Capítulo 11: El Gran General Sephiroth . Parte I

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Cuando ingresó al elevador, se percató de inmediato de que este se encontraba casi totalmente vacío. Los únicos presentes a parte de ella en la espaciosa cabina eran dos SOLDADOS de Tercera Clase que se encontraban charlando en una esquina, o al menos lo habían estado haciendo hasta que ella entró al lugar y notaron su presencia. Sedit no les prestó mucha atención, o al menos trató de no hacerlo, pero le resultaba imposible actuar como si nada al ser plenamente consciente de que ambos jóvenes no parecían tener intención alguna de seguir conversando entre ellos y ahora solo se dedicaban a observarla fijamente.

¿Por qué no podían simplemente ignorar su insignificante existencia? Sabía que era enana, una chica y todo lo demás, pero el que la miraran de esa forma era demasiado incómodo, tanto que no podía ni pensar en que botón oprimir o a donde quería ir siquiera.

Cuando ya no pudo más les lanzó una rápida mirada de reojo, claramente nerviosa. Uno de ellos traía el casco puesto por lo que no podía verle la cara, pero el otro, en cambio, no lo llevaba a pesar de que debería. El muchacho en cuestión tenía la piel algo bronceada y su alborotado cabello negro estaba peinado en pinchos hacia atrás mientras que su flequillo se encontraba dividido a la mitad, cayendo así a cada lado de su rostro. Era muy alto, atractivo y tenía unos profundos ojos azules tan brillantes como el cielo.

Obviamente el chico notó cuando ella les devolvió la mirada y lo primero que hizo fue sonreírle, era una sonrisa amistosa y con aire infantil que a Sedit le atrajo de inmediato.

— ¡Hola!

Para su completa sorpresa, el pelinegro la saludó de la nada, con un tono lo suficientemente animado y vivaz como para hacerla sentirse nerviosa y sonrojarse un poco. Definitivamente le costaría bastante acostumbrase a hablar con chicos cercanos a su edad, y más aun teniendo en cuenta que todos parecían ser unos malditos rascacielos y además tenían una cara de ángel tan encantadora que hacía que no pudiera dejar preguntarse de donde habían salido todos ellos.

— Hola...— murmuró suavemente, rato después, forzándose a sí misma a dejar de mirarlo y centrar su atención en las puertas del elevador. Ni siquiera sabía porque se sentía tan nerviosa si el muchacho no había hecho más que saludarla amablemente. Cómo odiaba su timidez en momentos como aquel.

Sin embargo, sus intentos por aplacar sus nervios se vieron en vano cuando el chico, aun sonriente, se colocó frente a ella. Sedit al notar su cercanía retrocedió un paso de manera inmediata, haciendo que su espalda entrara en contacto con la pared metálica que se encontraba tras de sí.

— Soy Zack— tras presentarse amigablemente, se cruzó de brazos e impulsivamente inclinó el torso hacia adelante para quedar a un nivel más cercano al de la chica, quien lo miró con sorpresa. Ahora sus rostros se encontraban casi a la misma altura—. ¿Tú cómo te llamas?— preguntó sin perder su amplia sonrisa y al parecer sin percatarse de que a la chica se le estaba subiendo peligrosamente la presión arterial.

— Se...Sedit— balbuceó como pudo y por fin pudo recuperar el aliento cuando el muchacho volvió a enderezarse, devolviéndole así su preciado espacio personal.

— Sedit, ¿eh?— repitió pensativo, para asegurarse de que había escuchado bien, y ella asintió ligeramente en respuesta. El joven, ahora identificado como Zack, la observó en silencio unos instantes, como si estuviera meditando algo, y se rascó brevemente la mejilla antes de asentir con la cabeza—. Es un poco raro, pero me gusta— dijo al fin, de nuevo sonriente.

— Y-Ya veo. Gracias.

Sedit sonrió un poco ante su comentario y, tras agradecerle, no dijo nada más. No era la primera vez que le decían que su nombre era peculiar, pero si era sincera eso no era algo que le importara mucho. Al fin y al cabo, los nombres raros abundaban en Gaia.

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