Capítulo III - Through the valleys

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CENIZAS DE OBLIVION

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CENIZAS DE OBLIVION

— CAPÍTULO III —

T h r o u g h   t h e   v a l l e y s

🗡

—Que Talos nos ampare... —suspiró Baurus, arrodillándose frente al cadáver de Uriel—. Hemos fracasado. He fracasado... los Cuchillas juraron proteger al Emperador y ahora él y sus herederos están muertos.

Sus ojos reflejaban un profundo pesar: era obvio que sus palabras no eran ni una justificación ni un embuste, sino un evidente sentimiento de derrota.

—No todos —se levantó Alaia con el Amuleto en sus manos, abrazándolo entre sus dedos con fuerza—. Ya has oído sus palabras. Hay un último sucesor.

Baurus asintió con parsimonia.

—Eso dijo, sí —objetó él, sin apartar la mirada de los restos de Uriel—. Nunca había oído nada sobre ello, pero si alguien lo sabe, es Jauffre. Es el gran maestro de mi orden. Lleva una vida monacal en el Priorato de Weynon, al sur de la ciudad de Chorrol.

—¿Cómo se llega hasta allí? El Emperador insistió en que se lo entregase personalmente a tu maestro.

—Cierto. Algo vio en ti... confió en ti. Dicen que es la Sangre de Dragón, que fluye por las venas de todos los Septim. Ven algo más que simples hombres —alegó, y finalmente se levantó, encontrándose con los ojos de la muchacha—. Te mostraré cómo llegar hasta el Priorato, pero antes debemos salir de aquí de una pieza.

—¿Cómo?

—Los sectarios nos han tendido una emboscada. Imagino que pensaron que ninguno de nosotros sobreviviríamos, así que no se molestaron en atrancar el portón de nuevo. Ahora ya tenemos acceso hacia donde nos dirigíamos: la entrada de las alcantarillas.

Alaia frunció el ceño con cierta incredulidad.

—¿Las alcantarillas?

—Es un camino secreto para salir de la Ciudad Imperial... o se suponía que era secreto —aclaró él, enfundando su cuchilla en el correaje que le rodeaba la cintura—. Hay ratas y trasgos ahí abajo. Después de lo que hemos pasado, no creo que resulten ninguna amenaza.

—Está bien —murmuró Alaia—. Lo único que me preocupa ahora es el Emperador... ¿qué debemos hacer con él?

Baurus se tomó unos instantes antes de dictaminar su respuesta, una orden que no aceptaba reproches ni condiciones.

—Debemos llevarlo con nosotros —sentenció finalmente.

Guardándose el Amuleto en uno de los roñosos bolsillos de sus pantalones de lino, Alaia ayudó a Baurus a cargar el cuerpo del Emperador: entre ambos lo alzaron del suelo, descubriendo que no era excesivamente pesado, y lo auparon sobre la espalda erguida del Cuchilla, que asegurando el agarre al sujetar sus rodillas con una mano y los antebrazos con la restante, pudo mantenerlo sobre sus hombros.

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