Capítulo 16: ¡Qué comience la tortura! Parte III

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No pasó mucho antes de que Sephiroth comenzara a caminar pausadamente en su dirección mientras ellos lo observaban atentamente en silencio. Sedit estaba tan nerviosa que incluso podía escuchar y sentir con claridad los latidos alocados de su corazón, el General no se veía de muy humor que digamos y como obviamente ignoraba el por qué no podía evitar sentirse aún más ansiosa.

Mientras se acercaba Sephiroth comenzó a hablar con un tono algo soberbio y ligeramente sarcástico, incluso vagamente recriminatorio.

— ¿Realmente estás diciendo todo esto en tu primer día? Pensé que tenías más determinación— con elegancia se detuvo frente a ellos mientras en sus labios bailaba una sonrisa ladina y ligeramente despectiva—... ¿Acaso estaba equivocado?

Si era sincero aún le costaba creer todo lo que acababa de escuchar, pero más que sorprendido se sentía irritado, debía admitirlo. Sephiroth odiaba a las personas mediocres en general, desde siempre lo había hecho, pero si había algo que odiara más que eso era la falta de palabra, el que una persona no fuera capaz de mantener sus promesas o afirmaciones era algo que sin duda aborrecía y en esa ocasión le molestaba especialmente porque no podía evitar pensar en lo decepcionado que Angeal seguramente se sentiría al saber que aquella niña en la que tenía puestas tantas esperanzas y expectativas ya estaba tirando la toalla tras hacer apenas un poco de ejercicio.

No importaba como lo mirara, aquello simplemente le parecía ridículo e inaceptable. ¿A dónde había ido a parar toda la convicción que le había visto el día anterior? Jamás se hubiese imaginado que se rendiría tan pronto y lo odiaba, detestaba esa negligencia e incompetencia que estaba mostrando y todo lo que eso conllevaba.

Genesis, por su parte, frunció el ceño al escuchar a su amigo y rápidamente le lanzó una mirada de reojo a la muchacha, ligeramente preocupado. Tal y como se esperaba Sedit estaba pálida como un muerto y no podía más que observar al recién llegado sin parpadear y casi ni respirando. Regresó su mirada al General y al notar como este parecía tener la intención de seguir hablando se puso de pie inmediatamente, con la destreza digna de un SOLDADO, y se ubicó frente al peliplateado con gesto algo protector, como si con eso buscara evitar que ella se sintiera aun más intimidada por el

— Sephiroth— se apresuró a llamarlo con tono de advertencia, tratando de darle a entender que debía controlar lo que salía de su boca, el castaño sabía que normalmente su amigo no decía esas cosas con mala intención, pero su manera de expresarse no era muy... amable que digamos y ese día estaba peor de lo usual—. Ya es suficiente, déjala tranquila.

El peliplateado tardó unos momentos en prestarle atención y cuando lo hizo Genesis entendió de inmediato por su mirada desinteresada y fría que de no ser porque estaba estorbando lo hubiera ignorado por completo.

— ¿Por qué debería hacerlo?— cuestionó suavemente, perdiendo la sonrisa burlona—. Sabes bien que sólo estoy diciendo la verdad, Genesis. Y, además, realmente dudo que a Angeal le agrade saber todo lo que esta chica acaba de decir.

Genesis exhaló con exasperación al escucharlo, Sephiroth estaba exagerando demasiado el asunto. Sedit no había dicho nada malo, ¿por qué estaba "sermoneándola" de esa manera?

— Aun así, no creo que deberías...

El castaño trató de responder algo a su comentario para evitar que siguiera hablando, pero antes de que pudiera terminar la oración Sephiroth alzó uno de sus brazos e, interrumpiéndolo al instante, lo apartó a un lado con el dorso de su mano sin que su amigo fuera capaz de evitarlo.

Genesis arrugó el rostro ante esto y lo miró con notoria indignación, pero como su amigo no lo estaba mirando no notó su expresión en lo absoluto (y aunque lo hubiera hecho probablemente no le hubiera importado tampoco), tal parecía ser que toda su atención se encontraba centrada en Sedit, quien no podía mas que observarlo paralizada desde su lugar. Como aún se encontraba sentada en el suelo Sephiroth se veía el triple de alto que de costumbre y, por ende, resultaba muchísimo más intimidante, tanto que hasta sentía que había perdido la voz. Sabía que tenía que decir algo si quería que parara, sabía que nada bueno saldría de la boca del General y sentía que podía llegar a decir cosas aún peores, pero es que simplemente no sabía que decir, a penas y podía reaccionar.

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