran bien fijados.

- Por lo que me parece me has hecho caso y no te has echado desodorante - le preguntó Catherine indirectamente. Se alejó para contemplar el conjunto - ¡Dios mío!
- ¿Estoy bien? - preguntó el hombre ante el asombro y la sonrisa de ella
- Para nada... - se rió sujetando la botella de agua - Estás horrendo
- ¡Perfecto! - exclamó esa haraposa figura, sudorosa y maloliente - Casi que me compadezco de la pobre. Ya verás que rato le hago pasar. Os dejo a solas

Catherine tenía junto a ella la ropa que debía ponerse. Era similar a la de Rivera pero no adoptaría una imagen tan pordiosera.

- ¿Aun te duele? - preguntó la joven, mientras Nathan se colocaba las mangas del traje militar.
- Nada preocupante, está cicatrizando - contestó él, quitándole hierro al asunto y buscando otro tema de conversación - Conocí a Siara cuando tenía veinte años. Mi padre me la presentó

La inesperada información cogió a Catherine por sorpresa. Le dio la espalda para comenzar a desvestirse. Él hizo lo propio para no incomodarla.

- ¿Ella y tu padre estaban...? - preguntó sorprendida.
- ¡No! Nada más lejos de la realidad - evitaba cerrar el traje por el calor que desprendía y prefirió ponerse a preparar el chaleco y la radio que debía llevar con él - Son buenos amigos y ella ya me tenía echado el ojo cuando estaba en las fuerzas aéreas. Apenas nos conocíamos pero vino a buscarme exclusivamente a mí
- No me sorprende viniendo de ella - se quitó la chaqueta y la camiseta que había llevado en el secuestro. Apenas se detuvo a revisar la evolución de los moretones de su torso. Aun conversaba la mayoría - Siara es una persona que siempre sabe lo que quiere incluso antes de saber si es posible conseguirlo, pero sea como sea, lo acaba consiguiendo

Comenzó a desabrocharse el pantalón mientras Nathan cerraba su traje táctico y se aseguraba de que todo en su chaleco estuviera correctamente colocado. Incluso revisó que el parche con el escudo de la punta de flecha, tejido a la tela de la prenda, estuviera bien hecho. No sabían hasta qué punto sus invitados estaban entrenados para esa labor.
La joven pasó el dedo corazón por el vendaje de su muslo. Le tranquilizó comprobar que no estaba húmedo. Parecía que por fin estaba cicatrizando como debería. Agarró el pantalón y comenzó a ponérselo.

CONTRABAND - Una guerra sin fronteras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora