Capítulo doce

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Lío no lo soportó. Atravesó aquella puerta rápidamente y sin decir palabra alguna se marchó del lugar. Yo me despedí del doctor Hoffman con una simple mirada y él me devolvió el saludo con una sonrisa cargada de tristeza. Corrí rápidamente para alcanzar a Lío quien ya se encontraba atravesando la puerta principal del hospital. Corrí con mi respiración agitada entre camillas, enfermeras y pacientes para poder llegar a él. Al cruzar por la puerta, la luz del sol me cegó y la brisa fría me envolvió haciéndome temblar. Miré alterada hacia mi alrededor en busca del chico. Había muchas personas ese día y todas cruzaban junto a mí, algunas llevándome por delante, lo que dificultó mi visión. Cuando finalmente logré localizarlo, me escabullí entre la multitud para poder alcanzarlo.

Lío caminaba a pasos largos y rápidos por la acera, hasta que finalmente encontró una entrada hacia un callejón vacío y sin salida, y se adentró. El lugar era sombrío, las paredes eran grises y deterioradas, pintadas con algún que otro grafiti cuyo significado no entendía. A duras penas podía entrar la luz del sol, era un callejón desolado y silencioso, y sabía que era exactamente lo que buscaba el chico. Un lugar donde pudiese gritar sin ser escuchado y llorar sin ser juzgado.

Con toda la furia que su cuerpo poseía comenzó a golpear los contenedores de basura provocando fuertes estruendos. Intenté detenerlo, pero mis frágiles brazos no podían contra su fuerza y me alejé con cierto temor a recibir uno de esos puños. El enojo parecía haber poseído su cuerpo. Los golpes iban y venían, uno tras otro y cada vez más fuertes. Sus nudillos lastimados dejaban en evidencia todo lo que ocurría dentro de él. Me paralicé al ver cómo la sangre caía y se deslizaba por sus brazos. Estaba cegado, sus emociones lo habían llevado a otra realidad.

El miedo se apoderó de mí, quería contenerlo, pero no podía, mi cuerpo estaba clavado en un punto fijo en el suelo. Las lágrimas corrían por mis mejillas y yo seguía allí, simplemente observando.

Y cuando pensé que jamás acabaría la pesadilla que estaba presenciando, la tristeza hizo lo suyo; lo volvió vulnerable. Acabó con sus fuerzas y cayó de rodillas a suelo como si se rindiera. Se giró y quedó sentado en el suelo con la espalda apoyada al muro. Lloraba, como nunca lo vi llorar antes. Llevaba sus manos a su rostro intentando ocultar todo su dolor, pero dejando evidencia sus manos sangrientas e hinchadas por los golpes.

—Vete, no me quiero que me veas así—dijo con la voz entrecortada—. Así de muerto.

Podía entenderlo, había pasado por lo mismo. No es fácil, pero la vida comienza a dejar de ser tan complicada cuando tienes a alguien con quien refugiarte cuando todo va mal. Lo menos que quieres en un momento así son más problemas, a veces, una mirada, una sonrisa o un abrazo son suficientes para tener aquella paz que se necesita por un rato.

Me acerqué a Lío lentamente para tratar de no perturbarlo y lo rodeé con mis brazos. Cuando noté que él aflojó sus músculos, terminé de concretar el abrazo. Lo abracé tan fuerte como me dieran los brazos, en un intento de unir por unos minutos aquellos pedazos rotos dentro de él. No se trataba de salvarlo, sabía que solo el tiempo lograría hacerlo, se trataba de hacerle saber que jamás estaría solo.

—Todos morimos alguna vez, pero como no hay sangre nadie lo nota— dije con señas una vez que me alejé.

Lío rodeó mi cuerpo con sus brazos y esta vez fue él quien me abrazó. Fue allí cuando comenzó a descargar todo aquel dolor sobre mi hombro. Sollozaba, como si no hubiera un mañana. Las lágrimas parecían no acabar jamás. Llegó un momento que tampoco soporté lo que la vida estaba cargando sobre nosotros y también caí junto a Lío.

La intensidad del dolor depende de lo que una persona provoca al pasar por nuestras vidas, y Mía dolía, dolía con una intensidad inigualable. Ella, con su mirada, con su sonrisa, con sus locuras, dejará por siempre una marca en nuestros corazones. Una marca que tal vez jamás dejaremos de sentir. Sabía que tomaba tiempo aceptar que el destino decidió eso por la pequeña, pero debíamos ser fuertes. Debíamos aprovechar que todavía estaba con nosotros.

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