Transcurrieron aproximadamente dos meses.
Albert llegaba cada semana en su barco, y descargábamos cajas con comida. Revisaba la casa para comprobar que todo estaba en orden, se tomaba un café y se iba otra vez.
Nos echábamos una buena cantidad de crema solar antes de salir, porque el sol nos quemaba con fuerza. Albert nos explicó que nuestra piel no estaba acostumbrada al sol y que podría ser peligroso exponernos a este. También utilizábamos gafas de sol para nuestros ojos aún sensibles a la luz solar. Además, éramos extremadamente sensibles al exterior, y todos nos pusimos enfermos en al menos una ocasión.
Dejando esto a un lado, pasábamos el día en la playa, tumbados sobre la arena y en el agua. Cuando refrescaba volvíamos a casa, jugábamos a las cartas con una vieja baraja y fantaseábamos sobre nuestro regreso. En mi caso, hacíamos teorías sobre mi procedencia o familia.
No teníamos horarios fijos de comida, nos acostábamos cuando queríamos y nos levantábamos cuando el sol había hecho ya un cuarto de su recorrido.
Y todo parecía ir bien, porque gozábamos de una libertad enorme, al aire libre, con la panza llena y contando las horas para reunirnos con nuestros familiares.
Las noches eran lo peor. Juntábamos los colchones y nos acurrucábamos muy juntos, protegiéndonos del frío que se colaba por los rincones. Cerraba los ojos y mis demonios internos despertaban. Mi mente intranquila me ponía el cuerpo en tensión, y toda mi vida pasaba ante mis ojos muy rápido, sin darme tiempo a atrapar un trozo y analizarlo. Se me aceraba el corazón y me movía inquieta de un lado a otro.
Me preguntaba quiénes serían mis padres. ¿Me querrían, o ya me habrían olvidado? ¿Eran buenos o malos? ¿Tenía hermanos? ¿Fue real el recuerdo que tuve, o solo un espejismo, fruto de la desesperación?
Y al reunirme con ellos, ¿qué pensarían de mí? ¿Sería suficiente buena para ellos? ¿Cuál era mi país de origen? ¿Serían mis padres religiosos? ¿Volvería a hablar mi idioma materno alguna vez?
¿Y si ya no me querían? ¿Y si era en una carga para ellos?
Me sentía arropada en los brazos de mi amigos, me protegían del mal que acechaba a mi alrededor. Pero algún día se irían, y yo no podría aguantarlo sola.
***
Una mañana bien temprano se oyeron golpes en la puerta.
Nos levantamos exaltados.
Albert sacó la cafetera de uno de los armarios y la puso en marcha.
—¿Qué miráis con esa cara? —inquirió.
—Aún no ha pasado una semana —dijo Anne incorporándose adormilada.
—Lo sé, pero tengo buenas noticias.
Dail abrió los ojos de par en par, y Albert asintió sin necesidad de palabras.
—Los he encontrado chicos. He encontrado a vuestras familias, y he hablado con ellas. —Sus ojos cayeron en mí—. La tuya también Erika.
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Al otro lado de la puerta ©
Ciencia FicciónSi has pasado toda tu vida entre rejas puede que no seas consciente de ello. *** Con qué facilidad se puede quebrar un pensamiento; toda una vida. Erika gira en torno a su mundo, rodeada de sus seres queridos, inmersa en los libros y la rutina. Un d...