Capítulo tres

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Cuando ya no soporté ver aquella escena, hui de allí con el alma destruida. Hui con los pedazos rotos de mi corazón entre mis manos. Aun así, sabía que no importaba cuánto me alejara, aquel beso me perseguía, se repetía dentro de mi cabeza una y otra vez. Sentía un dolor en mi pecho que jamás llegué a sentir antes. No podía entender cómo es que la persona que más amé, fue la que más me lastimó.

Cuando el ascensor llegó a la primera planta y abrió sus compuertas comencé a correr con mis ojos cristalizados hacia la salida. Sabía que las personas me miraban, pero no me importaba en absoluto. No podía ocultar como me sentía, me delataban los ojos, me delataba la falsa sonrisa que hacía en intento de disimular. Haberme enamorado de Ethan fue como arrojarme de un gran edificio sin paracaídas, en su momento logré sentirme libre, logré sentir que volaba, pero después de todo eso comprendí que tan solo estaba cayendo y que finalmente me algún día me estrellaría contra el suelo. Ese día llegó.

Empecé a correr a ciegas por las calles de la ciudad, las lágrimas no dejaban de pasearse por mi mejilla. Atravesé a la multitud de personas mientras me abrazaba. Lo que sentía iba más allá de lo físico, me dolía el alma, sentía como un cuchillo atravesando mi pecho. Mil voces en mi cabeza resonaban todas al mismo tiempo y deseé con todas mis fuerzas que se callaran. Quería alejarme lo más posible de aquel edificio, pero sabía que esté donde esté, Ethan vivía dentro de mí.

De repente, escuché las olas del mar chocar contra las rocas y me detuve. Sin darme cuenta había corrido hasta la zona costera de la ciudad, tal vez la zona más tranquila que conocía. No había mucha circulación de automóviles y las personas preferían ir a otras zonas más concurridas. Decidí que era momento de frenar la crisis que estaba teniendo, antes de que todo empeore. Me senté en un asiento que estaba frente al mar y me quedé allí a observar la marea.

Me sentía perdida, con un vacío intenso en mi pecho que tal vez no lograría llenar con nada. Tenía esperanzas, tenía ilusiones, pero Ethan acabó con todas ellas. No podía imaginar cómo después de unos meses mi vida había cambiado tanto. En un segundo sentía que podía tocar el cielo con mis manos, y al otro, me encontraba en plena caída, acariciando el infierno. Miraba hacia delante y no había nada, no había metas, no había sueños, sentía que no quedaba nada de mí. Solo sabía que debía irme, Ethan ya había tomado esa decisión por mí.

Pero, ¿cómo irse de un lugar del que no quieres irte? No puedo juntar mi corazón y simplemente marcharme. No puedo dejar atrás a aquello que un día prometimos que sería para siempre. Después de tantos años, tantos momentos, tantas risas, tanto amor, no puedo.

Traté de controlar mi respiración, inhalando y exhalado, una y otra vez, hasta que finalmente mi corazón se desaceleró y el pecho poco a poco dejaba de doler. Me concentré en las olas, en el baile que hacían junto a las rocas, en la inmensidad del mar y en cada una de las caracolas que había sobre la arena blanca, hasta que logré tranquilizar mi mente.

De repente, sentí a una persona sentarse junto a mí, la miré de reojo y noté que esta también me estaba mirando. Sentí un poco de incomodidad, sabía que luego de una crisis me veía fatal. Acomodé un poco mi cabello y desvié mi mirada en un intento de ocultar mis ojos rojos inundados de tristeza.

— ¿Vienes seguido por aquí? —sonó su voz. Una voz que no había escuchado jamás.

Miré de reojo nuevamente. Era un chico de cabello castaño. Unos anteojos de cristal y marco negro cubrían sus ojos, pero podía notar perfectamente el color de estos; celestes como el cielo. Tenía un libro en sus manos que dejó sobre su regazo al percatarse que yo también lo estaba mirando. La curva en su rostro se extendió.

Él me miró expectante. Expectante a escuchar mi voz, una voz que carecía. Sin siquiera mirarlo me levanté del asiento y comencé a caminar lejos de allí. Tenía miedo de que me detuviera, de sentir su mano sobre mi hombro frenando mi paso, pero no lo hizo y eso me alivió muchísimo. Tal vez parecía ser muy fría o antisocial, pero me aterraba el hecho de que sintieran lástima de mí o se burlaran por ser diferente. La verdad es que siempre fui una persona muy carismática y agradable, que le gustaba estar con personas, pero el accidente cambió y destruyó todo lo que solía hacer. Con el paso de los días mi circulo social disminuía, al principio mis amigos se alejaban y luego comencé a aislarme yo también. No los culpaba, todos tenían sus motivos.

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