Segundo escrito en la agenda 2.0 por Will Solace

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Lunes, 30 de mayo del 2016.


Hay muchos comentarios hirientes acerca de la depresión. Personas ignorantes que hablan sobre lo que no entienden. Especialmente sobre lo que no han experimentado.

No todas las personas sufrirán de depresión, aunque tengan las vidas más duras concebibles. Y no todos los que sufren de depresión han tenido golpes particularmente fuertes en sus vidas. Hay personas que se configuran psicológicamente, desde muy jóvenes, para salir adelante, y otras para autodestruirse, así como hay personas que van directo a la acción y otras que se sumergen en la introspección. Aquí intervienen no solo el aprendizaje adquirido, sino también la bioquímica del cuerpo y la raíz de la personalidad. Como sea, hay muchos factores que intervienen en el desarrollo de una enfermedad psicológica, pero la base está en la genética, según lo que he escuchado de tanto hablar con tantos médicos eruditos en el tema.

Lo más importante que cabe recalcar es esto: no juzgues a nadie si no lo comprendes. Y es realmente difícil ponerse en el lugar de alguien con depresión, porque la solución parece muy simple.

«No le hagas caso a los malos pensamientos. Cámbialos por buenos.»

«Solo oblígate a ti mismo a levantarte de la cama.»

«Todo va a pasar, ya verás. Es solo una etapa.»

«Pon un poco de tu parte.»

Ojalá fuera tan fácil siquiera creer en todo eso. Ojalá pudiéramos escuchar los consejos y ser capaces de ponerlos en práctica con ayuda de nuestra fuerza de voluntad. Pero las cosas no funcionan así para nosotros. La depresión es más que solo una tristeza remediable, o una exacerbada. Es un monstruo virtual que te arrastra a las profundidades de un mundo ominoso para chuparte la vitalidad. Te lo arranca todo: tus sueños, tus esperanzas, tus cualidades, hasta que te deja vacío. Convierte a tu pasado en una condena que te azota a cada paso que das. Hacer que pierdas la noción de tu identidad, porque ya no logras diferenciar qué comportamientos son tuyos o producto de ella. Y no te suelta, no te deja escapar por más que supliques por un salvador inexistente, por más que te lo propongas y trates de imponerte sobre ella. Vuelve tan miserable tu existencia que lo único que quieres es dejar de vivir. Su fin es ese. Que dejes el mundo. Existe y persiste para eso. Te mata en vida para que ya no tengas motivos para seguir existiendo, porque a ese monstruo le fascina morbosamente la muerte.

Pero yo no puedo hablarte como un profesional, solo como alguien que la sufre. Y esa es mi apreciación personal sobre la depresión.

Desmintiendo un comentario bastante popular, no creo que los depresivos seamos personas débiles. Y aunque considero que a las personas con depresión debería dejar de importarnos parecer débiles, porque eso no nos lleva a más que sentirnos humillados, creo que es más bien una susceptibilidad. Las otras personas no la tienen y eso les da ventaja. Como mencioné antes, aquí interviene la bioquímica. El cuerpo de algunos no funciona como debería, y cuando existe desbalance químico en el cerebro la persona se deprime. Para eso están las medicinas psiquiátricas. No son una broma ni un «no sirven para nada». Ayudan a regular ciertas hormonas en rebeldía y estimular la producción de los neurotransmisores que escasean.

Yo confío en mi psiquiatra, porque ya me ha ayudado antes a superar un periodo de depresión. Pude comprobar en carne propia que con unas medicinas me iba bien y con otras no tanto. Pude saborear las mejorías cuando la medicina había encontrado su armonía con mi cuerpo. Y aunque en esta ocasión esa combinación no funcione, tengo que confiar en que encontrará la adecuada.

Una vez mi papá me dijo: «Cuando los diabéticos están con su azúcar alta es cuando les dan mayores ansias de comer carbohidratos que se la subirán más. Es un círculo vicioso. Cuando la misma enfermedad quiere impedir que sea neutralizada, se ensaña en perpetuarse actuando a nivel del comportamiento de los enfermos, para que ellos mismos la cultiven.»

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