CAPITULO 6

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Las cosas no habían terminado muy bien entre nosotros, ya no hablábamos en la biblioteca, ya no era como antes. Ahora éramos nada más que desconocidos. Unos simples desconocidos. Había pensado que podía con ello, obviamente los primeros días serían un poco difíciles pero lo superaría. Un Malfoy siempre lo hace, siempre supera.

Semanas pasaron, convirtiéndose en mese. Nada. Seguía sintiéndome vacío, solo, triste. No lo superé, pero mhabía aprendido a vivir con ello, con el recuerdo, quiero decir.

No dudé que en mi creció cariño por ti, pues recordaba con tristeza los pocos ratos que pasamos juntos, las risas y los ocasionales juegos; el dulce silencio que no necesitaba romperse porque fue un silencio cómodo. Negué con la cabeza por tales pensamientos, ese no era el momento ni el lugar.

—Joven Malfoy, le dije que dejara de mover su cabeza así, no me permite curarlo adecuadamente —había sido la enfermera cual-nombre-no-recuerdo mientras acerca el algodón a mi labio. Me ardía—, además le he dicho millones de veces que se cuide, su salud es muy importante.

—Lo siento, pero no es mi culpa que la pelota fuera a mi dirección —dije, siendo analizando con la mirada por ella, seguramente pensando si estaré diciendo la verdad. Me quedé quieto, en silencio.

—Entonces explíqueme por qué es la quinta vez esta semana si apenas estamos a miércoles —regañó preocupada, apuntando a mi labio para luego dar un suspiro cansado—. Solo prométame que tendrá más cuidado.

Sentía que en mi estómago se estaba haciendo un nudo, me sentía incómodo. Inquieto.

—Lo prometo.

Ella me miró una vez más con aquellos ojos verdes, que de alguna forma hicieron que mi corazón diera un salto. No sabía en ese momento el por qué me recordaron a tus ojos, Harry. No tenía ni la más remota idea.

—Qué bueno que solo fue el labio —susurró guardando el kit para luego ponerme una bandita—, ya te puedes ir y asegúrate de tener más cuidado.  Cualquier cosa, aquí estoy para ti; puedes hablar conmigo, soy todo oídos.

Recuerdo que me había parecido extraño que me dijera aquello, pero decidí no pensar mucho en ello y asentir.

—Bueno, me voy —dije, recogiendo mis cosas y yendo hacia la salida, pero su mano se aferró  a mi brazo izquierdo, impidiéndome avanzar.

—Draco —me nombró, con wsus ojos todos tristes—, es en serio, procura cuídarte.

Solté con brusquedad su agarre y me fui del lugar irritado. Lo que menos quería en ese momento era ser visto como alguien débil. Alguien que podía quebrarse en cualquier momento. Alguien no fuerte.

Porque "solo era un pequeño golpe", me decía intentando convencerme, y me creí. En verdad me creí. 

Ahora que he madurado y dejé de ser un niñato consentido, me doy cuenta que mentirte a ti mismo no convierte la mentira en verdad, sino en una pesadilla. 

En una maldita y asquerosa, pesadilla. 

Una serie de cartas brevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora