Epílogo

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2 años después

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2 años después

El reencuentro con mi familia no fue como pensaba.

Mi madre Alba y mi padre Fran se echaron a mis brazos y lloraron. Luego apareció mi hermano mayor; Iván.

Y aunque su alegría era inmensa, yo no sentí nada. Eran desconocidos para mí, y no había otra relación que no fueran lazos de sangre.

Adaptarme no fue fácil, la tensión era tan densa que podía cortarse con un cuchillo. Ellos se esforzaron por hacerme sentir cómoda, me enseñaban álbumes familiares y me contaban historias de mi infancia tratando de evocar mis recuerdos. Pero me hablaban de otra Erika, de otra época, de otra mente.

Al parecer desaparecí mientras daba un paseo por la playa.

Aunque Albert les había explicado brevemente lo ocurrido, y dejado claro que no podían contárselo a nadie, ellos querían saber mi versión de la historia. Y me costó varios meses abrirme lo suficiente como para contársela.

Y a pesar de que tenía una familia que me adoraba, yo no era capaz de devolverles el amor que me daban. Por no añadir lo complicado que me resultó hacerme a mi nueva familia a medida que mi vientre se hinchaba.

Me hice rápidamente al idioma, fue como desenterrarlo de mi cabeza, y en un mes ya me defendía en castellano.

Los recuerdos venían en ocasiones a mi mente; cortos y poco nítidos. En su mayoría olores y sensaciones. Me acordé del perro y de la playa, pero no tenía un esquema lo suficientemente grande.

Los días que prosiguieron a mi llegada tíos, abuelos, primos y familiares vinieron a visitarme. Mi abuelo por parte de padre era un aficionado a fumar puros.

Durante las primeras semanas Dail, Annette, Eliot y yo nos llamábamos a diario. Dail hablaba emocionado de su hermana Iraya, y los mellizos de Paris y de su familia. Pero las llamadas se volvieron semanales, y luego mensuales, trimestrales Ellos rehicieron sus vidas, y la mía continuaba patas arriba.

El nacimiento del bebé solo empeoró las cosas. Durante los seis primeros meses me esforcé al máximo por crear una relación con mis padres y hermano y empezar desde cero. Pero dar a luz fue como volver a verlo todo ante mis ojos. La culpabilidad me comía las entrañas.

Añoraba demasiado a Leura y a Riley. Me despertaba por las noches, envuelta en sudor y gritando sus nombres.

Le puse Riley a la bebé en honor a mi amiga muerta, pero ella no iba a volver.

Los recuerdos no perdonan. Gran parte de mí se quedó en Adna y en Aniria. Parte de mi ser murió con Riley, con dejar a Leura, a Anne, a Eliot y a Dail.

La infancia es la base de cualquier persona, y la mía, partida en dos mitades —y una de estas extraviada—, era irrecuperable. Estaba rota por dentro, muerta. Era una flor sin vida, una persona atormentada por el pasado, incapaz de centrarse en el presente.

No volví a ver a ninguno de mis amigos en dos años. No le dije a Dail nada acerca de la pequeña Riley para no hacerle sentir mal, porque no era su error, ni el mío. Y tampoco era mi culpa no poder quererla, ni poder mirarla a la cara siquiera.

Me refugié una vez más en los libros, y el desahogo mediante la escritura.

Mi cuerpo huyó de Adna. Pero mi mente quedó allí, atrapada en sus paredes. No crucé al otro lado de la puerta, mentalmente sigo en la mansión, riendo con mis hermanas.

*****

Después de escribir estas últimas palabras tengo el rostro lleno de lágrimas. No es justo, me merezco algo mejor.

Miro por la ventana de mi cuarto, y me centro en las olas.

Sé que las pesadillas y los recuerdos nunca van a marcharse, y aprendo poco a poco a lidiar con eso.

Fue idea de mi hermano escribir esta historia, para ordenar mis ideas. No sé si alguien llegará a leerla algún día, o si sus páginas se volverán amarillas y polvorientas en el cajón de mi escritorio.

Sé que no he aclarado todas las dudas acerca de Adna, Aniria o Árama. Pero, ¿cómo voy a hablar sobre lo que desconozco?

Hay demasiadas preguntas rondando mi cabeza. ¿Quién ideó Adna? ¿Quién tradujo tantos libros al blanco? ¿Por qué no han venido a por mí si conocen mi paradero? ¿Qué ha sido de Leura?

Me siento en la repisa de la ventana con el cuaderno en la mano. Hace un día precioso, y debería salir a pasear un rato con Riley, que ha aprendido a caminar. Pero no me veo con fuerzas.

Esto no es una distopía, sino una biografía. Es mi historia; soy yo.

¿Ha sido de tu agrado el final? Déjame decirte que así funcionan las cosas, no son ni blancas ni negras. Me encuentro atrapada en el gris.

No soy una heroína. Soy cobarde y solo miré por mi pellejo a la hora de la verdad, y pago por ello a diario. Pero sigo adelante.

No soy el personaje de una novela. Soy una persona de carne y hueso.

Si alguna vez crees que he actuado mal, solo cierra los ojos e imagina que podrías haber sido tú. Dime, ¿qué hubieras hecho?

Si algo que he aprendido en mi vida, es que la realidad supera a la ficción.

No tengo nada más que decir.

Erika Suarez, 19 de marzo del año 2015

Al otro lado de la puerta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora