Capítulo 12

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Hay un momento en la vida de toda persona en la que está preparado para abrir los ojos, como los polluelos al volar del nido

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Hay un momento en la vida de toda persona en la que está preparado para abrir los ojos, como los polluelos al volar del nido.

A todos nos llega el momento de enfrentarnos a la realidad, de ver sin esa venda que antes nos cegaba.

La realidad se estampó contra mí de manera brutal. El mundo era un sitio enorme y hermoso a la luz de la luna.

Abrí la ventanilla del coche y asomé la cabeza. El aire era fuerte y helado, y se me puso la piel de gallina. Cerré los ojos y cientos de olores nuevos invadieron mis sentidos.

Qué preciosas eran las estrellas, recordaban a brillantes joyas colgadas en el cielo.

Annette sorbió por la nariz y se enjugó las lágrimas. Los ojos de Dail también brillaban, y los de Eliot.

—Qué bonito es el mundo joder —soltó Anne, y sonrió entusiasmada.

No podía quitar los ojos de la ventanilla, me era imposible dejar de ver el exterior.

Dail me puso una mano en el hombro y sonrió, y era una sonrisa de paz y tranquilidad, de verdadera felicidad. Se arrellanó en el asiento y cerró los ojos sin bajar las comisuras de los labios.

—¿Desde cuándo sabes conducir? —le preguntó a Anne.

Ella miró a Eliot.

—De niños nuestro padre nos metía en su coche, nos sentaba en sus rodillas y ofrecía el volante. No es muy difícil, y manejar un coche es una de esas cosas que no se olvida.

Eliot y Anne intercambiaron una mirada pura y llena de amor.

—Volvemos a casa peque —dijo el primero—, se terminó la pesadilla.

***

La noche era un manto gigantesco que se extendía cada día sobre el mundo, ocultándolo hasta la mañana siguiente.

Los faros del coche iluminaban un espacio reducido; apenas unos cuantos metros hacia delante.

En la negrura se dibujó una línea que se ensanchó en pocos segundos, dejando ver un muro de hierro completamente cerrado.

Anne apretó el volante y los nudillos se le quedaron blancos.

—Me cago en todo —declaró, y golpeó el salpicadero con la mano.

—Ve un poco más despacio —ordenó Dail, y Anne redujo la velocidad.

Toda la tranquilidad había desparecido de la cara de Dail.

La oscuridad escupió dos figuras humanas. Alguien cuidaba el muro.

—Habrán avisado de la fuga —dijo Anne.

—¿Qué hacemos? —preguntó Eliot nervioso.

—Seguir conduciendo. —Anne pisó el acelerador para cubrir la distancia hasta el muro. Paró antes de chocar contra este.

Al otro lado de la puerta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora