Capítulo 9

18 4 0
                                    

Todos tenemos un rincón en nuestra cabeza

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Todos tenemos un rincón en nuestra cabeza. Una puerta tras la que se esconden nuestros fantasmas. Y hemos intentado cerrarlos con llave y con cadenas, pero siempre vuelven Y cada vez son más y más fuertes.

Me hallo en estos momentos frente al portón de mis pesadillas. Los monstruos aporrean con fuerza desde dentro, amenazando con echarlo abajo.

Me llevo la mano al bolsillo y saco una llave. Me tiemblan las piernas, porque no quiero revivirlo. Pero debo terminar esta historia, y eso me obliga a hacer un sacrificio.

Introduzco la llave en la cerradura y giro. La puerta se abre con un chirrido largo y agudo y, al otro lado, hay una oscuridad densa y tenebrosa.

Se escucha un graznido, y de las sombras emerge un cuervo de color carmesí que se posa en mi hombro. Me cuenta un cuento, uno que ya sé. Un cuento que no tiene un final feliz.

*****

Me sentía enferma.

Tenía el estómago revuelto y una cinta de acero invisible apretándome las sienes.

Miré el desayuno en abundancia frente a mí, pero solo pensar en comer me provocaba nauseas.

—Al menos toma un poco de leche, ayer no comiste en todo el día —me dijo Leura, y mordisqueé un trozo de pan insípido en mi boca.

Sentí una mano en el hombro y me volví.

Dail tenía unos ojos muy expresivos, como si susurraran todo lo que pensaba.

—Hola Erika —habló suavemente, y miró a Leura y a Riley—, ¿puedo hablar contigo?

Me mordí la lengua. Asentí y él sonrió algo más tranquilo.

—Yo me siento ahí. —Señaló una mesa en la otra punta del comedor—. ¿Te parece bien que vayamos?

Asentí de nuevo y los dos fuimos hasta allí.

Había dos personas en frente de mí. Un chico y una chica. Ella era la que entró gritando en el tercer piso mi primer día; Anne.

—Vaya, vaya, una nueva conejita. ¿Es la chica de la que nos hablabas Dail? —repuso en tono jocoso, ladeando la cabeza y penetrándome con la mirada.

—Déjala en paz Anne —respondió Dail cogiendo una galleta de una bandeja. Y señaló al chico—. Él es Eliot, y ella es Annette, aunque todos la llamamos Anne. Son hermanos de origen francés. Chicos, ella es Erika sí, la chica de la que os hablé.

—¿Pero cuántos años tienes? —inquirió Anne mirándome de arriba abajo.

—Quince.

—Joder —exclamó riendo—, aparentas once o doce.

—Venga Anne, ya vale —la reprendió Eliot.

Dail suspiró.

—Escucha Erika. Yo Siento mucho lo de ayer, no quería hacerlo, me obligaron. Igual que a ti. Lo siento de veras.

Al otro lado de la puerta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora