CAPÍTULO TREINTA

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CAPÍTULO TREINTA

Martes

Temprano en la tarde

Keri vio en el monitor el tubo de plomo en manos de Pachanga. Lo sostenía
sobre su cabeza, preparándose para descargarlo sobre la mano que sostenía la
pistola, a fin de hacerle soltar el arma y de paso romperle el antebrazo.

Ella giró con rapidez a su derecha. El tubo bajó con violencia y pasó por el
punto donde había estado su mano, pero donde ahora estaba su hombro
izquierdo. Sintió que su clavícula cedía y el golpe la hizo caer hacia atrás, al
suelo, gritando de dolor, temporalmente cegada por brillantes destellos de
agonía.

Cuando su visión se aclaró, vio a Pachanga viniendo con todo hacia ella, a
solo unos pasos de distancia. Ella levantó su diestra y disparó. El aullido le
indicó que le había dado pero no estaba segura de dónde. El cayó encima de ella
y rodó por el piso hasta quedar a un lado. Por medio segundo, creyó que estaba
muerto.

Pero no lo estaba. Lo vio agarrarse la pierna derecha y se dio cuenta que le
había herido en la parte superior del muslo. Cruzó el brazo sobre su pecho para
dispararle otra vez.. Pero él la vio moverse, agarró el tubo, y lo lanzó hacia ella
golpeándola en la mano. Tubo y pistola salieron volando por el suelo del silo y se
detuvieron debajo de la mesa donde Ashley se hallaba..

Pachanga saltó hacia ella. Antes de que Keri pudiera detenerlo, el hombre
había agarrado sus brazos, los habia fijado al suelo, y se había trepado encima de
ella. Era increiblemente fuerte.

—Encantado de conocerla, señora. Siento que no sea en circunstancias más
adecuadas —dijo él antes de golpearla en la cara.

Keri sintió un crujido en la cuenca del ojo y que una cascada de luz explotaba
en su cerebro. Esperó el segundo golpe, pero este no llegó. Otro grito
proveniente del rincón de la habitación, le dijo que las extremidades de Ashley
habían sido estiradas otro centímetro. Ella levantó los ojos humedecidos para
ver a Pachanga sonriendo desde su altura hacia ella.

—Sabes, eres realmente preciosa para ser una dama de avanzada edad. Se
suponía que mantendría intacto al espécimen de allá de cara a unas
negociaciones. Solo podía hacer experimentos limitados. Pero no tengo esas
limitaciones contigo. Pienso que puedo hacer contigo mi experimento especial,
si sabes lo que quiero decir. ¿Sabes lo que quiero decir?

Sorprendentemente, sonreía con calidez, como si la estuviera invitando a
tomar una taza de café. Keri no respondió, lo que no pareció hacerlo feliz. Su
amplia sonrisa se transformó en una horrible mueca. Sin avisar cogió impulso y
golpeó a Keri en la costilla, la misma que había quedado tocada a raíz de su pelea
con Johnnie Cotton.

Si hasta ese momento no se había roto, definitivamente ahora sí que lo
estaba. Keri respiró con dificultad, tan traspasada de dolor que no veía. Pudo
escuchar a Pachanga hablar, pero sus palabras resultaban ahogadas por la
angustia que llenaba su cabeza.

—...vas a ver mi Yo Verdadero. No muchos especímenes han tenido el
privilegio. Pero te lo digo, eres especial. Encontraste Mi Hogar tú sola. Eso debe
significar que escogiste estar aquí, conmigo. Me siento halagado.

Keri temió que fuese a perder el conocimiento. Si eso sucedía, era el final.
Tenía que hacer algo rápido para cambiar la dinámica. Pachanga estaba
parloteando llevado por un falso éxtasis, hablando de hogares y yoes verdaderos.
Ella no tenía idea de qué estaba hablando. Los ojos de él brillaban de locura y
ronroneaba suavemente. Parecía indiferente a la herida de su pierna, que
sangraba bastante. La herida. Tuvo entonces una idea.

UN RASTRO DE MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora