Capítulo cuatro

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—Nunca podrás despegarte de algo que siempre está cerca de ti, y no hablo de su presencia. Me refiero a los rastros que dejó y no se llevó al irse. Hay muchas cosas que están en esta casa que hablan de Ethan— dijo Grace y acto seguido sacó de mi armario una caja llena de regalos que Ethan me había dado durante cuatro años. Entre ellos; osos de felpa, fotografías, cartas, rosas artificiales, joyas, etcétera—. Los osos y joyas los regalaremos, mientras que las fotos se irán directo a un lugar llamado "Cesto de la basura".

Ella comenzó a apartar las cosas, una por una, y yo solo la miraba. El alma me dolía y mi corazón parecía quebrarse cada vez que la mujer tiraba algo al cesto de la basura. Mis ojos se cristalizaron, se me hacía imposible esconder mi tristeza, parecía que desbordaba de mí. Sabía que despegarme de lo material era el primer paso para la superación, pero dolía como una puñalada en el estómago.

Todavía no podía renunciar a lo que fuimos, una parte de mí veía esperanza. Sin que Grace me viera, le arrebaté una fotografía en donde aparecemos Ethan y yo en nuestras últimas vacaciones. La doblé y la guardé en el bolsillo de mi chaqueta. Esa emoción que sientes al conocer un lugar nuevo y con la persona que amas, es jodidamente increíble.

Sabía que estaba mal, pero de una u otra forma sufría. Si las tiraba dolía y si no, también. Más que simples fotos, eran recuerdos y no podía deshacerme de ellos, vivirán por siempre en mi cabeza. Ethan pudo haber sido muy cruel conmigo, pero también fue quien me regaló los mejores años de mi vida. Jamás podría llegar a odiarlo, y de cierto modo, eso también me frustraba. No podía alejarme de alguien que amaba y no podía irme de un lugar del que no quería irme. Y tal vez había enloquecido, pero estaba negada, no podía dejarlo ir. Se fue y se llevó una parte de mí, dejó un vacío que no podía soportar.

A veces, por amor cometes locuras que ni siquiera uno mismo es capaz de entender. En aquel momento enterré mi orgullo y la poca dignidad que me quedaba, y me dejé guiar por mi corazón destrozado. Siempre creí en la teoría de que, si algo es para ti, el destino se encargará de que, sin importar las vueltas de la vida, sea tuyo. Yo decidí que tal vez podía ayudar al destino a hacer su trabajo más rápido.

Me convertí en una acosadora, cada día cuando Grace partía a hacer las compras, yo caminaba hacia su edificio. Lo esperaba un rato y seguía mi camino hasta la zona costera de la ciudad. Me sentaba en un asiento, admiraba el mar por unos minutos y regresaba a casa. Aquella fue mi rutina por un mes. Un mes de idas y vueltas, de ilusiones destrozadas y de una espera que parecía no terminar jamás. Todo el mundo avanzaba con el tiempo, excepto yo. Yo me había quedado estancada, tan solo observándolo.

Sin embargo, hubo un día en el que ocurrió algo diferente. Fue el día en el que me di cuenta que algo estaba por cambiar en mi vida. Como hacía usualmente, crucé por el edificio. Muchas personas entraban y salían de allí, pero ninguna era él. Continué caminando mi recorrido hasta llegar al mar. Me senté en el lugar de siempre y quedé con la mirada perdida por unos minutos. Al instante sentí la presencia de una persona que se sentó junto a mí.

La observé de reojo y mi estómago se contrajo al percatarme de quién se trataba. No era Ethan, pero lo conocía, ya no habíamos cruzado anteriormente.

—Hola, otra vez—dijo aquella persona con una sonrisa. La misma sonrisa que me dedicó la última vez que nos vimos.

Todo parecía ser un deja vú, como mi vida, que desde mi ruptura parecía que los días se repetían una y otra vez.

Sus ojos protegidos por el cristal de sus anteojos estaban fijos en mí. Ambos me miraban expectante, expectantes a mi respuesta. Quería huir de allí, mi corazón latía con intensidad y mis manos sudaban como nunca antes.

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