CAPITULO VEINTITRES

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CAPÍTULO VEINTITRÉS

Martes

Amanecer

Cuando Ashley despertó, pudo decir con certeza que algo era distinto. El
interior del silo ya no era negro cerrado. En su lugar, débiles rayos de luz solar se
filtraban por los bordes de la escotilla del tope. Suficiente para distinguir las
cosas sin usar la linterna.

Se levantó y después de acostumbrarse a la vista, notó algo más.

Un haz de luz entraba por un orificio de la pared del silo. El orificio era del
tamaño de un cuarto de dólar, y estaba a un palmo de su cabeza. Al saltar, casi
pudo ver algo, pero no mucho.

Necesitaba una banqueta. Revolviendo el contenedor de comida, encontró
algunas latas de comida. Las apiló en el piso a cada lado del orificio, y luego puso
una tabla sobre ellos para hacer una tarima. Animosa, trepó, y apoyando las
manos en la pared del silo, pudo ser capaz de mirar por el agujero. Vio un
antiguo y desvencijado granero, unos trajinados caminos de tierra que cruzaban
campos hacía tiempo abandonados, ahora tupidos de maleza. Carrocerias
oxidadas de vehículos abandonados y maquinaria agrícola inservible cubrían el
terreno.

Al mirar hacia abajo, pudo apreciar qué tan alto estaba. El silo tendría más de
doce metros.

No le gustaban las alturas y nunca le habían gustado. Ni siquiera le gustaba el
trampolín para clavados de la piscina.

No había signos de vida allá afuera: ni gente, ni autos, ni perros, ni nada. Su
secuestrador no se veía por ningún lado.

Con otra mirada al conducto, divisó más luz allá abajo, como si viniera a
través de una puerta o una ventana en la base del silo. Colgó el tablón hacia
abajo y golpeó los huesos hasta que terminaron de caer. Con el conducto ahora
despejado, podía ver el fondo. Se veía como un piso de tierra con una pequeña
pila de grano viejo. Basándose en qué tanto se habían enterrado los huesos en el
grano, ella calculó que tendría de cinco a ocho centímetros de grosor.

¿Podría dejarme caer?

Con otra mirada hacia abajo, se imaginó la caída. Era larga. Dudó que una
delgada capa de grano pudiera servir de cojín. Y el conducto, ¿era lo
suficientemente grande como para que ella pudiese pasar por él? Estaría
ajustado. ¿Cuál sería la mejor posición para su cuerpo? ¿Con sus brazos a los
lados de su cuerpo o por encima de su cabeza? Se imaginó quedando atascada
con los brazos a los lados y luego con los brazos arriba. ¿Cuál sería la posición
preferida si ella quedaba atascada en ese hueco por el resto de su vida? Sacó ese
pensamiento de su mente.

No es constructivo.

Ahora mismo, con solo un tablón removido, no podía dejarse caer aunque
quisiera. Tenía que sacar otro. Debatió consigo misma las opciones.

Al diablo. Voy a hacer esto.

Podía al menos hacerse de otro tablón y tener la opción disponible.

Ashley fue más eficiente esta vez, removiendo el tablón en dos horas.
Entonces tuvo una idea. Usando la anilla de apertura de una lata de sopa, cortó
el colchón en pedazos, y luego metió el relleno de goma espuma y los retales de
algodón, en el conducto. Aterrizaron en el fondo, formando una capa de quince
a veinte centímetros de soporte. Si caía directo sobre la pila, podría tener hasta
veinticinco centímetros de cojín. No era mucho desde esa altura, pero era mejor
que antes. Además, el acolchado había cubierto la mayor parte de los huesos, así
que al menos las posibilidades de que alguno de ellos se le fuesen a enterrar eran
menores. Era un asunto de detalles.

Miró el contenedor de comida, preguntándose si debía lanzar una parte para
llevársela. Era una opción fascinante. Pero le preocupaba que haciéndolo podría
arruinar el acolchado, o que algo duro podría quedar en medio de él. No tenía
sentido hacer todo este trabajo solo para caer sobre una lata de sopa y romperse
la espalda.

Entonces se le ocurrió algo que la hizo sentirse tan orgullosa, que por
primera vez sonrió desde que esta pesadilla había comenzado. Se quitó la falda y el top, y los lanzó hacia abajo también. Dejándose el sostén y las panties, tomó la
mantequilla de maní del contenedor.

Podría ser alérgica a esa cosa, pero la misma quizás podía ser útil de otra
manera. La abrió y comenzó a untarse la sustancia pegajosa por todo su cuerpo,
poniendo especial atención a sus caderas, glúteos, estómago y costillas. Cuando
se dejara caer con sus brazos alzados, estar cubierta con una sustancia grasosa la
ayudaría a pasar por el conducto.

Cuando hubo terminado, Ashley se permitió unos instantes en silencio para
enfocarse. Podía sentir que empezaba a prepararse psicológicamente para la
caída, como lo hacía antes de una competición de surf. Casi sin proponérselo, su
respiración se ralentizó. Todo se veía con más claridad. Era el momento.

Se colocó en el borde y miró hacia abajo.

Aunque estaba en la posición correcta, no le gustaba la idea de caer por el
conducto desde una posición de pie. Sería menos una caída si ella se metía en el
agujero, sosteniéndose de uno de los tablones restantes, para luego dejarse ir.
Colocó la linterna para que iluminase el conducto, de tal forma que tuviera una
buena visual cuando cayera. Trepó entonces sobre el borde del piso y quedó
colgada encima del conducto.

¡Okey, hazlo! ¡Adiós, Mamá. Adiós, Papi! Los amo a ambos. Siento todo esto.

No quiero morir.

Su respiración se aceleró; aspirar y espirar, aspirar y espirar.

Sintió que enloquecía.

¡No! ¡Esto es una locura!

Intentó frenéticamente volver a subir pero no pudo. Ya no tenía fuerza en los
brazos.

No le quedaba más remedio que dejarse caer.

Ante esa realidad, su respiración volvió a ser lenta. Lo inevitable le dio una
inesperada sensación de calma. Cerró sus ojos por un largo segundo y los abrió
de nuevo, lista para enfocarse en su tarea. Se meció ligeramente para atrás y
para adelante, de tal forma que pudiera caer por la abertura del conducto en el
momento adecuado.

Cuando el momento llegó, Ashley Penn se soltó y cayó al vacío.

UN RASTRO DE MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora