Matt #5

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Se suponía que cursar Literatura haría sentir bien a Matt, pero antes no contaba con el conocimiento de que tanto Will como Orkidea estarían en la misma clase, sentados en lugares demasiado cercanos para su gusto. Ella lo había descubierto la semana pasada mientras Matt cruzaba el salón para entregar una actividad en clase, hoy él tenía un mal presentimiento.

Sorbió su nariz y se arropó mejor con su bufanda, cuyo color le recordaba a la mancha en el techo de su habitación: un amarillo oxidado al que había aprendido a tomarle cariño. O el frío había empeorado o Matt se había vuelto más sensible al frío.

Estaba a cuatro meses de terminar su penúltimo año de colegio y su camino para ser escritor le parecía aún demasiado verde. No podría entrar a la universidad porque no tenía suficiente dinero, ni siquiera aplicando becas. A su padre no se le ocurrió ahorrar para su educación, sino que el dinero desaparecía cada vez que llegaba a sus manos y cada tanto Matt se encontraba con algún nuevo desperdicio en la casa. Como el último juego de tazas con mensajes cutres en braille.

Escribiéndose con Orkidea se interesó por la idea de trabajar. Había estado buscando opciones en internet y había extraído una pequeña lista de los trabajos que podrían funcionar. Las tres veces que quiso hacer la primera llamada se encontró a sí mismo poniendo numerosos peros que terminaron haciéndole desistir. Que si el pago no valía la pena, que si el horario no le favorecía, que si su ropa se arruinaba no podría comprar nueva, que si cargar tanto peso podría afectarle la espalda. Su pequeña lista se había reducido a tres opciones. Ya no podía darse el lujo de ser exigente.

La maestra hablaba sobre la vida de Flannery O'Connor y cómo es un ejemplo del poder literario del sur de Estados Unidos antes de la guerra de Secesión. Flannery recurría a entornos campestres con personajes caricaturizados y elementos ominosos. Matt había leído un par de cuentos suyos y se sorprendió al enterarse de que era católica. Las historias mencionaban a Dios, pero desde su punto de vista no favorecían a la religión. Hasta que estudió el simbolismo de la luz del sol y se dio cuenta de que su visión del mundo era cínica mientras que Flannery se limitaba a representar la parte oscura de la realidad sin tapujos.

Los estudiantes comenzaron a retirarse al toque de la campana, ya sea en silencio o hablando con otro estudiante en voz baja. Matt los observó con distancia, como siempre. En las clases de Literatura podía mantener los hombros relajados, el oído sereno. Los del equipo y todos los ruidosos preferían evitar esa materia.

Orkidea se acercó con cierta premura, por poco tropezándose con una banca. Había estado ojeando a Matt durante la clase, pero él no lo notó, lo cual había incrementado su ansiedad. Había albergado la esperanza de que al menos su primer amigo fuera consciente de su presencia en clases, en especial si ella se tomaba las molestias de girarse hacia atrás para poder mirarlo. Esperaba de Matt, más que atención, reconocimiento. Orkidea se había esforzado por escribirle el día de su cumpleaños, debió responder como mínimo. Sin embargo no le había llegado nada, a pesar de que revisó su buzón temprano ese mismo día.

Matt no había revisado su buzón desde el viernes, así que no entendió el por qué de la actitud de Orkidea una vez que caminaron juntos rumbo al comedor. Las miradas de soslayo, cargadas de expectación, se le hacían cada vez más incómodas.

—¿Pasa algo? —le preguntó desconcertado.

Orkidea clavó los ojos en el piso, ruborizándose. 

—¿No... tienes nada que decir? —Habló con ese tono de voz disminuido y agudizado al que recurría para expresar palabras que sentía incorrecto pronunciar.

—¿Te refieres a algo en específico?

Ella se encogió de hombros y su expresión se tornó afligida. Quería creer que Matt no había leído el correo, no que le restaba importancia a su esfuerzo por escribirle en su cumpleaños. Pero también quería que él cayera en cuenta solo y para eso debía poder mantener la boca cerrada. Tarea difícil, pues sus labios temblaban por soltar la sopa.

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