Miércoles, 11 de noviembre, 1500 h
A 12 días y 4 horas de la primera absorción de energía.
Dejé el complejo de Langley y me dirigí al Fort Meyer Army, mi antiguo destacamento militar. Iba a rever a mis compañeros y a recoger mis últimas cosas. Al entrar sentí nostalgia de la primera vez que entré por ese portón. Cada guardia, cada pesadilla dentro del batallón, cada entrenamiento. Pensé en el día que le dije al Coronel que quería servir con los Seals "¿Sabes que ellos no reclutan mujeres?" Me preguntó. "¡Claro que lo sé! Pero no soy cualquier mujer y lo sabes". Al escuchar esto se burló en mi cara. ¡Qué tonta fui!
Los dos años que pasé en Irak fueron cruciales para desarrollar mis capacidades de sobrevivencia. Durante esos años tuve la suerte de tener a Alexa a mi lado quien cubría mis blackouts. Nos conocíamos desde siempre. Era la hija del Coronel Ross. Alta, de cabellos lisos y castaños y de un delicado aspecto latino. Entramos juntas a la Marina. Ella era todo lo que yo no era. Extrovertida, simpática y con miles de amigos. La pérdida en Irak de uno de nuestros compañeros nos unió más y fue ahí donde percibí que toda nuestra vida y planes son inciertos. ¿Valía la pena ese sacrificio? ¿Valía la pena perder mi vida por mi país, por la convicción que tenía, por lo que me inculcaron desde niña?
Nunca le tuve miedo a la muerte, pero sí a la razón por la que iría a morir, porque es lo que le iba a dar sentido a todo lo que era. Nuestro amigo murió cerca del campo Taji para salvar la vida de dos niños iraquíes en medio de un tiroteo. ¿Esos dos niños sabrán que alguien dio su vida por ellos? ¿Se convertirán en hombres de honor o en terroristas? ¿Cómo saber si al sacrificarse, hizo lo correcto? No hay una respuesta correcta. Para mí, él no era un héroe, era simplemente un militar que tomó la decisión más absurda para morir.
Me hizo bien rever a mis compañeros. Unos comenzaron a burlarse de mi nuevo atuendo formal. El Coronel Ross me observaba desde el vidrio de su oficina mientras yo conversaba con algunos colegas. Él era un hombre muy bien conservado a los cincuenta años. Las canas blancas enredadas en su cabello negro delataban su edad. Su mirada era la de un padre despidiendo a un hijo. Ya yo sabía todo lo que él quería decirme con sus ojos vidriados mientras sentía que las voces alrededor se convertían lentamente en el sonido que las olas hacen al romper sobre rocas en el océano y me entristecí. Viví intensamente durante esos últimos veintiún años bajo su tutela sin defraudarlo ni una única vez. Hasta ahora. Entrar a la CIA fue la primera decisión que tomé sin su consentimiento. Argumentó hasta lo inimaginable para no dejarme entrar en la Agencia. Pero ya yo estaba decidida y en el fondo, él sabía por qué lo hacía.
Una Alexa uniformada interrumpió mis pensamientos y me sacó de la base.
"Vámonos de aquí extraña. Brian me va a llevar a cenar hoy y necesito que me prestes el vestido negro" dijo mientras caminábamos en dirección al estacionamiento de la base. "Te he estado llamando. ¿Tuviste otro?"
"Sí."
"¿De cuántas horas?
"Treinta y dos."
"Cielos, están aumentando. ¿Hasta dónde crees que vaya a parar eso?"
"No lo sé... ¡Rayos!" Suspiré y recordé que tenía que adelantar mi cita con Matthew.
"¿Qué pasó?"
"Tengo que ir a ver al doctor Matthew ahora". Le dije mientras entrábamos en mi camioneta. "¿Puedes pasar por mi apartamento más tarde?"
"¡Negativo! Voy contigo. Sería bueno que conversaras con él sobre eso."
"Eso voy a hacer."
ESTÁS LEYENDO
RADIOACTIVA - Blackouts
Science Fiction#WATTYS2018 Vivienne está enferma. O al menos eso es lo que ella cree. Sus síntomas empeoran cuando ella entra a la CIA y es enviada a Beirut a investigar el destino de una arma química, pasando sobre amenazas terroristas. Ella no tardará en descubr...