CAPITULO DIECIOCHO

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CAPÍTULO DIECIOCHO

Martes

De madrugada

En el camino Keri llamó a Ray. No lo hubiese querido, pero el Blue Mist
Lounge era el tipo de lugar que requería apoyo.

—¿Durmiendo? —preguntó ella.

—Estaba —replicó él al instante, no demasiado feliz.

Hizo una pausa.

—Tú no estás durmiendo —observó él—, y me necesitas.

'—Bingo —dijo ella.

El suspiró con fuerza.

—Y si me necesitas, es porque debe ser malo.

—Correcto de nuevo —dijo ella.

—Te odio, Locke.

'—Te amo, Grandote.

El suspiró con fuerza. Luego se escuchó un crujido, y ella supo que se estaba
sentando en la cama.

—Tienes suerte de que esta vez estoy solo —dijo él—. ¿Cuál es la dirección?

Quince minutos después, Keri paró enfrente del Blue Mist y aguardó,
sabiendo que Ray llegaría en cualquier momento. Mientras esperaba, le echó un
vistazo al expediente de Auggie. Era un maleante y proveedor de poca monta
pero con un mal genio. Había pasado dieciséis de sus treinta y cuatro años en la
cárcel, por asaltos, principalmente. No había registro de secuestros pero una vez
había encerrado a una novia en el closet del dormitorio por doce horas, porque
ella le había robado algo de metadona..

Bay apareció, ella salió del auto y se paró junto a él.

El miró el club.

—El Blue Mist, ¿eh? —preguntó él—. Sabía que podía contar con que me
invitarías a una cita con clase.

Se aproximaron a la puerta en silencio, con Ray poniéndose rígido,
preparándose obviamente, ella lo sabía, para los problemas.

En la puerta principal del club les aguardaban un guardia tipo pit bull. Al
mostrar sus placas, sin embargo, y luego de mirar a Ray, se hizo a un lado.

Se abrieron camino después de pasar junto a él, y subieron por los escalones
de la entrada. Una ruidosa música de hip-hop explotaba por los altavoces. Keri
observó que ella era la única persona blanca en el lugar, y se sintió un poco
culpable de sentirse aliviada por tener a Ray a su lado.

Se movieron con rapidez hacia el salón VIP, en la parte trasera, que tenía su
propio guardia de seguridad. Ray le hizo un gesto y mostró su placa; él se hizo a
un lado para que entraran.

La puerta se cerró detrás de ellos, atenuando la música del salón principal.
Dentro, en la esquina, una mujer sobre un pequeño escenario cantaba temas de
Billie Holiday. Estaba más lleno de lo que Keri esperaba a esa hora, principiando
la semana.

Miraron en derredor. Ray señaló con la cabeza un rincón oscuro del salón, y
musitó:

—El Sr. Rastafari.

Auggie se hallaba sentado en un amplio reservado, lejos de la multitud. Dos
mujeres estaban sentadas a ambos lados de él. Keri vio que eran prostitutas.
Estaban pegadas a él en plan de seducción, compitiendo por su atención. Una
botella de whisky, medio vacía, descansaba en medio de la mesa, con los vasos a
su alrededor. Las mujeres reían a carcajadas todo lo que Auggie decía y ninguno
notó a Ray y Keri hasta que llegaron a la mesa.

UN RASTRO DE MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora