VII

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Esta noche he tenido un sueño muy extraño. Me involucraba a mí, obviamente, y a una niña de ojos pequeños y cabello castaño también. Parecía conocerme, y yo a ella. Jugábamos alrededor de una fuente, en medio de la nada, que al mismo tiempo era todo. Los árboles eran frondosos y verdes, y podían cubrir muy bien los rayos del sol. La niña que me acompañaba cayó dentro de la fuente, que comenzaba a ser profunda, y ya no regresó. Pero la pequeña Sadie no hizo nada para ayudarla. ¿Porqué no había evitado eso? No merecía morir así como así, pero la Sadie de mis sueños no parecía pensar lo mismo.

Me levanté con el corazón acelerado y el cabello enmarañado sobre la almohada. Las mañanas de Sábado acostumbran a ser largas, y la mayoría del tiempo paso recostada leyendo alguna sinopsis de los libros de mamá, o simplemente tratando de buscar respuestas; pero el problema es que aún no tengo las preguntas que necesito.
Cubrí mi cuerpo con las sábanas y apilé varias almohadas detrás de mi espalda hasta quedar medio sentada. Ahora tenía el libro La Zona Muerta de Stephen King en mis manos, leyendo la sinopsis por tercera vez en el mes. Jamás he abierto el libro, sería absurdo leerlo, y al día siguiente no recordarlo, por lo que prefiero no correr aquella humillación personal.

A las doce en punto escuché golpes en la puerta de mi habitación, mi mamá estaba al otro lado de ésta, con su bolsa en una mano y su teléfono en la otra, mientras escribía en él. Levantó su mirada hacia mí y sonrió, caminando hacia el interior de la habitación.

-Buenos días, querida -besó mi cabeza suavemente-. Tu papá y yo iremos al centro por unas cosas, ¿vienes?

-Me quedaré -sonreí-. Tengo una cita con la doctora a las dos, y después iré al departamento a instalar la televisión del living -le sonreí de vuelta cuando se despidió, observando como caminaba hacia la salida. Después de unos minutos, la puerta principal se cerró, anunciando la despedida de mis papás.

Me duché tranquilamente mientras escuchaba la música de la radio fuera de la regadera. El sonido de una melodía me pareció conocida, y capturó toda mi atención. El cantante principal admitía que su vida se hacía aburrida, y necesitaba respuestas. Secrets de OneRepublic es una canción excelente, y de vez en cuando me llego a identificar con ella. No pasó mucho tiempo para que comenzara a cantar al compás de Ryan Tedder, mientras la espuma del shampoo en mi cabeza era retirado por la lluvia artificial sobre mí.
Al finalizar, cepillé mi cabello y me vestí casualmente, sin entrar en detalles.
Bajé a desayunar una taza de café con un sandwich de queso fundido, y luego lavé mis dientes, para quedar totalmente higiénica. Me conecté a la computadora y revisé los nuevos post de Pinterest. Después, repasé un poco las páginas anteriores de mi diario, y busqué algún entretenimiento hasta que llegó la una de la tarde. Tomé una bolsa pequeña y eché las llaves de mi departamento y una botella de agua fresca. Logan necesitaba despejar su mente, y eso involucraba que yo lo dejara en paz un tiempo, por lo que tuve que tomar el camino de media hora caminando hacia el consultorio de la doctora Montana.

La sala estaba helada, como siempre, y tenía ese olor característico a vainilla. Memphis, que era el adulto que atendía los clientes, levantó su mirada hacia mí y desplegó sus labios en una sonrisa.

-Buenas tardes, Sadie.

El acento Holandés que adorna su lenguaje me parece maravilloso. Admiro totalmente su capacidad para aprender tantas palabras en diferentes idiomas. Recuerdo que me habló de su viaje a Sudamérica y el curso improvisado que tuvo que tomar para aprender a hablar portugués. En total, sabe hablar cinco idiomas: holandés, inglés, español, portugués y francés.

-Buenas tardes, Memphis.

-La doctora Montana te atenderá en unos minutos -me avisó amablemente. Yo asentí con la cabeza.

Sadie |h.s.|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora