2. El precio a pagar

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La vieja puerta principal de madera del piso de los Blake, chirriaba cada vez que alguien la movía apenas unos milímetros.
Gemma oyó como las bisagras avisaban de la llegada de alguien a casa. Pero tras el sonido no llegó ningún saludo.

-¿Cathe? - preguntó Gemma preocupada.

Conocía el trabajo de su marido y el peligro al que se exponían ella y las niñas, pero se había casado con un agente federal, cuando este ya estaba casado con su placa. Era el precio a pagar.
Por instinto o por miedo, la mujer de pelo castaño y morena piel, agarró con fuerza el primer cuchillo que encontró en la encimera de la cocina y lo empuño con firmeza, decidida a defender a su hija pequeña con su vida, si los casos de papá venían a por ellas.
Apenas unos segundos después del chirriar de la puerta y de acercarse a ella entreabierta, Gemma acercó la húmeda palma de su mano al pomo cobrizo, el aire fresco del portal le hacía estar algo más alerta, el pulso se le aceleró y notaba los latidos de su corazón en su cuello.
Decidida, agarró el pomo y abrió la puerta bruscamente, lista para usar el afilado cuchillo, el cual escondió en cuestión de segundos, cuando miró hacia el suelo y vio a la pequeña Catherine recogiendo del suelo, alguno de los caramelos que la señora González le había dado.

- ¡Pero mi vida! Eres tú... - dijo la consternada madre mientras se fundía con su hija en un profundo abrazo
- ¡Ay quita mamá! Que me pisas los caramelos.
- ¿Caramelos? Cathe... ¿de donde los has sacado? ¡Cuantas veces te he dicho que no cojas nada de los desconocidos!
- ¡No he cogido nada de un desconocido mamá! Me lo ha dado Montse - respondió la niña apurada mientras su madre le agarraba firmemente de sus brazos y clavaba sus ojos oscuros en los suyos.
- ¿Montse?
- Sí, mamá, ¡Montse! La dueña de la frutería.
- ¿La señora González?
- ¡Sí! Sé que no puedo aceptar nada de personas que no conozco, pero hemos hablado ahora y me las dio.

En esos momentos, aún acelerada, Gemma estaba muy orgullosa de su niña, la cual había sabido defenderse muy bien con la lengua hispana, durante el último año que llevaban en el país.

- Está bien... lo siento cariño. Pasa a cambiarte, ya hablaré yo con la señora González - precavida, intentando esconder el cuchillo, dio paso a su hija al apartamento, no sin antes cerrar la puerta principal tras haber observado durante unos breves segundos la oscuridad que se cernía sobre el pasillo del portal.

El mismo cuchillo que pretendía ser utilizado por la mujer como defensa, era ahora un utensilio de cocina más, mientras observaba como sus preciosas niñas jugaban en el medio del salón y Cathe usaba como escondite el sofá, metiéndose por debajo, dejando apenas entrever unos centímetros de luz bajo él. <<Es tan bajito que nadie me encontrará aquí>> solía decir la niña. Las palabras de su hija florecían en la mente de Gemma. Eran esos momentos los que le hacían no perder la cabeza por la tensión a la que la sometía el trabajo de Jackson.

Mientras preparaba la cena, su marido abrió la chirriante puerta principal, tras su jornada laboral. Sus dulces hijas corrieron a los brazos de su padre, provocando una tierna sonrisa en la señora Blake.
Nada más atender a Catherine y Sophie, fue a saludar a su esposa.

- ¡Qué bien huele! - fueron las primeras palabras del agente.
- ¿Ni un hola?
- Hola - respondió el hombre dándole un fugaz beso a su mujer.
- ¿Cuantas veces te he dicho que entres en casa, con el arma guardada? No quiero que las niñas vean la cartuchera - susurró Gemma, para evitar que lo oyesen las niñas.
- Mierda, fallo mio - dijo Jack, sonriente, mientras se sacaba el arma junto con la cartuchera y los ocultaba bajo la chaqueta que llevaba en la mano.

Lo primero que hizo fue ir hasta su mesilla del dormitorio principal y depositó su Grand Power K100, junto a su placa en el cajón principal.

- ¿Porqué llevas una pistola papá? - pregunto Cathe a sus espaldas, sobresaltando a su padre.
- ¡Cariño! No es una pistola, mi vida... es... - se había quedado sin ideas.
- Papá... que no tengo 6 años... no soy Sophie.
- Ya mi vida, pero tienes diez y cuanto menos sepa de estas cosas mejor. Te lo explicaré cuando crezcas.

El padre besó a su hija en la frente y le pidió tiernamente que volviese a jugar con su hermana, pero Cathe sabía que lo que su padre llevaba, lo usaba la gente mala, como el hombre que la empujó esa tarde en la calle.

Esa noche a Cathe muchas preguntas, le rondaban por la cabeza. Tras haber sido arropada por su madre y teniendo a Sophie dormida en la cama de al lado, no hacía más que dar vueltas, pensando en su padre, el hombre tatuado, los gritos de la señora González, la pistola y finalmente acabó cerrando los ojos y quedándose dormida.

Estando Jackson dormido, Gemma se asomó disimuladamente a la venta apartando la cortina. Su desconfianza le hizo creer ver a un hombre encapuchado sumido en la más absoluta oscuridad, a la salida del callejón, mirando fijamente la ventana de su apartamento. En unos breves segundos se giró y el callejón se lo tragó.

CONTRABAND - Una guerra sin fronteras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora