Capítulo ocho

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Poco a poco fui tratando de aceptar mi realidad. Mi mente ya se estaba adaptando a mi nueva versión, a la Diana después del accidente. Sin embargo, sabía que no era porque realmente estaba superando todo lo que ocurrió, sino porque había encontrado una manera de ir engañando a mi cabeza a medida de que los días pasaban. Sin más preguntas, sin más vueltas que darle, empecé a convencerme de que las cosas pasaron por algo y que también por algo no pasaron. Entonces con aquel verso barato, que seguramente sale en una galleta de la fortuna, durante el día mi mente podía descansar. Por el día era la valiente guerrera que combatía al dragón y ganaba, y por las noches no era más que su aperitivo, pero me conformaba con solo tener unas horas de paz.

Dentro de mí todo era caos, pero a diferencia de unas semanas atrás, estaba tomando cartas en el asunto. Además, ya no me sentía tan sola, el pequeño Blue y yo pasábamos mucho tiempo juntos. Cuando el sol salía, pasábamos las horas entre mimos y abrazos, y cuando el sol se ocultaba, él me acompañaba. Escuchar su ronroneo y acariciar su suave pelaje, me ayudaban contra mi insomnio. Tal vez no estaba pudiendo sanar, pero estaba encontrando formas de poder sobrellevar ese dolor.

Al poco tiempo también terminé enamorándome de la pequeña Mía. Casi todas las tardes, en un horario de visitas, pasaba a compartir un momento con ella. Aunque todavía el hospital me hacía sentir nerviosa, la niña valía la pena. Los minutos y horas no eran suficientes cuando estábamos juntas. Pasábamos la tarde conversando con hojas de libreta, armando rompecabezas y riéndonos de lo que se nos cruzaba en la mente. Me gustaba estar con ella, escuchar su risa me llevaba a otra realidad.

Sin embargo, hubo un día en el que mi mente me traicionó. De repente, mi corazón se sintió vacío y los ojos se cristalizaron. Escuchar a Mía reír mientras armaba una torre con cubos de juguete, provocó una lluvia de recuerdos. Mi bebé llevaba muy pocos meses dentro de mí cuando ocurrió el accidente, pero solía imaginarme cómo se oiría su risa si estuviese conmigo. A diario pensaba en él, en lo que sentí cuando me enteré de que llegaría al mundo y en el poco tiempo que estuvimos juntos. Sin conocerlo, sentía que él iba a ser el verdadero amor de mi vida.

Despedirlo fue como arrancar una parte de mí. El mundo pareció volverse opaco y sin sentido. Me vi a mí misma en un abismo de tristeza y desesperanza.

Después de varios días sin despertar, había regresado a la vida. Mi cuerpo estaba lleno de hematomas y raspaduras, todo en mí dolía, hasta el alma. Por más que en ese momento todavía no tenía noticias de lo ocurrido, una parte de mí lo predecía, me sentía vacía. Y así fue, las palabras del doctor y la mirada hundida en tristeza de Ethan cayeron sobre mí como un balde de agua helada.

Aquél había sido el momento más devastador de mi vida.

—Creo que ya es momento de irnos—se escuchó la voz de Lío, sacándome de mis pensamientos.

Rápidamente limpié mi rostro en un intento de disimular y me volteé a verlo. Él nos observaba cruzado de brazos desde la puerta de la habitación.

La niña bufó.

—Un ratito más, por favor—ella juntó ambas manos en signo de súplica.

Él rió, se acercó a la niña y depositó un tierno beso en su frente.

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