Las plantas de lavanda estaban repartidas por todo Adna. En todos los rincones había grandes tiestos de terracota, y macetas de cerámica en todas las habitaciones. La lavanda desprendía un olor diferente y suave, que relajaba los nervios y destensaba los músculos.
También había frascos llenos de líquido que olía a canela, y que se esparcía como un humillo por todo el hogar, dando sensación de calidez.
En Adna, la decoración recordaba a esas enormes mansiones del siglo dieciocho. Techos altos y suelos de mármol, camas con dosel y tapizados con motivos florales en sillas y sillones. Chimenea en el comedor y grandes lámparas de araña que centelleaban a la luz de las velas. Robustos muebles de madera oscura.
Y ahora, ante mis ojos, se hallaba un pasillo larguísimo y vacío, iluminado por dos bombillas desnudas.
Podía escuchar la sangre bombear en mi cabeza, el sonido incrementaba más y más, hasta convertirse en un molesto zumbido.
Al final del pasillo había una puerta simple de metal que una de las mujeres abrió con un código de números.
Una luz muy clara me cegó por completo y me tapé los ojos con las manos. La mujer me acarició la espalda con ternura.
—Bienvenida a Aniria cariño.
Mis ojos tardaron en acostumbrarse a aquella inmensa claridad. Y es que en las paredes había colgadas múltiples fluorescentes de luz muy blanca.
El lugar tenía forma de octogono, y unos diez metros de alto. Había tres pisos, por los que se llegaba con escaleras a los lados, y en cada piso había un par de puertas a cada lado.
Había una mujer de piel tostada y bata blanca frente a mí, parecía increíblemente feliz. Tenía una libreta bajo el brazo.
—Hola cielo, ¿cómo te llamas? —me preguntó con confianza. Demasiada para mi gusto.
—Erika —dije, y ella anotó con rapidez en la libreta—. ¿Qué te parece si hacemos un pequeño recorrido por tu nueva casa y te explico el funcionamiento?
—Vale.
Las mujeres que antes me habían acompañado cruzaron una de las puertas del primer piso.
La mujer de la libreta me miraba con una sonrisa de oreja a oreja.
—Yo me llamo Daniela, pero todos aquí me llaman Dani. —«Todos»—. Venga, sígueme.
No podía dejar de mirar el sitio, que me transmitió una intensa sensación de frialdad y de vacío. Quería volver con mi familia. Solo estaban a un pasillo de distancia, solo a un pasillo.
Subimos unas escaleras de color blanco hasta el segundo piso que, básicamente era un mirador vallado hacia la estructura hueca. Los cuartos estaban al otro lado de las puertas.
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Al otro lado de la puerta ©
FantascienzaSi has pasado toda tu vida entre rejas puede que no seas consciente de ello. *** Con qué facilidad se puede quebrar un pensamiento; toda una vida. Erika gira en torno a su mundo, rodeada de sus seres queridos, inmersa en los libros y la rutina. Un d...