38. Vivir para morir

11 3 1
                                    

Catherine se sentía especialmente relajada esa mañana. Estaba acostada bocabajo, abrazada a una mullida almohada. Su pelo, suelto, se arremolinaba por el colchón y el cabecero de metal. Se había desvelado hacía un rato, pero no quería moverse al sentirse segura bajo su refugio de sábanas blancas.
Le gustaba sentir su suavidad al roce con su piel, el calor que inundaba la estancia en esa mañana de noviembre, sí, noviembre.
Dos días llevaban encerrados en ese apartamento de Ciudad de México, trazando un plan milimétrico que tendría lugar en el centro de la ciudad dentro de dos días. A pesar del derroche de energía que les supuso, Fhiona había encontrado tiempo para pasar la última noche en la cocina preparando un no se sabe qué.
Sus dificultades para dormir venían en parte propiciadas por el bullicio que desde horas intempestivas había comenzado a florecer en las calles de Argentina Antigua al son de rancheras y otros cánticos dedicados a los muertos. Hacía más de veinte años que Catherine no escuchaba esas alegres y tradicionales melodías, una parte de ella las añoraba.
Por otro lado, el aniversario de la muerte de Gemma y Sophie también la había mantenido en vela. Junto a ella, en la diminuta mesita de noche, reposaba el medallón que Jackson le había regalado. Bajo él, la carta de Javier aún sin abrir.
No quería levantarse, por lo que pensó que sería un buen momento para hacer frente a la última petición del chico. Se incorporó sobre la almohada y cogió el sobre apartando con delicadeza el corazón dorado.
Junto a la solapa se había secado una pequeña mancha de sangre, probablemente de su mano al intentar sacarlo para entregárselo.

- Lo siento mucho - susurró la joven retrayendo un mechón de pelo rebelde hasta detrás de su oreja derecha.

Las manos le pesaban para realizar la simple acción de retirar la solapa, aún pegada. Tenía los dedos adormecidos, pero no estaba segura de que fuera a causa de estar recién levantada, la responsabilidad que tenía entre manos la intimidaba. Era la última voluntad de un difunto, uno al que ella misma había matado.
Tiró con fuerza para vencer al pegamento y casi desgarrando el fino papel amarillento.

Miró dentro apretando los bordes para ampliar su radio de visión. Para su sorpresa, no encontró una carta, ni una postal, tampoco objetos personales; solo un papel aparentemente en blanco doblado una y otra vez.
Se tomó unos segundos para ordenar su desmadrada imaginación antes de sacar el papel. Uno se escurrió desde el interior del otro.

- ¿Dos papeles? - se dijo a sí misma sorprendida. Se sorprendió más aún cuando notó el desmesurado peso que tenían.

Devolvió el sobre a la mesilla y desdobló el primer papel. Su mano derecha fue directa a cubrirse la boca de manera involuntaria.
Dejó caer el primer papel y repitió la acción con el segundo. Dejó caer el segundo y volvió al primero. Luego miró los dos a la vez. Acercaba y alejaba ambos papeles. Entrecerraba los ojos una y otra vez. Despegó lo que llevaban pegados y se puso a palparlos y manosearlos.
No conseguía salir de su asombro.

Tras semanas de tormentas y días oscuros la luz volvía a inundar las vastas avenidas de Nueva York. A la altura de la once con la 53 st, en medio de Hell's Kitchen y junto al parque DeWitt Clinton, se encontraba el apartamento de Brooklyn y Nicole. La analista no había tenido una noche especialmente agradable.
Estaba acostada, bocarriba y observando minuciosamente el techo de su habitación, estancia decorada en un estilo bohemio de tonalidades claras y muebles con un cierto desgaste vintage.
Las preocupaciones se le acumulaban. Una persona cuyo rostro desconocía se había introducido en su sistema y había abierto una deuda que ahora la joven debía saldar, la persona que le había hecho desperdiciar casi un lustro de su vida estaba libre, su mejor amiga desaparecida en algún lugar al otro lado de la frontera y ella debía levantarse para ir a trabajar como si todo estuviera bien en su vida, como si las preocupaciones no existieran y las amenazas no se encontraran detrás de cada coche, puerta o ventana.
Tenía que moverse si no quería llegar tarde. Antes de apartar las sábanas se giró hacia Nicole. Cada poro de su piel la cautivaba tanto que no sabía dónde centrar su mirada. Estaba bocabajo, con su cara apoyada en la almohada mirando hacia Brooke. Le causaba una alegre ternura el hecho de que su fino pómulo se viera remarcado por lo achuchable que lo hacía la almohada. Parecía dormida, pero estaba en ese estado de inconsciencia mañanero en el que te enteras de lo que ocurre en tu entorno pero no reaccionas ante ello.
Brooklyn tenía una sonrisa boba en su cara, al darse cuenta se puso algo más seria. La larga melena marrón oscura de Nicole se agrupaba al lado derecho de su cuerpo.

CONTRABAND - Una guerra sin fronteras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora