CAPITULO VEINTINUEVE

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CAPÍTULO VEINTINUEVE

Martes

Temprano en la tarde

La vía más rápida a Acton desde Twin Peaks era tomarla Autopista 138 oeste
que cortaba y bordeaba justo al norte del Bosque Nacional Angeles. La mayor
parte de la vía era de dos canales, pero con la sirena encendida, los conductores
se apartaban con rapidez y ella fue capaz de cubrirla en un lapso de tiempo
aceptable. En solo poco más de una hora, había enlazado con la Autopista 14
Antelope Valley y se acercaba a las afueras de Acton, donde se ubicaba la granja
de Pachanga.

Pasó la entrada al lugar, que tenía un portón asegurado con una cadena, y
condujo otros cuatrocientos metros antes de darse la vuelta. Salió del camino a
unos cien metros de la granja y ocultó el Prius en el costado sin asfaltar de la
carretera, colocándose detrás de un conjunto de arbustos que lo escondería muy
bien a menos que alguien pasara cerca..

Sacó sus binoculares e intentó hacerse una idea de la granja.
Desafortunadamente, el camino de tierra —una trocha más bien- conducía a
una colina y ella no podía ver que había al otro lado de la subida.

Tomó su teléfono para llamar a Ray, de quien no había sabido. Solo entonces
se dio cuenta de por qué. Ahora mismo no tenía servicio de celular. No era
realmente un impacto a estas alturas. Pensándolo bien, ella debió haberle
llamado cuando pasaba cerca de Palmdale, donde seguramente habría tenido
recepción.

Notó el icono de sobre parpadeante y supo que tenía un mensaje, aunque no
lo había oído entrar. Era de Ray y decía:

—Llegué a Twin Peaks. Recibí tu mensaje. En camino a la granja. No seas
estúpida. Espérame.

La hora de envío del mensaje era la 1:03, alrededor de hacía media hora. Si él
conducía tan rápido como ella, llegaría en treinta minutos, justo después de las
dos. ¿Podía esperar tanto?

Los pensamientos de Keri se fueron hacia Jackson Cave. Payton Penn había
obviamente hablado con él. ¿Y si le había dicho a Cave que contactara a
Pachanga para que le dijera que la captura era inminente y que él debía
deshacerse de cualquier evidencia de su crimen, incluyendo Ashley? No era una
preocupación exagerada. Si eso había sucedido, podía ahora mismo ser
demasiado tarde. Esperar otra media hora sería irresponsable.

No tenía opción.

Tenía que entrar.

Keri tomó su arma y sus binoculares, se colocó el chaleco a prueba de balas y
un par de gafas de sol, y caminó por el tranquilo sendero que llevaba a la
propiedad de Pachanga.

Al llegar al portón de la granja, Keri notó que mientras este y la cadena
estaban oxidados, el candado era brillante y nuevo. Un mugriento letrero
rezaba:

Propiedad privada.

Prohibido el paso.

En lugar de tratar de trepar por él, deslizó su cuerpo por entre los alambres
de la cerca que se extendía a lo largo de toda la propiedad y llegaba hasta la
colina. No caminó por el sendero en sí, por si acaso un auto aparecía, sino a unos
nueve metros de distancia, donde podía dejarse caer y ocultarse aprovechando la
espesura de los arbustos.

Al acercarse a la cima de la colina, Keri se puso boca abajo y reptó por el resto
del trayecto. Levantó un poco su cabeza y observó toda el área.

En otro tiempo, debió haber sido una granja productiva. Había tablones de
sembradío, un silo para los granos, un granero, y una casa de campo. Pero a
todas vistas no había sido empleada para esa finalidad desde hacía muchos años.
Los campos estaban cubiertos de maleza y de antiguos tractores que montaban
una guardia silenciosa. De hecho, varios vehículos oxidados se hallaban regados
por la propiedad. Ninguno parecía funcionar. El granero estaba a punto de
caerse a pedazos. Y el silo estaba herrumbroso. El lecho seco de un arroyo partía
la propiedad en dos.

UN RASTRO DE MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora