Capítulo uno

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Diana

Miré a Ethan de reojo. Este se encontraba sentado junto a mí con la mirada baja y sus párpados caídos. Lo entendía, nadie más que yo comprendía el dolor que sentía por dentro. No porque me lo habían contado, sino porque simplemente lo estaba viviendo, o mejor dicho, yo era la causa de su dolor.

Frente a nosotros había un escritorio y tras él, una silla vacía esperando a ser ocupada. Nos encontrábamos en la oficina del doctor Hoffman, esperando los resultados de los análisis de sangre. El cuarto que había hecho desde que ocurrió el accidente.

Miré a Ethan con una sonrisa intentando no perder la esperanza. Sujeté su mano pero él se soltó y la dejó caer nuevamente sobre su regazo.

Ethan ni siquiera me miró.

—Deberíamos irnos, no vale la pena pasar por otra decepción. Ya no me quedan esperanzas por perder—dijo en voz baja.

En ese momento el doctor entró por la puerta. Toda la emoción se esfumó al ver su rostro. Sus ojos inundados de tristeza no traían buenas noticias. Él se sentó y dejó los resultados de los análisis sobre la mesa. Suspiró y se destinó a hablar.

—Otra vez dio negativo—dijo con cierta tristeza en su voz.

Ethan pareció no percatarse de sus palabras o tal vez ya se había acostumbrado a escucharlas. Yo simplemente no podía, no me acostumbraba a escuchar que había fracasado nuevamente. Podía derrumbarme pero sabía que tarde o temprano volvía a recuperar las fuerzas que había perdido.

Sentí las lágrimas empañar mi mirada. Quería gritar y me frustraba no poder hacerlo.

Ethan se levantó de su asiento, estrechó la mano del doctor y salió por la puerta sin percatarse de que yo todavía seguía dentro.

El doctor me miró con compasión. Había visto aquella mirada de lástima aproximadamente un millón de veces. Ya me había cansado de ver como las personas sentían lástima de mi miseria. Lástima de que un día tenía todo y ahora no tengo nada.

—Cuando es así, la adopción es la mejor opción para sanar el corazón de dos padres en busca de un niño—comentó con voz calmada—. Hay muchos niños que están esperando el amor de una familia.

Yo lo miré atenta. Jamás fue lo que Ethan y yo tuvimos en mente, pero tal vez era la solución al momento tan oscuro que estábamos pasando. Tal vez un pequeño huérfano podría devolvernos la luz que habíamos perdido.

Esbocé una pequeña sonrisa, me levanté de mi asiento y me despedí gentilmente del doctor. Salí por la puerta principal y me dirigí hacia el estacionamiento. El Volkswagen gris de Ethan todavía estaba aparcado. Al llegar, abrí la puerta del asiento del acompañante y me senté. Una canción de blues sonaba en la radio. La mirada de Ethan se encontraba en algún punto fijo en el volante. Sus ojos no me decían nada, parecían estar perdido en algún lugar muy lejos de la realidad. Parecía que ni siquiera se había percatado de mi presencia. Posé mi mano en su brazo y él reaccionó. Me echó un vistazo rápido y enfocó su mirada hacia el frente.

Sabía que Ethan me necesitaba. Necesitaba que le digan que todo estaría bien y que lo amaba. Yo tenía millones de cosas para decirle, sin embargo no podía decir nada. Aquél día de verano, solo bastaron dos segundo para callarme para siempre. Por más que intentaba decir algo, nada salía de mi boca.

De la boca de Ethan no salieron palabras. Durante el camino hasta nuestro hogar reinó el silencio. Él manejaba con la mirada fija en el camino y yo me destinaba a mirar a las personas que caminaban por la ciudad. Todos se veían tan ocupados en sí mismos que ninguno se percataba de lo que ocurría en sus alrededores. Algunos se sumergían en el mundo de colores en el cual vivían. Otros en un mundo gris, pero todos en su propio mundo. A veces allí está el problema, los humanos nos enfocamos tanto en nuestra propia felicidad que no pensamos que algún día todo se puede acabar. O nos enfocamos mucho en nuestras tristezas sin darnos cuenta que existen mundos peores al nuestro.

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