Prólogo

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"Con el tiempo uno se acostumbra a fingir ser fuerte, pero es hasta que esa persona especial muere, cuando todo tu mundo se derrumba"


Año 2056, Planeta Seigue

Ni siquiera la gran explosión que retumbó a lo lejos fue suficiente para asustar al pequeño que Roger cargaba en brazos y no era algo extraño pues con tan solo un año de edad ya había demostrado que era muy valiente. Roger, el padre del niño, se estremeció con la siguiente explosión y no pudo evitar pensar en toda la sangre que se derramaría esa noche, lo único que lo tranquilizó fue tener a su fiel amigo a un lado. Sherak, un lobo con un pelaje tan blanco como la misma nieve, siempre lo había acompañado desde que ambos eran jóvenes, habían pasado años protegiéndose mutuamente y siempre sería así... O al menos eso pensó Sherak antes de ese día en que la guerra contra los humanos se desató.

Sus huellas se marcaban en la nieve con cada paso que daban y no es que los humanos hayan decidido atacar en pleno invierno, sino que aquél planeta siempre tenía la misma estación. Los arboles siempre estaban cubiertos por una capa blanca y la nieve siempre resplandecía con hermosura bajo la brillante luna llena... pero ese día no era así. La nieve estaba manchada de sangre y llena de irregularidades causadas por las mismas explosiones.

No era algo nuevo que en ese planeta hubiera guerras, pero lo que si era nuevo es que por primera vez los humanos atacaban y eso llevó a Roger a tomar decisiones que jamás se había imaginado que haría.

Roger llegó a una cueva escondida entre varias montañas, al entrar, el sonido de las explosiones se atenuó, pero no del todo, aun así, los temblores no se calmaron, ni mucho menos pararon. Roger dejó a su pequeño hijo en una esquina, este último no tenía ni idea de lo que pasaba y no les prestaba mucha atención a los temblores, solo se limitaba a ver a su padre con sus intensos ojos menta y una gran sonrisa en el rostro, como si fuera un fabuloso día.

Roger no pudo verlo a los ojos, apartó la vista y la dirigió hacia su amigo canino.

-Tengo que ir a pelear –dijo con una voz grave y firme, aunque su amigo sabía que por dentro estaba destrozado- no pude proteger a Charlotte, por eso quiero que cuides de él –hizo un ademan hacia su hijo, el cual se encontraba jugando con una pequeña piedra- Sé que deberías estar junto a mí en todas mis batallas, pero esta vez deberías proteger a mi hijo. Soy el líder de este lugar y si no peleo sería una deshonra para este planeta. Entiendes eso, ¿no?

El lobo solo se limitó a asentir no muy convencido de sus palabras, Pero ¿Quién podía culparlo? el líder estaba entrando en desesperación.

-Te lo pido, por favor –su voz empezó a quebrarse- Cuida de él, mantente siempre a su lado como lo hiciste conmigo, sé que ambos serán muy fuertes juntos –hizo una pausa y desvió la mirada-

Fue en ese momento cuando el lobo se dio cuenta de que él no quería que lo vieran llorar. No lo culpaba, Roger nunca había llorado, al menos no en frente de él, pero esta guerra era diferente, su esposa había muerto y la vida de su único hijo estaba en peligro.

-Si no regreso...-dijo Roger recargando su arma, con su rostro sombrío como si nunca hubiera habido un sentimiento de tristeza en él- Asegúrate de que mi hijo sea el próximo líder.

Sin decir nada más, Roger salió por la boca de la cueva hasta desaparecer sin si quiera dejar que el lobo reaccionara. El animal de pelaje blanco miró hacia el pequeño, el cual estaba dormido junto a una roca grande. Se acercó a él y lo rodeo con su grande y peludo cuerpo, cubriéndolo de todo peligro.

Lágrimas CongeladasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora