Capítulo once

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No tenía dudas de que Lío era una persona especial, de esas que posiblemente solo te encuentras una vez en la vida. Desde que apareció, todo lo que conocía tenía más sentido, los colores eran más brillantes, los olores más intensos, las caricias más especiales y los abrazos más valiosos. Lío era muy observador, algo que me gustaba de él. Con una simple mirada analizaba mi rostro, mis gestos y cada una de mis sonrisas. Sabía exactamente cuando algo no estaba bien.

—¿A qué le temes? —preguntó de repente con los ojos clavados en mí.

El chico se encontraba al otro lado del sillón, desde allí me observaba curioso. Mordí mi labio con nerviosismo y con mis manos me aseguré de estar bien envuelta entre las mantas.

—Los truenos me asustan—respondí con señas.

Me gustaban los días grises, el frío y la lluvia tranquila. Me gustaba el ambiente que creaban combinados. Pero odiaba cuando la tormenta se volvía violenta, cuando los rayos azotaban a la tierra y los estruendos se hacían presentes. Sentía que toda esa paz que me provocaba la lluvia se arruinaba.

—No—negó firme—, me refiero a lo que realmente temes.

Enarqué una ceja.

—No te entiendo—signé.

El chico se deslizo por el sillón acortando nuestra distancia. Sus ojos no se despegaban de los míos.

—Puedo ver que algo te preocupa, algo que va más allá de la tormenta.

Bajé rápidamente mi mirada, desvinculando nuestros ojos. Lío no era ningún tonto, como mencioné anteriormente, él me había observado lo suficiente para descifrar cuando algo me preocupaba.

—¿Puedes dejar de psicoanalizarme? —comenté entre señas.

—¿Crees que hace falta ser un profesional para darme cuenta de que tienes miedo? —cuestionó con cierta ironía—. Cada parte de ti te delata.

Suspiré pesadamente y volví a mirarlo.

—Le temo al abandono—confesé signando—, temo que un día todos se vayan de mi lado y quedar completamente sola. No quiero perder a más personas, no quiero ser olvidada.

El chico me extendió su mano y yo la tomé resignada.

—¿Por eso todo el alboroto de Grace? —preguntó y yo asentí apenada.

Comenzó a acariciar mi mano tratando de calmarme. Lentamente recosté mi cabeza sobre su hombro y volví a suspirar.

—¿Crees que algún día se irá?

—No te gustará lo que voy a decirte, pero es posible—respondió con firmeza—. Hay personas que serán parte del recorrido, pero no de la meta final. Algunas se irán y otras llegarán, solo disfrútalas. Coincidir, aunque sea solo por un instante, es un milagro.

Sus palabras hicieron eco en mi cabeza, pero el miedo persistió. Ethan dejó esa marca en mí, me hizo descubrir que las personas pueden cambiar de un momento a otro y simplemente irse, a veces sin explicación o razón. Eso me desconcertaba, no lograba entender cómo alguien podía sacar a una persona de su corazón en tan poco tiempo.

Ninguno de los dos soltó una palabra más, ambos quedamos sumidos en el sonido de las gotas chocando contra el cristal de los grandes ventanales. Lío sostenía mi mano y yo apoyaba mi cabeza contra su hombro, así podía sentir a nuestros corazones conectados y latiendo en sincronía.

—¿Tú y yo también seremos instantes? —signé de repente.

Él no me miró, mantuvo sus ojos fijos en las gotas de lluvia que se deslizaban por el cristal. Nada salió de su boca, ni siquiera un suspiro. Fue allí cuando supe que Lío había decidido dar como finalizada la conversación. El chico se sumergió en su mente un largo tiempo y me negué a interrumpirlo. Dejé que el tiempo pasara, que las agujas del reloj giraran y la lluvia cesara.

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