Martes 31/01/17, Cafetería de Berkeley

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Mientras caminaba hacia su mesa en la cafetería, Matt repasó los cambios a los que había sometido a su vida en los últimos meses. Empezando por el hecho de que había pasado de sentarse con el equipo de fútbol americano a sentarse solo.

Ahora ellos lo fastidiaban de vez en cuando, sacudiéndole el pelo por detrás o propinándole un empujón con el hombro, pero no podían hacer más. Aprendieron la lección con el incidente que dejó con serias secuelas neurológicas y psicológicas a dos de los estudiantes, imposibilitando a uno de ellos a continuar estudiando en la institución. Matt todavía se sentía terrible por haber contribuido a ello. Y todavía calibraba la extrañeza de ese sentimiento.

Así que estaba sentado solo, revisando con los ojos a los demás, como había aprendido hacer los últimos meses. Resultaba entretenido mirarlos a todos, meter las narices en sus conversaciones sin que ellos lo notaran, estudiar sus gestualidades que solían decir más que sus palabras. Siempre se quedaba más tiempo del usual mirando la mesa donde se sentaba a quien hizo daño, Will Solace. Parecía estar discutiendo con Charlie Vargas, quien hacía aspavientos y pidió opinión de los gemelos Liu. Will tenía expresión de conflicto y en sus ojos se evidenciaba una parcial abstracción.

Matt se preguntó por un instante de qué estarían hablando que lo tenía tan conturbado, pero reprimió sus propios pensamientos. No servía de nada devanarse los sesos intentando entender a Will si no hacía nada al respecto. Y no haría nada al respecto mientras siguiera sintiendo ese miedo al rechazo que tanto lo atenazaba últimamente, el peor miedo al rechazo de los que había experimentado, porque Will era alguien que tenía todas las razones para rechazarlo.

Desvió la mirada hacia una mesa cercana. La nueva comía de forma lenta y cauta, levantando la mirada cada tanto para observar a su alrededor, como si temiera que alguien la estuviera acosando. Alternadamente escribía en una libreta que tenía al lado de la bandeja de comida. Matt intuía que debía ser un diario intimo.

Se había encontrado a sí mismo varias veces mirándola. No parecía saber cómo acoplarse al ambiente escolar en Berkeley y Matt tenía que aceptar que no era el más amigable y cándido posible. Había pensado en acercarse, pero no se había atrevido. No tenía un plan. No le atraía lo suficiente la idea de involucrarse con alguien a pesar de su soledad.

Hasta ahora, se dijo. Ya era hora. Es lógico que dos personas que estén solas en un ambiente que tiende a las agrupaciones encuentren cobijo entre ellas. Había hecho cálculos y la probabilidad de que las cosas salieran bien era mayor a que si no hiciera nada.

De modo que se encontró levantándose junto con su bandeja de comida para dirigirse allí.

—¿Puedo sentarme? —le preguntó con la voz más dulce que pudo ejecutar.

La chica se quedó estática un momento para luego asentir, algo sobrecogida, y sin mirarlo a los ojos. Cada vez que lo intentaba los regresaba a su plato. Los movimientos que expidió a partir de entonces fueron tan tensos y robóticos que hasta el más distraído lo habría notado.

—¿Te incomoda que me siente contigo?

La chica se lo pensó un poco antes de asentir tímidamente.

—¿Quieres que me vaya?

—No. —Lo dijo bajito, y levantando apenas la mirada, que le rogaba en silencio. Uno de sus ojos era color pardo, tal como los de Matt. El otro era marrón claro. La combinación realzaba el tono durazno de su piel y sus facciones pronunciadas. Matt pensó en la ironía de que una mujer con un rostro así se comportara de manera tan cohibida. No era belleza lo que inspiraba sino poder, uno que se desperdiciaba con su actitud.

El silencio los invadió por algunos minutos que aumentaron la tensión del ambiente.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó finalmente Matt.

—Orkidea —respondió ella, igual de bajo que antes y arrastrando las letras—. ¿Y tú?

—Matthew, pero puedes decirme Matt. Matt Campbell.

—Orkidea Wilde.

—Bonito nombre.

—Gracias.

—Sé que va a sonar raro... ¿pero me puedes dar tu mail?

Orkidea le lanzó una rápida mirada de extrañeza, porque realmente su amilanamiento le impedía mirarlo a los ojos por más de un par de segundos, pero igual consintió su pedido. Arrancó un pedazo de papel de su libreta y garabateó su correo. Matt notó que tenía buena caligrafía.

—¿No quieres mi número también? —bromeó Orkidea, pero se sonrojó enseguida y masculló—. Olvida eso. —Antes de hundirse en sus hombros, deseando que la tierra se la tragara.

Muchas preguntas pasaron a raudales por la mente de Matt. ¿Por qué Orkidea se reprimía a sí misma? ¿Acaso había sufrido alguna mala experiencia con los hombres? ¿Podría ser la primera vez que pisaba un colegio? ¿O uno mixto? ¿O simplemente tenía esa personalidad? No quería ser insensato y espantarla, de modo que mantuvo sus inquietudes para sí. Sabía que debía tomar el derrotero más largo para acceder a ella. Y se propuso en su fuero interno conseguirlo, porque si lograba ayudar a alguien estaría en cierto modo eximiéndose de lo que hizo antes con Will. Además, encajaría en el plan.

Comenzó a comer en un intento de relajarla, encorvado sobre su plato y rodeándolo con su brazo libre, como de costumbre. Cuando se sentaba con los del equipo solían robar su comida sin pedir permiso.

Orkidea le lanzaba miradas furtivas, sin poder creerse que había alguien ahí, en su misma mesa. Había perdido las esperanzas de encontrar amigos y se sentía muy sola. Para ella era súper difícil conocer gente nueva, y los estudiantes de Berkeley no eran particularmente amistosos. Había intentado acercarse a algunas chicas, con quienes tenía mayor facilidad para congeniar, pero ellas ya tenían cada una su círculo de amistades, donde Orkidea estaba de más. Y, basándose en experiencias previas, Orkidea ya sabía que prefería estar sola a estar de más. Y con los hombres... bueno, siempre le dieron miedo. Aunque escribía sobre ellos jamás había tenido ninguna experiencia romántica con alguno, a más de un beso torpe en un juego de la botella.

Por eso tener a un chico allí la ponía hecha un manojo de nervios. Ni siquiera se sentía capaz de seguir comiendo. La presencia de Matt generaba una presión en su pecho de la que no podía escapar, desatando fuertes latidos cuya velocidad iba en aumento. Orkidea no quería sentirse más así, como si fuera una liebre pastando frente a un león. De modo que se levantó, apretando puños a sus costados. Lo hizo de manera tan brusca que golpeó la mesa con sus rodillas y su comida se le regó encima. Retrocedió, avergonzada, mientras Matt se levantaba para ayudarla y una que otra risilla se escuchaba en derredor.

Orkidea se tapó la cara con las manos y corrió lejos, lo más lejos que podía, dejando a Matt solo, más solo que al principio.

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