8ª Parte: Solo dios sabe

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Mangata temblaba como una hoja, pegada al brazo de Trilero. Miraba con timidez a los guerreros que los flanqueaban, mitad fieros opresores, mitad guardia de honor. La verdad es que lo estaba pasando como nunca. No tenía que esforzarse mucho para mostrar miedo, porque solo con lo que temblaba el timador bastaba para que los dos pareciesen inquietos.

Además, la ladrona mantenía un porte orgulloso y un paso altanero que tenía fija la atención de los guerreros morenos. Parecía una imitación de alguien a quien hubiese observado, pues no paraba de frotarse las manos nerviosa y en su mirada se reflejaba su miedo, pero en comparación a la pequeña y torpe mudita, parecía una heroica mártir.

La pobre e inocente Mangata apenas recibía miradas mientras observaba todo y planeaba en silencio. Ya tenía ideadas al menos una docena de formas de librarse de los diez guerreros antes de que supiesen que les había golpeado, y la mitad ni siquiera incluían usar el cuchillo en su bota, pero hasta que los sacaran de aquel laberinto de túneles, no había prisa. Podía disfrutar un rato más de su farsa de doncella en apuros, mientras por dentro se seguía sabiendo el mayor horror que ocultaban aquellos pasillos.

El paisaje empezó a cambiar poco a poco, y las casas abandonadas y cochambrosas empezaron a dejar paso a otras más arregladas e iluminadas, ocupadas por una buena cantidad de guardias. "La frontera con los túneles" pensó Mangata "Alguien tiene que defenderlos de lo que esconden, al fin y al cabo".

Los llevaron hasta una de las casas, copada de guardias y los pusieron a esperar. El que debía ser el jefe de sus acompañantes discutía algo con el jefe de la casa de guardia, mientras el resto del mundo esperaba expectante. Se llevaron a Trilero en volandas y la discusión continuó en torno al encogido timador, mientras lo arrastraban por los pasillos. Mangata, por su parte, observaba fascinada sus alrededores.

Los guerreros que pasaban por la casa de guardia llevaban armas de una especie de hueso o quizá caparazón, con la que también habían confeccionado armaduras. Nada que ver con los asaltantes de Clípea, debían haber enviado al ataque a sus tropas más inexpertas mientras los veteranos permanecían en la base, defendiendo su territorio. Clípea había sido un ensayo de guerra, y allí abajo debía haber un auténtico ejército. Con armas primitivas, quizá, pero entrenado en la lucha con las cosas de los túneles y armado con alguna clase de magia explosiva portátil.

Cuanta más información recopilaba, más curiosidad sentía. Si descubría cómo se organizaban o de dónde salían sus armas, quizá podría aprender a neutralizarlos o incluso usar sus recursos para la causa. Había un trabajo importante que hacer allá abajo, y a su señor le gustaría saber todo aquello, de modo que se mantuvo quieta y tranquila, mirándolo todo, aprendiendo, memorizando.

Al final las levantaron a ellas dos también y las empujaron hasta una sala cavernosa, llena de mesas y bancos de piedra. Trilero ya las esperaba allá, recostado sobre una de las mesas con los ojos cerrados y expresión agotada.

Les sirvieron unos platos de una papilla irreconocible y espesa, pero caliente y reconfortante, al fin y al cabo. Trilero la atacó con energía, y tras un momento de duda, Edda lo imitó. Mangata, más acostumbrada a soportar el hambre, comió solo algunas cucharadas, lo suficiente para mantener la energía, pero sin caer en la pesadez de un estomago satisfecho. Viendo como sus dos compañeros limpiaban los platos con voracidad desesperada, decidió no comunicarles sus sospechas respecto a la naturaleza de aquella comida, e incluso cedió el plato al timador cuando aquel hubo dado cuenta de su parte.

Tuvieron que esperar aún algún tiempo antes de que viniesen a buscarlos, pero la espera mereció la pena, porque quienes acudieron eran sin duda la élite de aquellos túneles. Hombres enormes, tanto en altura como en corpulencia, vestidos con complicadas armaduras elaboradas con caparazones oscuros y toscos y armados con espadas y lanzas de aquel llamativo cristal rojo que tanto parecía gustar allí abajo.

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