Capítulo dos

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—Vamos, tienes que comer—insistió Grace por quinta vez consecutiva.

Y como en las cuatro veces anteriores, volví a negar con mi cabeza. Grace se dio por vencida y dejó el plato con carne y arvejas sobre la mesa ratonera. Volvió a su trabajo de acomodar el librero mientras yo la observaba desde el sillón. Me envolví mejor en mis cobijas y enfoqué mi mirada hacia un punto fijo en la pared de enfrente. Volví a perderme en mis pensamientos, como solía hacer desde que Ethan partió, tres días atrás. No hacía más que sentarme en el sillón durante el día, llorar y torturarme con mis pensamientos.

¿Qué es lo que había hecho mal? Amor jamás le faltó. Siempre intenté dar lo mejor de mí. Cada vez que él caía no hacía más que juntar fuerzas de hasta donde ya no tenía solo para ayudarlo a levantarse. A pesar de estar peor que él, siempre busqué hacerlo feliz. Aquello era lo que me cuestionaba una y otra vez. A cada momento y a cada hora.

El sonido del timbre sonó sacándome de mis pensamientos. Abrí mis ojos mostrándome ilusionada de que sea Ethan quien regresaba. Grace se fijó por la mirilla de la puerta principal y me miró nerviosa

—Es tu madre, ¿Le abro? —murmuró.

Suspiré desilusionada y acto seguido, afirmé con la cabeza. No tenía ganas de ver a nadie, pero como mi madre era de otra ciudad y debía recorrer kilómetros y kilómetros para llegar, me sentiría peor dejándola fuera. Grace abrió la puerta y ella entró sin siquiera saludar. Observó a sus alrededores y luego me miró a mí.

— ¡Querida! —exclamó y se acercó con su típico movimiento de cintura y sus taconeos. Tomó mis mejillas y las apretó—. Te ves...—me miró analizándome con su mirada y prosiguió—, genial.

Sí, aquella mujer de cabello rojo y enormes caderas era mi madre. Ella vivía con su novio en un departamento de una ciudad muy grande a la cual jamás había ido. Antes vivíamos juntas, pero cuando mi padre falleció, tomamos caminos separados. No la veía mucho, solo para algunos días festivos. Tampoco era que me importaba demasiado. A pesar de que la amaba, desde que mi padre falleció se volvió una mujer materialista y ambiciosa. Era diferente a la mayoría de las madres, tenía cincuenta y seis años y estaba espléndida. Tenía una figura que ni yo tenía con veintitantos años de edad. Pero por, sobre todo, nunca entendió el significado de la palabra "familia". Pocas veces se acordaba de mi existencia y cuando lo hacía no aportaba nada bueno.

Miré a Grace y con señas le pregunté si le podía traducir. Ella asintió.

Aquella era otra de las cuestiones que nos distanciaron, siendo mi madre jamás se esforzó en aprender lengua de señas.

Indiqué con mis manos que la extrañaba.

—Dice que la extrañó demasiado—dijo Grace con una sonrisa.

—Yo igual, cariño—dijo sin siquiera mirarme, estaba tan concentrada en la casa que no le daban los ojos para observar cada rincón. Comenzó a pasearse por el living y una mueca de desagrado se formó en su rostro al mirar los portarretratos colgados—. Deberías sacar esta antigüedad, es antiestético— dijo refiriéndose a una pequeña fotografía donde nos encontrábamos mi padre, ella y yo años atrás.

Yo la miré con indignación y le indiqué a Grace que le dijera que ella era la antiestética. Pero Grace no se movió, aun así, mi madre se percató y la miró expectante.

—Dijo que a ella le gusta—soltó Grace con cierto nerviosismo en su voz.

Mi madre me miró con desagrado.

—Eres igual a tu padre, siempre se torturaba con los recuerdos. Por alguna razón, terminó donde está....

Mi rostro cambió de repente. Apreté mis puños y dejé que el enojo y la furia se apoderen de mí.

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