Orkidea #4

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De: wildeorkidea_19@hotmail.com
Para: quichelorraine.monster@gmail.com
Asunto: Feliz cumpleaños, tenía que escribirte hoy 💕

Chico de cumpleaños:

Mantengo mi posición. Estás intentando mejorar y eso es lo que importa. Lo demás... cielos, sólo espero que ese chico que salió tan perjudicado esté bien. Me da miedo preguntar más, pero me voy a obligar a decirte que acepto que tengo curiosidad.

Yo no armé mi rutina, ¿sabes? Desde que era pequeña mi mamá me crió así. Supongo que tienes razón en eso de que no da tiempo para pensar. No sé si mi mamá me crió así para controlarme o para beneficiarme. Ella asegura que es para lo segundo, pero muchas veces yo no me siento particularmente beneficiada. A decir verdad me dejaste pensando. Hace poco entendí que no sé quién soy fuera de lo que mi mamá hizo de mí. Tampoco sé por qué te lo digo. No sé qué podrías hacer tú. No sé si eso me ayudará o no a ser mejor amiga. Los amigos valoran la honestidad, ¿no? Confieso que me da mucha vergüenza ser tan directa con alguien que no sea mi diario. Estoy acostumbrada tanto a tener una rutina organizada, que al hecho de que debía estudiar extra solo le asigné un lugar en el horario, repartiendo de manera más conveniente el resto de responsabilidades. De todas formas, ya estoy prácticamente al día, y ahora que lo pienso, podríamos usar mi adaptación a una nueva rutina para encontrarnos en algún lugar. Creo...

Nunca había oído hablar de esos libros que mencionaste, así que tuve que echarle una ojeada rápida a Google. ¿De verdad fue escrito por el autor estando drogado? ¿Por qué querrías leer eso? Lamento si sueno descortés, pero no me cabe en la cabeza. ¿Acaso tú te has...? ya sabes...

Att: La chica que sigue poniéndose nerviosa al escribirte.

5/02/2017,     14:07



Orkidea miró el correo por más que se prometió no hacerlo y borró con un movimiento salvaje de su dedo el emoji del corazón antes de enviarlo cerrando los párpados con fuerza. Suspiró mientras murmuraba para sí misma «estúpida» y desechaba todos sus desvaríos de la cabeza como había aprendido a hacer desde niña. A continuación respiró hondo y volvió a su clase de danza área, en la cual había pedido un receso «para hacer algo urgente y de suma importancia». Como era la primera vez que ella salía con algo así, sus instructores se lo permitieron.

Mientras tensaba los músculos de su cuerpo y apoyaba estratégicamente su peso entre las telas para adoptar las posiciones requeridas, se dijo que había hecho lo correcto. Luego, sonriendo y deslizándose en el aire, se dio cuenta de que lo sentía así. Orkidea podía renegar en su fuero interno las imposiciones de su madre, pero sus clases de gimnasia rítimica y danza aérea le daban tanta vida como las palabras. Volcaba sus energías reprimidas en cada movimiento, vivía las melodías y su cuerpo reflejaba el resultado emocional de la música y de su corazón. Podía ser grácil, delicada, fuerte y atractiva solo por la forma en la que se movía. Y no había mayor momento en que sintiera tanta confianza en sí misma que en aquel. Orkidea Wilde dejaba de ser una chica tímida y se transformaba en lo que su nombre decía de ella, una orquídea silvestre floreciendo en vivo y en directo.

Imaginó que Matt debía sentir algo parecido con el fútbol y que considerarse una escritora en proceso no debía alejarla de otras actividades artísticas.

Más tarde, de camino a casa, le pidió a su madre detenerse cerca de una librería con la excusa de que sería más conveniente para ambas comer en el restaurante que se abría ante ellas, considerando el hecho de que se ahorrarían las horas de cocinar y justo ese domingo a su madre se le habían acumulado algunos trabajos. Con las motitas de nieve que caían con la inocencia de las hojas secas y el frío que les entumecía las puntas de los dedos, la idea se tornaba aún más tentadora.

Orkidea fingió que recién se daba cuenta de que la librería se encontraba allí y le pidió a su mamá unos minutos para visitarla. La mujer accedió, porque era inconcebible que su hija le mintiera y no perdía nada dándole un pedazo de un chocolate que no volvería a probar.

—Diez minutos, hasta que despachen la comida. No más.

Orkidea sonrió tanto como sus músculos le permitieron, corrió hasta sentirse sofocada a pesar del aire frío que le azotaba las mejillas y se sorprendió a sí misma cuando le preguntó al cajero, corta de aliento:

—¿Tiene los ensayos de Aldous Huxley?

Él buscó en su máquina. La librería era estrecha de espacio y con contenido limitado, pero contaba con un segundo piso y todas las paredes estaban atestadas de libros. Algunos parecían arcaicos, con lomos de pergamino, otros estaban bajo la inscripción de «Segunda mano». Los tablones de los estrechos corredores del segundo piso poseían tonalidades ligeramente distintas de marrón. A Orkidea le pareció un lugar de ensueño. Antes de ese día únicamente había visitado librerías en centros comerciales, pertenecientes a grandes compañías.

—¿Las puertas de la percepción? —consultó el muchacho. A pesar de su barba y su abrigo sobrio, no parecía tener más de veinte años.

—Sí, y Moksha.

—Los tengo separados. Es raro que alguna editorial los ponga juntos.

—¿Por qué?

El dependiente se encogió de hombros.

—Son bastante distintos, supongo.

—¿Los has leído?

—No, de Huxley solo he leído narrativa. ¿Vas a llevarlos?

Antes de que pudiera pensarlo mejor, Orkidea asintió. No eran muy costosos; su madre la regañaría por comprar más libros, pero ya se había resignado con tal de que Orkidea siguiera cumpliendo su rutina al pie de la letra.

Ella necesitaba leer esos libros. Le temblaban las manos por la excitación mientras extraía el dinero de su billetera de cuerina rosa y escuchaba cómo la máquina imprimía el recibo a la vez que el muchacho guardaba los libros en una funda.

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