CAPÍTULO DIECISÉIS

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CAPÍTULO DIECISÉIS

Martes

De madrugada

El sudor resbalaba por el rostro de Ashley mientras recorría las paredes con
un pánico controlado. Estaria tres grados más caliente dentro de este tubo de
metal que allá afuera.

Levantó la vista. Metro o metro y medio por encima de su cabeza, en el tope del silo, había una gran escotilla de metal, uno por dos metros, cerrada. Las bisagras estaban hacia afuera. Ella debió haber sido, se daba cuenta, traída hasta
allí a través de la escotilla. Eso significaba que debía haber algún tipo de escalera
fija, que corría por un costado del silo hasta esa puerta. Si ella podía alcanzarla,
entonces habria una vía por donde bajar hasta el suelo.

Saltó y la rozó apenas con la punta de sus dedos.

Trepó al contenedor de plástico, y la alcanzó, pero el contenedor colapsó con su peso.

Se levantó de nuevo, frustrada. Lo que necesitaba era un palo largo. Quizás se abriría si aplicaba algo de presión sobre él.

Entonces, de nuevo, pero quizás tenía un candado por fuera.

Un palo largo...

Miró a su alrededor. Los tablones de madera del piso podrian serlo
suficientemente largos si ella lograba zafar alguno.

¿Cómo?

Estaban atornillados.

Nada en el cubo de golosinas podia ser usado como destornillador.

Entonces lo vio: las latas de sopa tenían anillas de apertura. Jaló una, puso la sopla a un lado, y dobló para atrás y para adelante la anilla hasta que la  desprendió la lata.

Observó que todos los tornillos estaban hundidos como medio centímetro, no demasiado adentro como para que la anilla no pudiera alcanzar la cabeza del

Se le ocurrió una idea. Después de comerse la sopa (¿por qué dejar que se perdiera?) raspó la madera alrededor del tornillo con el borde de la lata. El
trabajo era arduo, pero eventualmente logró que la cabeza del tornillo quedara
lo suficientemente expuesta como para que le introdujera la anilla. Apretando
todo lo que podía la anilla y presionando hacia abajo con fuerza, le fue posible
hacer que el tornillo se moviera.

Tomó un largo tiempo, quince minutos al menos, para sacarlo por completo.
Habia diez tornillos en esa plancha.

El proyecto le tomaría dos horas y media silos músculos de su mano
aguantaban, más, si hacía recesos. En realidad, si dejaba los dos tornillos al final
del tablón, podría ser capaz de levantarlo y sacarlo a la fuerza. Eso reduciría el
tiempo a dos horas. La linterna debería durar ese lapso.

Ella no usaría el marcador en las paredes.

¡Ya estoy saliendo de este infierno!

Ignorando el silencioso y sofocante aire del silo por lo que pareció una
eternidad, Ashley lentamente removió un tornillo tras otro. Se imaginaba
abriendo a la fuerza la puerta del techo, saltando y agarrando el borde,
impulsándose hacia arriba y hacia afuera, bajando entonces por la escalera,
corriendo e internándose en la noche, donde no podria ser encontrada.

El momento de la verdad habia llegado.

Alzó el tablón, y lo zafó de un tirón de los últimos tornillos, lo levantó hasta
hacerlo descansar contra el borde de la escotilla, y empujó.

Nada pasó.

Empujó todo lo que pudo; nada. Embistió la escotilla con la plancha, con toda
la fuerza que fue capaz de reunir. No se movió ni un centímetro. Estaba
sólidamente asegurada desde afuera.

Ashley se desplomó en el suelo, agotada y abatida. Se acurrucó en posición
fetal y cerró sus ojos, lista para enfrentar cualquier cosa que el destino le deparara. Pero entonces un recuerdo surgió en su mente, de otro momento en el
que se había sentido derrotada.

Surfeando en Hawaii dos años atrás, una ola más grande que cualquiera que
hubiera encontrado en el Sur de California la había sorprendido. Con al menos
seis metros de altura, la había lanzado contra un lecho de coral a cinco metros de
profundidad. Su traje de surf se había enganchado en una aguda saliente del
coral. No podía escapar.

Luchaba pero sabía que se estaba quedando sin aliento. Entonces vino una
segunda ola, que la empujó más hacia el coral. Sintió entonces como este cortaba
su carne. Pero esta vez, cuando la ola pasó, descubrió que de alguna forma la
había liberado del coral donde había quedado atrapada.

Con su último gramo de fuerza se impulsó hacia la superficie, sus ojos
apuntando al creciente punto de luz solar que se hacía más cercano. Su primera
bocanada de aire al salir a la superficie quedó como el momento más poderoso
de su vida. Fue mejor que cualquier droga que hubiese tomado, que cualquier
sujeto con el que hubiese dormido. Era su verdadero norte..

Y si lo había hallado una vez, Ashley sabía que lo encontraría de nuevo.

Se sentó.

Rebuscó y encontró la linterna, alumbrando la abertura donde había estado
colocado el tablón. Bajo la plataforma de madera en la que estaba, había una
especie de gigantesco y herrumbroso embudo. Las paredes inclinadas
terminaban en un pico que mediría alrededor de medio metro de diámetro.

¿Podría su cuerpo pasar por allí? Estaria cerrado. Podría deslizarse. Podria
quedar atorada y atrapada. Era dificil decirlo.

Parecía como si algo se hubiese quedado atorado en una parte del caño, a más
de un metro. ¿Qué era? ¿Telarañas? ¿Viejos terrones de grano? No era un
obstáculo sólido y sin duda tampoco formaba parte de la estructura. Se veía
frágil, como si el peso de su cuerpo pudiera romperlo. De cualquier forma, no
podía estar segura y no podía ver más allá de él.

Dejó caer la lata de sopa.

Repicó las paredes del tubo al chocar con el obstáculo, pasó por él y cayó al
suelo. Tomó un rato que llegara al fondo. La caída fue larga.

El sudor corría por la cara de Ashley.

Si sacaba otro tablón, habría suficiente espacio para dejarse caer por el
embudo. Era posible, quizás, que pasara por el embudo sin quedarse atascada, y
que luego cayera al suelo sin romperse la espalda y sin matarse, y que
encontrase alguna puerta o abertura por donde pudiera escapar.

Igualmente era posible que ella quedara atascada en el tubo, atrapada sin remedio e incapaz de moverse. Su propio peso la haría deslizarse hasta quedar
más atorada y su pecho quedaría constreñido. Entonces, podría sofocarse, o peor,
quedarse al borde de la asfixia sin morir del todo.

_'entonces ni siquiera podria darse muerte. Moriría de forma horrible,
lnmo .

Gritó a todo pulmón y golpeó el costado del silo con la tabla. Era demasiada su
frustración.

—¡Ayúdenme! ¡Alguien que me ayude! ¡Yo no hice nada!

Introdujo la tabla en la boca y con ella fue capaz de alcanzar la obstrucción.
Al mover la tabla hacia los lados y asomarse por el orificio, descubrió, con horror, lo que era.

Huesos.

Huesos cubiertos por años de polvo, telarañas y aire viciado. Alguien ya había
intentado su idea de dejarse caer y había quedado atorado.

Ashley se arrastró lejos de esa vista hasta que la pared la detuvo. Ella no
quería morir asi. Era demasiado horrible.

Las lágrimas acudieron a sus ojos. No había salida, ni hacia arriba, ni hacia
abajo. Estaba atrapada. El miedo se apoderó de ella de nuevo.

—¡Mami! —gritó- ¡Ayudame!

UN RASTRO DE MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora