13ª Parte: La llama de la buena fe

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Le sacaron de la ciudad de nuevo junto a su amigo el saco de esparto, pero el olor acre de la bolsa no podía cubrir el hedor de las cloacas, ni mantener secos sus pies, así que Trilero no entendió cuál era el propósito en no dejarle ver. Lo agradeció, no obstante. Chocó con ciertas cosas flotantes en aquellas alcantarillas, y estaba seguro de que era mejor que no supiese con qué.

Fuera le recibió la luz de la Luna, el vasto llano del Valle y un carro de vino tirado por dos mulas y dirigido por un anciano. Aquella fue la parte divertida del viaje, un poco apretado, quizás, pero seco y caliente dentro del barril.

La peor parte fue Claire. Cuando el carro se detuvo y el anciano abrió el barril, lo primero que le recibió fue el rostro de aquella mujer, adornado por una sonrisa que significaba problemas. Cabello corto, expresión decidida, un sable al cinto y unos ojos en que brillaban dos estrellas infernales. Demasiadas como ella pululaban por el Sur.

—Claire Déchausser —se presentó mientras le tendía con firmeza su callosa mano—. Paladín de la Condesa; un placer conocerle al fin, señor Trilero.

—Aja —respondió Trilero sin mucho entusiasmo—. ¿Cuándo dices la condesa...?

—Me refiero por supuesto a nuestra señora condesa de Inquina, compañero mío —aclaró ella con una carcajada—. Yo soy la candidata que presento ante el Gremio, su posición es más clandestina. E importante. Venga, le llevaré lo que falta hasta Suleimaniyi.

—¿Sabes? —señaló mientras peleaba por salir del tonel—. Pensaba que ese papel de cara era cosa del caballero De la Bréche.

—Muchos públicos, muchas caras —anunció enigmática la mujer, mientras se alejaba con paso enérgico—. Además, De la Bréche no está por aquí, y usted ya no necesita esas estratagemas ¿No? Le han dado un papel más visible.

—Solo como mensajero. Embajador, si lo prefieres —se quejó Trilero, mientras Claire sacaba a su caballo de una pequeña tienda de tela—. No pienso dejarme la piel contra ningún... ¿Vamos a ir a caballo?

—Es la forma más rápida —explicó Claire—. Y más segura. Los carros son lentos, presa fácil para las bestias de los Llanos del dragón. A caballo tendremos una oportunidad.

—¿Bestias? —la mirada de Trilero quedó vidriosa, pero no perdió su temblorosa sonrisa—. Ah, que bien, que bien. Quizá podríamos, no sé, esquivar esos llanos ¿No? Un camino un poco más largo, pero más seguro ¿Hum? —Claire soltó una carcajada muy poco prometedora—. Además, no se montar —confesó.

—No te preocupes, compañero, yo sí, y yo dirigiré la montura. El viejo Cojeras es un buen animal, con un trote suave como una cama de plumas

—Ya, no. No se montar en absoluto. Ni siquiera me gustan estos bichos.

—Bueno, si el equilibrio es el problema, podéis montar a la amazona. O puedo maniataros y cargaros como a un fardo —respondió con aquella intrépida sonrisa la mujer.

—Vale. Lo del fardo —pidió Trilero.

Claire soltó una gran carcajada, mientras terminaba de acomodar los arreos en su montura.

—No es broma —insistió Trilero—. Átame como un fardo.

—No llevo encima cuerda para ello —se disculpó la mujer, sin perder su buen humor—. Pero podéis abrazarme tan fuerte como queráis, ni lo notare.

—Usa las riendas.

—Me temo que necesitó esas —le reconvino con suavidad—. ¡Vamos, hermano! ¡Valor!

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