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Su primer día en la casa y Draco ya empezaba a sentirlo—aquella punzada en su pecho que le indicaba que la sensación de estar quemándose iba a empezar dentro de poco. Le daba algo de pánico, así que miró hacia el reloj de la cocina ansiosamente.

5:15 pm.

—Padre ¿a qué hora se supone que la sangre sucia volverá del laboratorio? —preguntó tratando de enmascarar su preocupación. Hermione había estado fuera desde la una de la tarde y realmente él no había escuchado cuando Potter y Weasley le dijeron sobre su horario. Si se hubiera dado cuenta de lo indefenso que se sentiría estar a merced de la maldición, él podría haber escuchado un poco mejor. En ese momento él simplemente no quería escuchar más sus estúpidas voces.

Lucius levantó la mirada del libro que estaba leyendo. Además de algunos pocos muebles, Granger no los había decepcionado en cuanto se trataba de libros. Tenía una gran habitación dedicada a su colección, Draco estaba agradecido, porque al parecer era la única cosa que podía hacer por allí. Sabía que su padre amaba leer también. Ellos podrían leer hasta olvidarse de todo en esta condenada prisión.

—Seis de la tarde, creo —respondió—. ¿La maldición te está molestando?

Draco asintió. —Está bien. Puedo esperar. No falta mucho. —Se trató de convencer. Hoy se sentía peor de lo usual. Mucho peor.

Lucius miró por la ventana que daba hacia el enorme patio de atrás. Parecía perdido en sus pensamientos.

—¿Qué sucede, padre? —preguntó Draco. Lucius tendía a guardar sus pensamientos con la ferocidad de un perro rabioso, pero a veces valía la pena probar si él estaba de humor para compartirlos.

Lucius suspiró. —Sólo pensaba en lo mucho que todo ha cambiado —respondió.

Draco sabía que estaba hablando de Narcissa, e instintivamente la alejó de su mente. No podía pensar en ella ahora. No lo soportaría.

Ambos se sentaron en silencio.

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Cuando Hermione apareció por la red Flu exactamente a las seis de la tarde, Draco estaba en el sofá, pálido y sudoroso, lucía aturdido.

Para el desconcierto de Draco, la preocupación se dibujó en el rostro de ella.

Hermione no dijo nada, pero desapareció en una habitación y regresó con sus pociones de siempre. Ella empezó a mezclarlas directamente frente a él e hizo un gesto hacia su pecho, de nuevo sin hablar. Él dudó sólo por un momento antes de quitarse su camisa. Por alguna razón, la acción parecía mucho más íntima que quitarse una sábana.

Ella hizo otro gesto vago y él hizo caso, acostándose en el sofá.

Repentinamente sus manos estaban sobre él, y él dejó escapar un suspiro de alivio. La maldición se arrastraba dentro de suyo, recorriendo a través de su sangre, hacia sus pulmones y luego fuera de su pecho, hacia los pequeños dedos de Hermione. Ella dejó caer los restos en una cubeta y luego se limpió las manos.

—Bebe —le dijo entregándole una botella.

Él obedeció, demasiado exhausto para pensar en algún insulto.

El estremecimiento disminuyó.

Lo evaluó cuidadosamente, estudió su rostro mientras la poción hacía efecto. Él se dio cuenta de que sus ojos ocultaban algo en ellos, algo diferente, algún tipo de emoción. Eran de un marrón cálido nuevamente, no ésa sombra vacía que no podía identificar. Se quedó viendo fijamente sus ojos, tratando de entender lo que pasaba en su mente. Tal vez no era tan malo como lo había supuesto, quedarse con ella. Parecía que ella trataba de mantenerlo con vida, después de todo.

ESTÁTICADonde viven las historias. Descúbrelo ahora